La biblioteca estaba casi vacía, salvo por el sonido apagado de las teclas y el pasar ocasional de una página. El aire estaba cargado de humedad, y las lámparas proyectaban un brillo amarillento sobre los estantes polvorientos. Rhys llevaba horas sumergido en una maraña de archivos viejos: periódicos digitalizados, informes policiales, recortes olvidados.
Cada palabra sobre Emily parecía repetirse, como si todos hubieran copiado la misma versión oficial. Ninguna sorpresa. Hasta que, casi por accidente, una carpeta mal indexada apareció en la pantalla.
Dentro había varias fotos de vigilancia del puente aquella noche. Las primeras eran rutinarias: ambulancias, policías, curiosos apiñados detrás de las cintas amarillas.
Pero Rhys no estaba buscando eso. Quería el momento exacto.
Accedió a la grabación original y colocó la hora aproximada de la muerte de Emily. El corazón le dio un salto: entre las 21:47 y las 21:51... la cinta estaba vacía. Cuatro minutos de silencio absoluto. Ni un fotograma.
No era un error técnico. Era una omisión quirúrgica.
Quienquiera que hubiese estado en el puente con Emily, alguien que sabía exactamente lo que había pasado... había decidido borrarlo.
La imagen volvió a la vida justo en el instante de la caída. Emily cayendo al vacío, el agua negra abriéndose para recibirla. Y al fondo, en una foto congelada, una silueta quieta, apartada de la escena. Borrosa, pero demasiado definida para ser casualidad. No la reconocía.
Esa foto no era un recuerdo suyo. Era una prueba.
Rhys cerró la carpeta con brusquedad. La foto quedó en su mano, arrugada por la presión de sus dedos.
Y en algún rincón de su mente, la sospecha tomó forma. Gregory Hale.
La ventana mostraba la lluvia cayendo como un telón gris. Gregory estaba de pie, encendiendo un cigarro sin mirar a su hija.
—Pronto recordará lo que pasó (dijo, expulsando el humo con una calma estudiada).
Lía, sentada frente a él, lo observaba con cautela.
—¿Te preocupa lo que recuerde? (preguntó, con un tono que escondía más de lo que decía. Sabía que su padre guardaba algo. Algo que conectaba con aquella noche... y con la muerte de Asher).
Gregory se giró y la fulminó con la mirada.
—¡Recuerda que él está involucrado con la muerte de tu hermana!
Lía no contestó. Sabía que discutir con Gregory era como empujar un muro: solo te desgastabas. Pero, bajo su aparente obediencia, esa semilla de duda crecía.
Rhys salió de la biblioteca con la foto en la mano. La lluvia golpeaba el asfalto y los semáforos teñían el agua de rojo y verde.
Y entonces lo vio.
Asher.
Misma chaqueta, mismo andar despreocupado... como si la muerte no hubiera pasado por él.
—¡Asher! (gritó Rhys, y empezó a correr. Esquivó transeúntes, casi resbaló en la acera. Lo perdió una vez, pero lo volvió a ver doblando hacia un callejón estrecho).
Lo alcanzó allí, apoyado contra una pared húmeda.
—Pero... ¿cómo? Pensé que estabas muerto.
Asher lo miró como si la respuesta fuera obvia.
—Lo estoy.
Rhys sintió que el aire se volvía más pesado.
—Entonces… ¿por qué puedo verte ahora?
—Porque todavía no me has perdonado... (dijo Asher con calma). Y porque no todo terminó aquella noche.
Un parpadeo. Asher desapareció entre la gente que cruzaba al final del callejón.
De camino a casa, Rhys sintió ese cosquilleo instintivo en la nuca. No estaba solo.
Un coche estacionado arrancó justo cuando pasó frente a él. Tras la ventanilla, un destello metálico: una cámara fotográfica, el lente apuntando directo a la foto del puente que aún llevaba.
Intentó ver el rostro, pero la ventanilla se cerró de golpe. El coche giró en la esquina y se perdió en la oscuridad.
El pasillo de su edificio estaba en silencio. Demasiado silencio.
La puerta de su departamento estaba entreabierta.
Entró con cautela. Nada revuelto. Nada roto. Demasiado intacto.
Sobre la mesa del salón, una fotografía que no recordaba: Emily y Lía, sonriendo en un lugar que no podía identificar. En el reverso, con letra desconocida:
"Ella no te lo ha contado todo."
El teléfono sonó. Número desconocido.
Rhys contestó. Una voz distorsionada susurró:
—La misma persona que me seguía a mí... ahora te sigue a ti.
La línea se cortó.