Vi el final desde el principio

XV. No queda nada más

El estruendo de los disparos aún vibraba en el aire cuando Rhys sintió cómo la mordaza se aflojaba en su boca. La sangre corría por sus labios —no sabía si era suya o de alguno de los hombres caídos—, pero nada de eso importaba. Lo único que contaba era la figura que avanzaba hacia él en medio de la tormenta.

Lía.

Caminaba firme, con la pistola aún humeante entre sus manos, sin un solo titubeo en los ojos. Para Rhys, que un instante antes había estado con un pie en el abismo, aquella visión lo devolvió a la vida de golpe. Su corazón latía tan fuerte que parecía querer romperle el pecho.

Gregory gruñó una orden seca. Los dos hombres que quedaban giraron sus armas hacia ella.
—¡No! —rugió Rhys, forzando las ataduras hasta lastimarse las muñecas. El grito le salió áspero, desgarrado, y fue respondido con un rodillazo brutal en las costillas que lo lanzó contra el suelo.
Lía no se movió. Sus manos no temblaban. Apuntó directo al rostro del primero y apretó el gatillo. La detonación sacudió el aire, y el cuerpo del matón se desplomó en la lluvia que comenzaba a borrar sus huellas.
El segundo vaciló, apenas un parpadeo de duda. Y fue suficiente. Rhys se lanzó contra él como un animal herido, con las muñecas aún medio atadas, derribándolo al asfalto.
Rodaron entre charcos y sangre. Un puñetazo lo golpeó en la mandíbula, pero Rhys, con la furia ardiéndole en la garganta, hundió la frente en el rostro del otro hasta quebrarle la nariz. El arma cayó a centímetros. Se lanzó por ella y la alzó, jadeante, empapado, con el cañón tembloroso apuntando a Gregory Hale.
El mundo entero pareció contener la respiración.
Gregory, con el traje pegado a la piel y el rostro sereno, lo observaba sin miedo. Dio un paso al frente, como si la lluvia y el peligro no lo rozaran.
—Mírate, Rhys… —dijo con un suspiro cansado, casi condescendiente—. Siempre convencido de que la violencia puede salvarte. ¿Qué has conseguido? Ni Emily, ni tu amigo… ninguno escapó de mí.
Ese veneno en su voz encendió algo en Rhys. El dedo le tembló en el gatillo, y con un rugido salido de lo más profundo, escupió las palabras que lo habían quemado durante años:
—¡Asher murió por tu culpa, maldito bastardo!
Un relámpago iluminó sus rostros al mismo tiempo. Gregory sonrió, esa sonrisa cruel que parecía grabada en su piel.
—Todos mueren por mi culpa —respondió con calma venenosa—. Y tú serás el siguiente.
Pero no alcanzó a moverse.
Un disparo seco atravesó la tormenta. No fue el de Rhys. Fue el de Lía.
La bala impactó en el hombro de Gregory, haciéndolo tambalear hacia la baranda. La sorpresa en sus ojos se mezcló con un destello de furia. Por primera vez, Rhys lo vio descompuesto, vulnerable.
—No vas a decidir más muertes —dijo Lía con voz firme, sin bajar el arma.
Gregory se sostuvo apenas de los hierros del puente. La rabia le deformaba el rostro mientras escupía sus últimas palabras:
—No entienden… aunque yo caiga, siempre habrá alguien más… siempre habrá—
No terminó.
Rhys se lanzó contra él con toda la rabia que le quedaba y lo empujó sin vacilar.
El cuerpo de Gregory Hale se perdió en el rugido del río, devorado por la corriente que antes se había llevado a Emily. Esta vez no hubo impotencia. Hubo justicia.
El mundo quedó en silencio. Solo la lluvia insistente golpeando el asfalto, borrando poco a poco la escena.
Rhys permaneció de pie, con el arma colgando de su mano, respirando como si aprendiera a hacerlo otra vez. Lía se acercó despacio, y con un gesto firme bajó la pistola que él aún empuñaba.
—Se acabó —murmuró, sosteniéndole la mirada.
Rhys no respondió. Tenía mil palabras ahogadas en la garganta —culpa, amor, rabia, todo mezclado—, pero ninguna era suficiente. Lo único que pudo hacer fue abrazarla.
El contacto fue feroz, desesperado, un ancla en medio de la tormenta. Lía se aferró a él, hundiendo el rostro en su cuello, y por primera vez en años Rhys sintió que podía respirar sin dolor.
El puente, escenario de tantas pérdidas, fue testigo esa noche de algo distinto: dos sobrevivientes que, contra todo, habían elegido no soltarse.
La lluvia siguió cayendo, lavando la sangre, borrando rastros, cerrando un ciclo.
Y cuando se alejaron del borde, tomados de la mano, Rhys entendió que Emily seguía allí, no como un espectro que lo condenaba, sino como un recuerdo que lo empujaba hacia adelante.
Esta vez, no miró atrás.




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