Vi el final desde el principio

XIV. Bajo la lluvia del mismo puente

El agua helada caía sobre su rostro, empapándole hasta los huesos. Rhys respiraba con dificultad, el aire golpeando contra la mordaza que lo asfixiaba. El viento silbaba entre los barrotes del puente, arrastrando el recuerdo de una voz que ya no estaba.

Emily.

El recuerdo de su nombre lo perseguía allí, en el mismo lugar donde la había perdido.

Los hombres que lo sujetaban lo mantuvieron de rodillas, forzando su cabeza hacia abajo. Frente a él, un par de zapatos italianos se detuvieron con calma sobre el asfalto mojado. Gregory Hale descendió del auto, la sombra de su silueta recortándose bajo los faroles.

Caminó despacio, disfrutando de cada paso, como si aquel instante hubiera sido planeado desde siempre.

—Nunca imaginé que volveríamos a encontrarnos aquí, Rhys —dijo con voz serena, apenas audible bajo la tormenta.

Rhys alzó la mirada. El odio en sus ojos era tan feroz que, de no estar atado, habría intentado arrancarle la garganta.

Gregory lo observó con un aire casi paternal, como quien mira a un perro callejero que insiste en morder aunque ya esté vencido.

—Siempre fuiste un estorbo (continuó, sacando un cigarrillo y encendiéndolo bajo la lluvia como si el agua no pudiera tocarlo). —Estabas en el lugar equivocado, con la persona equivocada. Emily nunca debió confiar en ti.

El nombre le atravesó como un cuchillo. Rhys forcejeó contra sus ataduras, gruñendo detrás de la mordaza. Gregory sonrió, disfrutando de su impotencia.

—Ella... era débil (dijo con frialdad). Y cuando se negó a obedecerme, tuve que recordarle lo que estaba en juego. Su silencio... su sacrificio... eran necesarios.

Rhys cerró los ojos, y en su mente la vio: Emily de pie al borde del puente, las lágrimas en los ojos, obligada a mirar hacia abajo mientras el mundo se le derrumbaba. Recordó su risa, sus manos tibias, la vida que Gregory le había arrancado.

La furia en su pecho creció hasta ser insoportable.

Gregory dio una última calada y lanzó el cigarrillo al agua. Luego se inclinó, mirándolo directo a los ojos.

—Y tú, Rhys... (su voz bajó a un susurro). —Tú vas a terminar igual. Aquí. Como un fantasma más de este maldito puente.

Los hombres que lo sujetaban lo hicieron inclinarse hacia el vacío. El abismo estaba allí, rugiendo, llamando con la misma voz que había devorado a Emily.

Por un instante, Rhys pensó que todo terminaba. Que aquella sería la última visión: el rostro satisfecho de Gregory, la lluvia cayendo como cuchillas, y el agua esperando abajo para tragarlo.

Pero entonces ocurrió algo.

Un trueno retumbó en el cielo, y entre el sonido del viento escuchó otra cosa. Una voz.

—Levántate, Rhys.

El tiempo pareció detenerse.

Abrió los ojos con desesperación, buscando el origen. Y allí estaba. De pie, al otro lado del puente, empapado igual que él, con la misma mirada de siempre: firme, leal, imposible de quebrar.

Asher.

Rhys sintió que el corazón se le salía del pecho. No era un recuerdo. No era un delirio. Estaba allí.

El rostro de Gregory cambió apenas un segundo, como si también lo hubiera visto. Un parpadeo rápido, pero suficiente.

—No... —murmuró Rhys, ahogado por la mezcla de dolor y esperanza.

El espectro de Asher dio un paso adelante, y aunque los demás parecían ajenos a su presencia, Rhys lo sintió tan real como el agua golpeando su piel.

“Resiste”, decían sus ojos.

Las manos de Rhys ardieron, su cuerpo entero se sacudió contra las ataduras. Un rugido le atravesó el pecho, más fuerte que el viento, más brutal que la tormenta.

Los hombres lo empujaron hacia adelante, a centímetros del borde. Gregory levantó una mano para dar la orden final.

Y entonces, todo cambió.

Un disparo cortó el aire.

Uno de los matones cayó al suelo, la sangre mezclándose con la lluvia. El caos estalló en un segundo: gritos, otro disparo, el rugido de motores acercándose.

Rhys fue jalado hacia atrás por la confusión, los cuerpos forcejeando a su alrededor. Gregory giró, furioso, buscando de dónde venía el ataque.

Rhys apenas pudo girar la cabeza y vio, entre el humo y la tormenta, una silueta femenina sosteniendo un arma con ambas manos, los ojos encendidos de determinación.

Lía.

El mundo se quebró en mil pedazos.

Gregory gritó su nombre, lleno de furia y sorpresa. Rhys, con el corazón en la garganta, entendió que nada volvería a ser igual.

Ese puente, testigo de tantas muertes, estaba a punto de presenciar algo más grande.

Y la guerra apenas comenzaba.




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