Había pasado más de una semana, sin tener noticias de mis amigas; me sentía culpable, por haber intentado ayudar y por el contrario había puesto todo peor. Por esa razón tampoco las había llamado por teléfono. Cuando una tarde, al regresar a casa, encuentro un mensaje en el contestador.
Miré mi reloj, eran las 5:30, me quedaba muy poco tiempo. Sin pensarlo más salí y tome un taxi. Cuando llegue, ya estaba allí Silvia. Ella abrió la puerta. Se la veía muy bien, hasta podría llegar a decir que feliz.
En ese momento entraba Amelia al living.
Dijeron las dos al unísono. Pero como era temprano, decidimos ir a ponernos hermosas. Silvia me acerco hasta casa, prometiendo pasar luego, para que juntas buscáramos a Amelia.
Mientras me cambiaba de ropa, pensé que sería una buena idea llevar la cámara fotográfica. Grabar para el recuerdo aquel momento tan importante para Amelia, como era el comenzar a vivir.
Pasamos una noche maravillosa, plena de alegría. Todo nos causaba risa, todo lo veíamos bien. Saque la mitad del rollo de fotos. La otra mitad la guardaba para el aeropuerto.
De regreso, las tres nos prometimos volver a reunirnos, pero la próxima vez sería en España.
Y llego el día de la partida. Silvia y Amelia, pasaron a buscarme y nuevamente las tres juntas partimos rumbo al aeropuerto. Una vez allí, después de realizar los trámites de embarque, me dispuse a terminar mi rollo de fotos. No sin antes, prometerle a Amelia, enviarle copia de todas las fotos.
La vimos partir, serena, segura, hasta podría llegar a decir que feliz y libre de fantasmas.
Recuerdo, que demoré más de una semana en llevar a revelar el rollo. Y ahora pienso que no debí llevarlo jamás.
La tarde era hermosa, el sol comenzaba a esconderse; una brisa suave y cálida le daba al pueblo un encanto especial. Llegamos al negocio caminando despacio, como si algo nos fuera frenando el paso. Después de hacer los saludos correspondientes (de buena educación, por supuesto), le solicite mis fotos.
Parece que no le pasaron los años.
Aterradas, tomamos las fotos y con espanto vimos que en cada una de ellas, estaba
él.
Sí, siempre junto a Amelia. Tomándola de la cintura, del hombro, abrazándola o detrás de ella y nosotras. No era posible. Nos miramos aterradas, era tal nuestro asombro y miedo a la vez, que casi me retiro sin pagar.
Una vez en la calle, ninguna de las dos nos animábamos a decir palabra. Hasta que
por fin Silvia dijo:
Las dos sabíamos que no, que nadie que estuviera en su sano juicio podía explicar la presencia de Ramiro en las fotos
Llegamos a casa en silencio. Y sin pensarlo demasiado comencé a quemar las fotos, ante la mirada atónita de Silvia.
Al quemar la última foto, donde Amelia subía las escaleras del avión y se la veía tan feliz, comprendimos su felicidad; Ramiro estaba junto a ella.
Jamás volvimos a saber nada de Amelia.
Silvia y yo preferimos olvidar la historia. Y yo, jamás volví a sacar fotos.