Vi el final desde el principio

IV. Las cosas que se dicen sin hablar

La lluvia cae como si el cielo estuviera colapsando sobre la ciudad.

Rhys abre la puerta con desgano, el sonido del cerrojo arrastrándose suena como un suspiro forzado. Frente a él, empapada hasta los huesos, está Lía. Cabello pegado a la frente, la mochila colgándole de un solo hombro. No dice nada.

—¿Puedo quedarme esta noche? (pregunta).

Su voz tiembla un poco. No por frío, sino por algo más invisible.

Rhys asiente sin pedir explicaciones. Se hace a un lado.
Ella entra.
No se miran.

Él le alcanza una toalla limpia y algo de ropa suya (una polera negra y un pantalón gris que le queda grande). Lía se cambia en el baño. Cuando sale, se sientan en el sofá, con tazas calientes entre las manos, sin decir palabra.

La televisión está encendida, pero sin volumen. Las imágenes se mueven como un lenguaje que ninguno de los dos sabe interpretar. Ella se cubre los pies con una manta. Él se sienta al otro extremo del sofá.

Y aún así, el silencio no incomoda.

A veces, las heridas hablan mejor cuando nadie intenta traducirlas.

Flashback – Dos años atrás...

La habitación de Emily es un campo de batalla disfrazado de dormitorio. Ropa tirada. Libros abiertos como si alguien hubiese querido huir de sus propias palabras. Emily está sentada en la cama, con las piernas cruzadas. Rhys frente a ella, con la mandíbula tensa.

—¿Por qué no puedes confiar en mí? (dice Emily, con una mezcla de desesperación y rabia).

—Porque tú no confías en ti misma.

Ella ríe, pero su risa no tiene alegría.

—Estás proyectando. Siempre haces eso. Crees que soy un espejo de tus propios miedos.

—¿Y tú qué crees que soy para ti? ¿Un salvavidas? ¿Un diario para vomitar tus traumas?

Emily lo mira. Una mirada cargada de amor envenenado.

—No sé. A veces siento que si te pierdo, no soy nadie.

Rhys no responde. Da un paso atrás.

—Ese no es mi problema, Emily. Si te pierdes sin mí, es porque nunca estuviste contigo.

Y entonces ella lo empuja. No con fuerza. Con rabia.
La taza sobre la mesa cae y se rompe.
Silencio. Otra vez.
Un silencio que ya se sentía como hogar.

Presente

Lía ya duerme, o eso parece. Se acuesta con el rostro volteado hacia la pared, como si el mundo no le interesara.

Rhys camina hasta la cocina en penumbra, a buscar agua. No enciende las luces.

Pero alguien ya está ahí.

Asher, apoyado en la encimera, sostiene una botella entre las manos. Lleva puesta la misma chaqueta de siempre, como si nunca la hubiera colgado.

Rhys frunce el ceño.

—¿Asher? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?

—Tranquilo (dice Asher, alzando ligeramente las manos). —Todavía sé cómo abrir una puerta. Aunque parezca que ya no soy bienvenido.

Rhys cruza de brazos, cansado.

—¿Qué quieres?

—Nada. Solo... vi que no estabas solo.

—¿Y?

—Y pensé que era buena señal.

Rhys no responde. El agua corre del grifo en un hilo fino.

Asher toma un sorbo de la botella. Luego lo mira, más serio.

—Solo ten cuidado. No todo lo que llega con la lluvia se queda cuando sale el sol.

—¿Vienes solo a decirme frases crípticas ahora?

—Vengo a recordarte que algunas personas no están preparadas para las versiones rotas de otros. Y tú estás más roto de lo que crees.

Rhys aprieta la mandíbula.

—Te puedes ir, Asher.

—Eso pensé.

Asher se da la vuelta y camina por el pasillo. Esta vez, se escucha claramente la puerta abrirse. Cerrarse. Sin misterio.

Un segundo después, Lía aparece, descalza y con el cabello revuelto.

—¿Todo bien? (susurra).

Rhys asiente, sin girarse.

—No podía dormir.

Ella se acerca. Le toma la mano.

—Ven. No quiero dormir sola.

Rhys la sigue.

Se acuestan en la cama. Sin tocarse. Sin hablar.

Pero hay algo en el aire que no se rompe. Una tregua.
Una pausa entre dos vidas que están aprendiendo a no huir.

Flashback

Emily está sentada en el borde del puente, los pies colgando en el aire nocturno. Rhys se acerca por detrás, sin hacer ruido.

Ella no lo ve.

Él se detiene, como si el suelo quemara.

Aún no sabemos qué va a pasar.

Pero ambos están al borde.
Y ni siquiera lo saben.




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