Malia
Alguna vez sienten cuando están durmiendo que de repente se caen, bueno eso siento cada vez que subo a un maldito avión. Según Lucila es que he visto demasiadas películas donde el avión se cae y que mi cerebro lo relaciona cada vez que subo a un pájaro de metal pero eso sucede en el 1% de los casos así que tendría que estar de muy mala suerte para que eso suceda.
En el camino casi no estaba pensando en nada más que en los últimos dos días, después de todo lo que paso el viaje que estábamos adelantando era más necesario de lo que creía, unos veinte minutos después de llegar al aeropuerto, bajamos las maletas y nos encaminamos directo al área de las maletas, Ivy se encargo primero de depositarlas para después irnos las tres a la cafetería y pedir algo de comida antes de que comenzara el viaje.
—Aun no creo de verdad que estemos en camino a España- Hablo Ivy mientras tomaba un sorbo de café.
—Te apoyo, sinceramente jamás pensé en el intercambio hasta el 4 ciclo—admití mientras me recostaba en la silla con mi vaso de café en las manos, cuando de la nada veo a la persona que mas odio en estos momentos entrando por la puerta de la cafetería... mi respiración se cortó casi al instante. Allí estaba Frank, con su mirada oscura y determinada, escaneando el lugar hasta que sus ojos se encontraron con los míos. El café que tenía en las manos casi se me cae al suelo. Ivy y Lucila, al notar mi reacción, se dieron la vuelta para ver lo que ocurría, y la tensión se apoderó de nuestra mesa.
—No puede ser... —susurró Ivy, entrecerrando los ojos como si estuviera lista para levantarse y enfrentarlo.
— ¿Qué demonios hace aquí? —preguntó Lucila con incredulidad, mientras yo intentaba recuperar la compostura.
Frank comenzó a caminar hacia nosotras, sus pasos firmes, y la gente en la cafetería parecía desvanecerse. Todo mi cuerpo se tensó. No quería escuchar sus excusas ni sus súplicas; ya había tomado mi decisión. Pero sabía que él no estaba aquí para aceptar un no por respuesta.
—Malia —dijo, su voz baja, pero cargada de determinación cuando llegó a nuestra mesa. — ¿Podemos hablar? Solo tú y yo.
—No —respondió Ivy antes de que yo pudiera decir algo. —Ella no tiene nada que decirte, y tú no tienes nada que hacer aquí.
Lucila se cruzó de brazos, su postura desafiante. —Ya la buscaste antes y ahora aquí. ¿Cuál es tu límite, Frank? ¿No te queda algo de dignidad?
—Esto no es asunto de ustedes —les espetó, con el rostro endurecido. Luego volvió su atención hacia mí, ignorándolas por completo. —Malia, por favor, no te vayas así. Solo escúchame.
Lo miré fijamente, sintiendo cómo la mezcla de rabia y tristeza comenzaba a hervir dentro de mí. Sus ojos tenían esa intensidad que en el pasado me había conquistado, pero ahora solo despertaban en mí el recuerdo de las promesas rotas y el dolor.
—Frank, no sé qué esperas que diga —le respondí finalmente, mi voz firme aunque mi corazón temblaba. —Tú y yo ya no tenemos nada que resolver. Lo nuestro terminó, y ahora estoy comenzando algo nuevo. No voy a dejar que sigas interfiriendo.
Él negó con la cabeza, como si no pudiera aceptar mis palabras. —No quiero perderte, Malia. Sé que cometí errores, pero podemos arreglarlo. Todo esto... esto es una reacción exagerada.
— ¿Reacción exagerada? —espeté, alzando la voz sin poder evitarlo. —¿Qué parte de todo lo que hiciste crees que fue pequeña?.
Sus ojos se oscurecieron, y por un momento, pareció que iba a replicar, pero algo en mi tono debía dejarle claro que no iba a retroceder.
—Por favor, solo dame una oportunidad más... —intentó, pero Lucila se levantó de golpe, interponiéndose entre él y la mesa.
—Basta, Frank. Ella ya decidió, y si no te largas ahora, vamos a llamar a seguridad.
Ivy también se levantó, su mirada tan afilada como una daga. —Te lo estamos diciendo por las buenas. Sal de aquí.
_Esto no termina...
Frank me lanzó una última mirada, como si estuviera esperando que cambiara de opinión. Pero no lo hice. Finalmente, soltó un suspiro frustrado y dio media vuelta, alejándose a regañadientes. Mi corazón latía con fuerza mientras lo veía desaparecer por la puerta.
—Ese tipo no tiene remedio —murmuró Ivy, volviendo a sentarse.
Sentí que el aire en la cafetería se había vuelto pesado después del enfrentamiento con Frank, así que me levanté con la excusa de querer tomar un poco de aire. Mis amigas me miraron, dudando si debían seguirme, pero las tranquilicé con un gesto. Necesitaba un momento sola para recuperar la calma.
Con un café recién comprado en la mano, caminé hacia una de las ventanas grandes del aeropuerto. Mi mente seguía enredada en el caos de los últimos días. Tan distraída estaba que no noté a la figura que salió apresuradamente de una puerta cercana.
El choque fue inevitable. El café de mi mano se volcó, empapando mi vestido y parte del impecable traje azul marino del hombre que estaba frente a mí. Mi mirada subió rápidamente desde la mancha hasta su rostro, encontrándome con unos ojos claros y una expresión de incredulidad mezclada con molestia.
—¿En serio? —dijo, mirándome de arriba abajo como si fuera un desastre andante. Su tono era seco, con un marcado acento español.
—¡Lo siento muchísimo! —me apresuré a decir, sacando un pañuelo de mi bolso y ofreciéndolo—. No fue mi intención, estaba distraída.
El hombre tomó el pañuelo con un gesto elegante, aunque su expresión seguía siendo seria. Lo observé más detenidamente: su puerta impecable, el traje claramente hecho a medida, y una seguridad que lo rodeaba como si supiera que siempre tendría el control de cualquier situación.
— ¿Distraída? —repitió, su voz teñida de sarcasmo—. Bueno, está claro que no todos podemos permitirnos ese lujo en un aeropuerto.
Sentí cómo mi cara se encendía. Su actitud egocéntrica hacía que mi vergüenza se transformara rápidamente en indignación.