El silencio tiene filo.
Rhys camina descalzo por el departamento como si cada paso pudiera despertar algo dormido. La taza de Lía sigue sobre la mesa: intacta, con la huella de su labial como una firma que no quiso dejar.
El aire está denso. No tanto por lo que pasó anoche... sino por lo que no pasó.
Se detiene frente a la ventana. Afuera, la ciudad comienza a rugir. Adentro, su mente es una trinchera.
Sus dedos tamborilean sobre la encimera. Mira el celular. Escribe con rapidez:
“¿Estás bien?”
Y lo borra sin pensarlo.
No está seguro de lo que le duele más: la culpa de haberla dejado ir sin preguntar o el miedo de que, si pregunta, confirme que ya no confía en él.
Va a la cocina. Enciende el hervidor. Mira el vapor subir como una señal de alarma. Pero no prepara el té. Solo observa cómo hierve. Cómo burbujea. Cómo parece imitar el caos en su pecho.
Entonces, lo dice. Por primera vez. En voz baja. Como si temiera que las paredes lo escuchen:
RHYS
—¿Y si fui yo?
Se deja caer en el sofá. Aprieta los puños. Cierra los ojos.
Y en la penumbra de sus párpados, algo se enciende: recuerda.
FLASHBACK
UNA SEMANA ANTES DE LA MUERTE DE EMILY
Una terraza. El cielo está teñido de un naranja débil, como si también se estuviera apagando.
Rhys fuma. Emily está junto a la baranda, con la mirada perdida en el horizonte.
EMILY
—Mi padre dice que no puede con dos tormentas a la vez.
RHYS
(la observa, sin entender del todo)
—¿Tormentas?
EMILY
(sin mirarlo)
—Yo soy una. La otra... ya no es mi problema.
Él no responde. El viento mueve su cabello. Ella sigue sin mirarlo.
RHYS
—¿De quién hablas?
Ella se queda en silencio unos segundos. Entonces sonríe, pero no es una sonrisa real. Es de esas que uno usa cuando ya se cansó de llorar.
EMILY
—No importa. Nunca la menciono. Aprendí que hay cosas que, si las nombras, vuelven a doler.
Saca una pequeña foto doblada del bolsillo de su chaqueta. En ella se ve a Emily, de niña, sonriendo. Al lado hay un hombro, parte de un rostro. Otra niña, tal vez. Antes de que Rhys pueda ver más, ella dobla el papel.
EMILY
—Guarda esto. Si un día no estoy, quiero que te acuerdes de quién fui... no de cómo me fui.
Rhys toma la foto. La guarda con cuidado en su chaqueta.
RHYS
—No vas a irte.
Emily no responde. Pero en sus ojos ya había una despedida.
PRESENTE
Rhys abre los ojos. Mira el lugar donde debería estar esa foto, pero no la encuentra.
Algo le aprieta el pecho. Se levanta como si le faltara el aire.
Camina hasta la puerta del baño, la abre con torpeza, y al hacerlo, por un segundo…
ve algo.
No con los ojos, sino con la memoria.
Un sótano. Un olor a humedad.
Una voz gritando su nombre.
Un golpe seco.
Y el rostro de Gregory Hale (el padre de Emily), mirándolo desde la oscuridad como un dios maldito.
Pero entonces parpadea... y todo desaparece.
Siente un escalofrío en la espalda. No sabe si fue una pesadilla o un recuerdo.
Mientras tanto en una cafetería poco concurrida, con ventanales empañados por la lluvia:
Lía se sienta frente a un hombre elegante, de barba recortada y ojos fríos como bisturíes. Él bebe su café con lentitud. Cada gesto es preciso. Intimidante.
Es Gregory Hale.
GREGORY
—¿Y? ¿Recuerda algo?
LÍA
(baja la mirada, incómoda)
—Aún no. Solo fragmentos. Pero empieza a hacer preguntas.
Gregory deja la taza con cuidado. Su rostro se endurece.
GREGORY
—No te acerques demasiado. Si él fue responsable, no quiero que termines igual que Emily.
Lía levanta la vista. Sus ojos se clavan en los de él con una mezcla de dolor y rabia.
LÍA
—No hables de ella así.
Gregory entrecierra los ojos. La evalúa. La mide.
GREGORY
—No olvides por qué estás allí.
Ella respira hondo. Aprieta la servilleta entre los dedos.
LÍA
—Lo sé… padre.
La escena se congela por dentro.
Lía es la hermana de Emily.
Y Rhys está cayendo, una vez más, en un juego que no conoce todas sus reglas.