Durante años fui un barco a la deriva,
empujado por tormentas
que no sabía cómo calmar.
Mi brújula estaba rota,
y el horizonte parecía inalcanzable.
Busqué faros en otros,
luces que guiaran mi camino,
pero cada vez que me acercaba,
descubría que su luz no era para mí.
Me quedaba sola,
rodeada de oscuridad,
preguntándome si algún día
encontraría un puerto seguro.
Entonces entendí algo crucial:
no necesitaba buscar faros.
Debía convertirme en uno.
Encendí la chispa dentro de mí,
esa que siempre estuvo,
pero que había olvidado.
Hoy, soy mi propia luz.
Brillo para mí misma,
para iluminar los caminos
que otros no pueden ver.
No importa cuán fuerte sea la tormenta,
porque mi fuego es constante,
mi llama es eterna.
Si alguien se cruza con mi luz,
será bienvenido a verla,
pero nunca más dejaré
que apaguen lo que me mantiene viva.
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Editado: 08.12.2024