Vi el final desde el principio

VI. Nuestro primer beso

La tarde se disolvía con lentitud, como si el tiempo se resistiera a avanzar. La ciudad, al otro lado de la ventana, estaba teñida por tonos dorados que rebotaban sobre los edificios húmedos después de una llovizna.

Rhys estaba en la cocina. Un café en la mano, el otro apoyado en el marco de la puerta. Observaba en silencio cómo Lía hojeaba un libro viejo que había encontrado entre los estantes.

—¿Siempre estás así de callado o es solo porque estoy yo? (preguntó sin mirarlo, con una sonrisa que intentaba sonar casual, pero que tenía un leve temblor de curiosidad).

—Así soy (respondió él, con voz tranquila). —Aunque contigo... creo que hablo más de lo normal.

Lía levantó la mirada, divertida.

—¿Eso es un cumplido?

Rhys se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

Una pausa. El silencio volvió, pero era menos pesado, más cómodo. Lía dejó el libro sobre la mesa.

—¿Puedo preguntarte algo? (dijo, caminando hacia él).

Él asintió.

—¿Has estado enamorado?

Rhys no respondió de inmediato. Bebió un sorbo del café. Sus ojos, oscuros, se quedaron fijos en algún punto entre la ventana y su memoria.

—Sí. Una vez.

—¿Y qué pasó?

—Murió (dijo, sin alterar el tono).

El silencio volvió, esta vez con una carga distinta. Lía no insistió, solo asintió con suavidad.

—Lo siento.

Rhys la miró. Algo en sus ojos parecía no estar completamente allí, como si hubiera cruzado una puerta interna. Luego bajó la vista.

—Los doctores dicen que perdí parte de mi memoria después... del accidente (añadió). —Que fue un mecanismo de defensa. Trauma, lo llaman. Hay cosas que aparecen como flashes. Momentos sueltos. Voces, imágenes... olores.

Lía lo miró con una mezcla de asombro y ternura.

—¿Te da miedo recordar?

—No lo sé (respondió, bajando la vista).—Tal vez me da más miedo lo que olvidé.

Un trueno distante interrumpió la conversación. El cielo se había nublado de nuevo, como si el clima fuera una extensión de la mente de Rhys.

—¿Te molesta si me quedo esta noche? (preguntó ella, bajando la voz). —No quiero estar sola.

Él negó con la cabeza.

—No me molesta.

—Gracias.

Cuando ella pasó a su lado para ir al baño, su brazo rozó el de él. Fue un roce casi imperceptible, pero Rhys se quedó quieto, como si algo en su interior se hubiera descompuesto levemente.

Minutos después, la lluvia regresó.

Rhys estaba sentado en el sofá, con las luces apagadas, mirando la nada. Su respiración era estable. Lía salió del baño con una camiseta de él puesta y se detuvo a observarlo. No dijo nada, pero caminó hacia el sofá.

—¿Te importa si me siento contigo un rato?

Él negó de nuevo.

Ella se sentó a su lado. Al principio, no se tocaron. Luego, sin decir nada, Lía apoyó su cabeza en su hombro.

Rhys cerró los ojos. No pensaba en Lía. No del todo. Pensaba en el puente, en el viento, en una llamada que nunca llegó. En una voz que a veces escuchaba en sueños pero que no lograba recordar con claridad. Una voz que sabía que había amado.

—Siento que te conozco de antes (susurró Lía, como si hablara más consigo misma que con él).

Él no respondió. La lluvia siguió cayendo, como un manto que envolvía todo lo que quedaba por decir.

El aire entre ellos dejó de moverse.
Por un instante, ni los relojes se atrevieron a seguir marcando el tiempo.

Lía, con la cabeza apenas inclinada, como si su cuerpo entendiera que las palabras habían terminado, que no hacía falta decir nada más. Rhys la miraba con los labios entreabiertos, la respiración contenida, como si todo lo que había callado estuviera al borde de romperse en forma de un gesto.

El silencio pesaba, pero no era incómodo.
Era denso, cargado, como si alguien hubiera cerrado todas las puertas del mundo y solo quedaran ellos dos respirando en el mismo lugar.

Y entonces ocurrió.

Él dio un paso, solo uno, pero fue suficiente para que ella no se moviera. Lía se quedó ahí, esperándolo, sosteniéndole la mirada como si supiera que en ese momento no iba a caer en las garras de un desconocido, sino en los brazos de alguien que la entendía incluso sin entenderse a sí mismo.

Rhys alzó una mano, temblorosa, y le apartó un mechón de pelo del rostro.
Ese gesto, torpe y suave, lo cambió todo.

La besó.

No fue un beso torpe ni desbordado. Fue un beso cargado de una tristeza antigua y una necesidad urgente. Sus labios encajaron como si hubieran estado esperando encontrarse en otra vida. Fue un beso que no sabía si era el primero o el último, pero que se dio con la desesperación de alguien que quiere salvarse a través de la piel del otro.

Ella respondió como si llevara días esperándolo. Como si hubiera entendido, sin que él lo dijera, que no era un beso para sentirse bien...
era un beso para no sentirse solo.

El mundo se desdibujó.
No hubo ruido, ni dolor, ni memoria.
Solo la forma en que sus bocas encajaban.
Solo la forma en que ambos se aferraban como si hubieran sido arrojados al mismo naufragio.

El corazón de Rhys golpeaba con tanta fuerza que pensó que ella podría sentirlo entre sus labios.
Y tal vez lo sintió.
Tal vez por eso, antes de separarse, Lía le susurró con los ojos cerrados:

—Estás aquí.

Rhys no supo si hablaba de él... o de otra cosa más profunda. Pero en ese instante, se permitió creerlo.

Estaba ahí.
Con ella.
Sin huir.
Sin mentirse.

Y entre ese silencio compartido, con la tormenta acercándose desde el fondo de la noche, el mundo parecía contener el aliento.

Como si supiera que algo estaba por romperse.




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