Hubo un tiempo en que evitaba los espejos.
No porque no me gustara lo que veía,
sino porque no reconocía a la mujer que estaba allí.
Sus ojos eran pozos de tristeza,
su postura hablaba de derrotas
y su sonrisa… era solo un recuerdo.
Pero un día, no pude seguir escapando.
Me paré frente al espejo,
lo miré fijamente,
y por primera vez en mucho tiempo,
la vi.
No era una víctima.
Era una guerrilla.
Sus cicatrices eran su armadura,
sus lágrimas, el río que la había llevado
hasta esta nueva orilla.
Esa mujer había caído mil veces,
pero también se había levantado mil y una.
Había aprendido a luchar,
no con espadas,
sino con amor propio.
Hoy, cada vez que miro el espejo,
me saludo con orgullo.
No por ser perfecto,
sino por ser real,
por ser mía,
por ser suficiente.
Soy la guerra en el reflejo,
la que nunca se rinde,
la que siempre encuentra una forma
de seguir adelante.
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Editado: 08.12.2024