Malia
El ambiente estaba lleno de luces suaves y risas animadas. Era una noche que prometía ser especial, pero terminó marcándome para siempre. Estaba en el centro del salón, recibiendo las felicitaciones de nuestros amigos por mi reciente ingreso, cuando de repente él entró, luciendo despreocupado, y sorprendido por la fiesta.
— ¿Qué pasa? —preguntó al notar mi expresión. Yo no podía hablar. Mis manos temblaban, apretando el control remoto del proyector.
Las imágenes comenzaron a proyectarse en la pared detrás de él.
Fotos de él abrazando a otra chica, sonriendo como si no existiera el peso de nuestra relación. Su risa, su cariño... todo lo que había prometido que era mío, estaba ahí, compartido con alguien más. La sala quedó en silencio. Todos los invitados se giraron a mirar, primero la pantalla, luego a él, y finalmente a mí.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras señalaba las imágenes. La traición dolía más de lo que creí posible.
—Esto es lo que haces allá? —dije, mi voz quebrándose con cada palabra. No espere una respuesta. No quería escuchar excusas.
Él intentó acercarse, su expresión se tornó desesperada.
—Malia, escúchame, no es lo que parece. Déjame explicarte. Ivy y Lucila se interpusieron entre los dos antes de que pudiera seguir hablando. Se veía como si acabara de ver un fantasma, lo que vio es su mentira descubierta.
—No te atrevas a acercarte —dijo Ivy con furia en sus ojos. Lucila tomó el control de la situación y comenzó a echar a todos antes de que alguien empezara a hacer algo.
—La fiesta terminó. Fuera, todos —dijo con firmeza mientras señalaba la puerta.
El resto de las personas, incómodas por la escena, comenzaron a salir sin decir palabra.
—Mali, déjame explicarte no es lo que crees— me hablo tomándome de la mano antes de que pudiera retirarme a mi cuarto.
_¡No me toques¡ Estamos comprometidos, tu familia esperaba nuestro matrimonio el próximo año, mi hermana se encargo de ver la iglesia¡_ le grite mientras me zafaba de su agarre a la vez que sentía como si algo me estrujara el pecho.
—Fue cosa de una sola noche¡ no significa nada! — le siguió hablando como si eso fuera a hacer alguna diferencia. —por favor, escúchame¡.
—¡No Frank¡ ¡Significa todo en una persona, la fidelidad y el compromiso de respetar a la persona que supuestamente ama!
Él insistió, pero Lucila lo tomó del brazo y lo empujó hacia la salida.
—No vuelvas a buscarla. Ya hiciste suficiente daño.
Yo apenas podía moverme. Podía escuchar los golpes y gritos que lanzaba afuera de la puerta.
—¡Lárgate si no quieres que llame a seguridad¡ — le grito Ivy desde adentro con furia.
—¡No te metas Ivy, no es contigo¡ —Le siguió gritando mientras golpeaba la puerta.
—¡Es mi amiga maldito animal, claro que si tiene que ver conmigo, ahora lárgate antes de que llame a que te saquen de patadas¡—Le volvió a gritar mientras se acercaba a consolarme pero solamente me aparte con un sollozo ahogado, me encerré en mi cuarto, ignorando los intentos de mis amigas por consolarme.
Me dejé caer en la cama, envolviéndome con las sabanas mientras me desahogaba, mirando el con el anillo aún en mi dedo, recordando todas las palaras bonitas que me dijo, cuando me presento a sus padres, como había ido a la tumba de mamá a presentarlo, como mi hermana lloro emocionada mientras cenábamos juntos. El peso de las memorias me aplastaba. Cerré los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera desterrar las imágenes de su sonrisa, de los momentos felices que parecían tan lejanos, casi irreales. Pero cada lágrima que corría por mi rostro parecía traer consigo otro recuerdo, como si mi corazón se empeñara en torturarme.
El sonido de los golpes y gritos se desvaneció lentamente, hasta que el silencio llenó el apartamento. Escuché murmullos suaves detrás de mi puerta. Ivy y Lucila seguían ahí, hablando en susurros, tal vez intentando decidir qué hacer conmigo. Pero yo no quería verlas. No quería ver a nadie.
Me quité el anillo lentamente, mis dedos temblando al hacerlo. Era como si al soltarlo estuviera arrancándome una parte de mí misma. Lo dejé sobre la mesita de noche, donde brillaba bajo la tenue luz de mi lámpara, otro regalo lleno de mentiras.
"¿Cómo llegamos a esto?" Pensé, mi mente aún atrapada en un torbellino de emociones. Todo había parecido tan perfecto al principio, tan lleno de promesas. Pero las mentiras, las traiciones, y los secretos ocultos detrás de su sonrisa... todo se había desmoronado en un instante.
Las llamadas no tardaron en aparecer en mi teléfono, mi hermana a quien ignora con algo de dificultad, Frank, mensajes de gente a quien en estos momentos no quería ver, un número desconocido quien me había enviado las dichasas pruebas.
Un ligero golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Fue suave, casi vacilante.
— ¿Malí? —La voz de Lucila estaba cargada de preocupación. — Por favor, déjanos entrar.
Quería gritarles que se fueran, que me dejaran lidiar con esto a solas. Pero en el fondo, sabía que no podía. No esta vez. Respiré hondo, intentando calmar el dolor en mi pecho, y me levanté lentamente de la cama. Mis piernas se sintieron débiles, pero logré llegar a la puerta.
Cuando la abrí, Lucila e Ivy me miraron con ojos llenos de compasión. No dijeron nada, solo me abrazaron. Sus brazos eran un refugio que no sabía cuánto necesitaba hasta ese momento. La barrera que había construido se rompió, y me dejó llevar por el llanto, sintiendo que, por primera vez, no estaba completamente sola y que mis amigas no me abandonarían.
Después de un rato, cuando mis lágrimas comenzaron a calmarse, Ivy se separó un poco y me miró directamente a los ojos.
—Tú vales más que esto —dijo con firmeza. —Ese imbécil no merece ni un segundo más de tu tiempo.
Lucila ascendió, tomando mi mano.
—No es el fin del mundo, de tu compromiso si pero no del mundo— me hablo, costa a eso Ivy le dio un pequeño golpe en la cabeza.