La casa de Emily olía a jazmín y encierro. Las paredes estaban cubiertas de cuadros torcidos, algunos con fotos familiares, otros con frases bordadas que hablaban de amor eterno, como si las palabras pudieran sostener algo que ya se estaba cayendo.
—No tienes que venir todos los días (dijo), recostada en el sofá, con una copa en la mano.
—No vengo por obligación.
—¿Entonces por qué pareces tan cansado de estar conmigo?
—No estoy cansado de ti, Emily.
—¿De qué estás cansado entonces?
—De sentir que nada cambia.
Ella se levantó. Caminó hacia mí. Tenía esa forma de moverse como si cada paso ocultara una decisión irreversible.
—¿Estás pensando en dejarme?
—Estoy pensando en salvarnos. De nosotros.
—No quiero salvarme si eso implica perderte.
—¿Y si seguir juntos significa destruirnos?
—Al menos lo haríamos juntos (susurró, acercándose más).
Se pegó a mí. Me besó. Ese tipo de beso que no es afecto, sino control. Cuando intenté apartarme, sus dedos se aferraron a mi nuca.
—No me dejes, Rhys. No me dejes como todos.
—Nadie te está dejando.
—Tus ojos ya no están aquí.
Más tarde, discutimos en la cocina. Ella había tomado más de la cuenta. Tiró una copa al suelo. Se rompió como su voz.
—¡No hables más con Asher! (gritó) —¡No quiero verlo cerca de ti!
—¿Qué tiene que ver Asher en esto?
—¡Todo! ¡Él te empuja a dejarme! ¡A pensar que mereces algo mejor!
—¡Emily, nadie me empuja a nada! ¡La decisión es mía!
Ella se quedó inmóvil. Temblando. Respirando como si luchara por no desmoronarse.
—No puedo perderte (susurró). —Si te vas, no voy a poder seguir.
Y lo dijo mirándome con una honestidad que dolía.
—Entonces deja de convertir el amor en un castigo.
PRESENTE
Lía me encontró en la cafetería frente al edificio. Ni siquiera me di cuenta de que me había seguido.
—¿Siempre tomas el café solo? (preguntó, sentándose sin permiso).
—Me lo traje como excusa para no hablar con nadie.
—Fracaso total, entonces.
Sonreí. Ella tenía esa manera de invadir sin parecerlo. Como si estar cerca suyo fuera inevitable.
—¿Escribes sobre mí? (le pregunté, señalando su libreta).
—No lo sabrás hasta que valga la pena contarlo.
Me quedé en silencio unos segundos. Luego me atreví:
—¿Por qué vuelves a buscarme?
—Porque hay algo en ti que no encaja con esta ciudad. Y las cosas que no encajan... suelen esconder historias que merecen ser leídas.
Tragué saliva. Había algo en su tono que me inquietaba, aunque no sabía si por lo que decía... o por lo que me hacía sentir.
—¿Y si soy solo un desastre sin historia?
—Entonces te escribiré como una ficción que no quiso ser real.
Esa noche, subí con Asher a la azotea. El cielo estaba despejado y las estrellas parecían más lejos que nunca.
—Te vi con ella (dijo él).
—Sí.
—¿Y?
—No sé si estoy repitiendo un error... o tratando de reparar uno que nunca entendí.
—Tal vez sea ambas.
Asher apoyó su brazo en la baranda. El viento movía su cabello hacia atrás, como si algo lo quisiera llevar con él.
—¿Crees que estoy listo para volver a querer?
—No. Pero tampoco lo estabas cuando amaste por primera vez.
—¿Y tú? (le pregunté). —¿Estabas listo para irte?
No respondió. Solo bajó la mirada. Y por un instante, la ciudad pareció apagarse...
La calle estaba mojada. El cielo oscuro. Emily y yo discutíamos. Gritábamos cosas que no entendíamos, que no importaban. El puente estaba adelante.
—¡Déjame en paz! (gritaba ella). ¡No puedes controlarlo todo!
—¡No quiero controlarte, Emily! ¡Quiero salvarnos!
Se alejó unos pasos. El viento la empujaba. Las luces eran distorsiones. Todo parecía irreal.
—¿Y si ya no hay nada que salvar?
—¡No digas eso!
Ella caminó hacia la baranda.
—¿Y si saltara, Rhys? ¿Lo impedirías o solo me mirarías caer?
Corrí hacia ella. La sujeté del brazo. Ella me miró.
Y entonces todo tembló. El puente, el aire, mi cuerpo. Todo giró en un segundo.
Un empujón. Un grito.
Y Emily cayendo.
Cayendo...
Hasta que la oscuridad se tragó todo.
Me desperté de golpe. Sudando. El pecho agitado.
Asher dormía en el sillón. La ciudad, otra vez, era solo una silueta oscura tras la ventana.
Pero en mi mente...
Emily seguía cayendo.