Malia
Me desperté de golpe, justo cuando el avión comenzó a suavizarse tras una ligera turbulencia. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que mis dos amigas estaban profundamente dormidas. Lucila roncaba suavemente, una prueba de que no había nada que la pudiera sacudir de su sueño, mientras Ivy se había abrazado en su asiento, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.
Pero, para ser honesta, lo que más me molestaba no eran los ronquidos de Lucila. Lo que realmente estaba matando mi paz era el ruido constante de la respiración de Lucila, que me resultaba más fuerte de lo normal. Mi cabeza estaba a punto de estallar, y por más que intentaba acomodarme en mi asiento, no podía encontrar una posición cómoda.
Necesitaba algo. Y sabía exactamente qué: tampones para los oídos. Era mi salvación en momentos como estos. Así que, sin pensarlo demasiado, decidí levantarme y dar una pequeña caminata por el pasillo.
El avión estaba tranquilo, y me di cuenta de que no había mucha gente despierta en ese momento. Mientras me deslizaba cuidadosamente entre los asientos, me encontré frente a una pequeña puerta. El cartel decía "Bar de Primera Clase". Parecía que nadie más había tenido la idea de tomarse un descanso allí, y al ver que el espacio estaba vacío, me aventuré a entrar.
Dentro, el ambiente era cálido y acogedor. Había una barra luminosa que parecía estar esperando a alguien para atenderla. Las botellas de licor brillaban en los estantes, pero lo que realmente me llamó la atención fue la pequeña selección de artículos de confort: algunos tapones para los oídos, mantas suaves y hasta una pequeña máquina de café expreso.
Me acerqué a la barra, tomé un par de tampones para los oídos y, con una sonrisa de satisfacción, me los metí en el bolsillo de mi chaqueta. Mientras me daba la vuelta para irme, me encontré con el chico del café, que estaba de pie junto a la barra, como si hubiera estado esperando a que alguien viniera.
—¿En busca de algo más que tranquilidad? —dijo, levantando una ceja.
—Básicamente —respondí, con una sonrisa cansada. —Necesito algo que me permita sobrevivir a los ronquidos de mi amiga sin perder la cordura.
Él río, claramente divertido por mi sinceridad.
— ¿Estás seguro de que son los ronquidos lo que te mantiene despierto? —preguntó en tono burlón.
En ese momento, algo dentro de mí se revolvió. No pude evitar recordar la última conversación que había tenido con Frank antes de irme, cuando aún estaba llena de dudas y sentimientos no resueltos. La verdad era que sí, los ronquidos de Lucila me mantenían despierta, pero también había una mezcla de emociones atrapadas que me pesaban más que cualquier sonido. La incertidumbre, la tristeza, el sentimiento de abandono. Y ahora, al estar cara a cara con este chico, algo me hacía recordar que no todo estaba resuelto en mi vida.
Suspiré, bajando la mirada por un momento, buscando las palabras adecuadas. Pero al final, solo respondí con una sonrisa algo forzada, intentando suavizar la sensación incómoda que me había invadido.
—A veces las cosas no son tan simples como parecen —respondí, mi tono más serio de lo que pretendía.
Él levantó una ceja, como si notara el cambio en mi actitud, pero no insistió más. En su lugar, su expresión se suavizó un poco, como si quisiera cambiar de tema, dándome un respiro.
—Lo siento si te hice sentir incómodo. Solo estaba bromeando —dijo, su tono ahora más calmado.
Me sentí algo aliviada al escuchar sus palabras. No quería que esta interacción se volviera incómoda o tensa. Así que, con una sonrisa más genuina, asentí.
—No pasa nada, es solo... que, a veces, las preguntas tienen más peso del que uno espera —murmuré, mientras intentaba no darle demasiada importancia al malestar que había surgido momentáneamente.
Hubo un silencio breve, y luego él, al igual que yo, pareció relajarse.
—Entiendo —respondió él, mirando hacia la salida del bar, como si estuviera buscando una forma de cambiar el rumbo de la conversación. —Entonces, ¿esos tampones para los oídos te ayudarán o planeas pedir algo más fuerte?
Reí un poco, aliviada por la ligereza de su comentario.
—Creo que los tampones para los oídos serán suficientes por ahora —respondí con una sonrisa más relajada, mientras me dirigía hacia la salida. —Gracias por... hacerme olvidar un poco los ronquidos.
Él ascendió, y antes de que pudiera continuar, me di la vuelta para irme, sintiéndome un poco más ligero. En ese instante, su presencia ya no me parecía tan incómoda, y aunque había algo en mí que aún no estaba completamente resuelto, al menos el breve intercambio me permitió olvidarme un poco de mis propios pensamientos.
Volví a mi asiento, me coloqué los tampones para los oídos, y aunque Lucila seguía con sus ruidos, por fin pude descansar un poco más tranquila. Y mientras me acomodaba, no pude evitar pensar que este viaje, aunque lleno de imprevistos, podría ser una oportunidad para dejar atrás el peso de los últimos días.
Al día siguiente, me desperté al sentir la suave vibración del avión mientras el sol comenzaba a colarse a través de la ventana. Me estiré lentamente, tratando de sacudirme el sueño. Miré a mi alrededor: Lucila e Ivy seguían profundamente dormidas, abrazadas a sus almohadas, mientras que la mayoría de los pasajeros empezaban a despertar.
El chico del bar, sentado en su asiento, me miró de reojo y, al notar que me había despertado, me saludó con una pequeña sonrisa.
—Buenos días —dijo en voz baja, sin quitar los ojos de la ventana.
—Buenos días —respondí, aún medio somnolienta, pero agradecida de que al menos no se notara mi nerviosismo de la noche anterior.
Me pasé una mano por el cabello y luego observé hacia el pasillo del avión, donde algunas personas ya estaban comenzando a moverse, recogiendo sus cosas mientras los anuncios en el altavoz indicaban que pronto llegaríamos a nuestro destino.