Ramiro y yo, sentíamos la admiración de los demás compañeros de viaje, al ver que estábamos tan felices. Parecíamos una pareja de recién casados.
Entonces yo me pregunté ¿qué va a suceder ahora? ¿Quién va conducir?
¿Cómo llegaremos a destino?
rico té.
Yo no veía nada extraño en este relato, hasta que conocí a Amelia. Estaba en casa de Silvia, cuando suena el teléfono. Era ella, que llamaba, para invitar a Silvia a tomar el té.
Silvia le comentó que estaba con una amiga, que si no le parecía mal lo dejaban para otro día.
Fue entonces cuando Amelia, también me invitó. Partimos en el auto rumbo a la casa de Amelia.
Al entrar tuve la sensación de estar en una sala de exposiciones; todo en perfecto orden, nada fuera de lugar. El brillo de los muebles, la pulcritud de las paredes, el perfume a jazmines, le daban a aquella casa la calificación de soledad.
Durante el té, Amelia no hizo más que hablar del viaje, mientras mostraba las fotos y recordaba aquel penoso viaje hacia Valencia. Todo parecía tan normal, como común.
Un matrimonio, ya maduro, sin niños traviesos en la casa. De qué otra manera podía ser.
Claro que con mi forma de ser, para mí sería imposible tener tanto orden. Pero había algo en las fotos que me llamó la atención. En ninguna foto pude conocer al famoso Ramiro. Supuse que él estaba encargado de sacar las fotos, por está razón no hice ningún comentario mientras mirábamos el álbum.
Después de tomar el té y ver el álbum, con más de 300 fotos, de toda España, decidimos ir a dar un paseo, como para pasar el tiempo. Hablamos de muchas cosas, de nuestros años de juventud. De aquel amor imposible de Silvia, cuando era estudiante y se había enamorado perdidamente del profesor de literatura. De los paseos por la alameda en tardes de primavera. Lo extraño era que Amelia hablaba muy poco e aquella época. Y cuando lo hacía era sólo para recordar cuando Ramiro, pidió su mano, (por que en aquellos tiempos todavía se pedía la mano; era todo un acontecimiento familiar). La familia reunida alrededor de la mesa. Papá en la cabecera, mamá a su lado y el resto........
Siempre había alguna tía solterona, que formaba parte de este consejo de familia. Era la que siempre daba una opinión fuera de lugar, pero bueno era la tía Mechita, había que escucharla. A pesar de que ella nunca tuvo novio.
Lo de Amelia era obsesivo, no hablaba de otra cosa que no fuera Ramiro. Ya estaba un poco harta de escuchar siempre lo mismo. De manera que me despedí de las dos y regrese a mí casa. No sin antes planear otro encuentro con Silvia.
Habían pasado cinco días cuando me entero por Lucrecia, que Silvia estaba full time con Amelia, que había sufrido una especie de crisis nerviosa. Pero que gracias a Dios, ya se estaba recuperando.
Ni bien deje de hablar con Lucrecia, llamé por teléfono a Silvia, quien me contó algo de lo ocurrido. Antes de terminar la charla prometió pasar por casa para contarme mejor la historia. Qué a está altura de las cosas, se ponía más que interesante.
Amelia que te lo cuento me mata.