Sin saber porque, o tal vez pensando que mi intervención podía ayudar a esta pobre mujer y también a mi amiga Silvia, dije muy despreocupada.
Silvia, se puso pálida, quiso destruirme con la mirada. En cambio Amelia, me miró con sus grandes ojos negros y con voz muy suave y serena me contesto.
Ya lo sé. Hace muchos años que su cuerpo se marchó de mi lado. Pero su alma, su espíritu, están aquí, en esta casa, conmigo. Sé que no tengo su cuerpo. Pero tengo lo más importante. Tengo mi amor por él. Tengo su amor.
Amelia, no quiero que me mal intérpretes, pero realmente me pone muy mal verte así. Creo que no mereces seguir torturándote. Ramiro te jugo una mala pasada, debes olvidarlo, comenzar una nueva vida sin él. ¿Por qué no dejas está casa?, que sólo te provoca dolor.
Silvia, al ver que la conversación se tornaba cada vez más tensa, decidió darle un corte. Y mirándome muy fijo a los ojos dijo:
Amelia, no aceptaba su verdad.
Sólo me limite a darle un fuerte apretón de manos.
Nos marchamos. En el viaje de regreso a casa ninguna de las dos dijimos una palabra. Pero en el ambiente se sentían los reproches de Silvia. Fue por eso que antes de bajar del auto dije:
Nos despedimos, sin hacer más comentarios