Hay viajes que se planean durante meses y otros que empiezan sin avisar. Algunos quedan registrados en fotos, anécdotas y risas compartidas. Otros, en cambio, se guardan en un lugar más profundo: ahí donde algo cambia para siempre, aunque no sepamos explicarlo del todo.
Esta historia nace de uno de esos viajes.
Un grupo de chicos y chicas llega a un lugar que parece quieto, silencioso, casi inmóvil. Un lago. Un bosque. Unos días lejos de casa. Nada extraordinario, a simple vista. Y sin embargo, hay sitios que no se limitan a ser paisaje. Hay lugares que recuerdan, que observan, que esperan. Lugares que responden cuando alguien se detiene a escuchar.
Crecer no siempre es avanzar sin mirar atrás. A veces es aprender a prestar atención, a cuidarse entre pares, a sostener lo que no tiene nombre pero sí sentido. A descubrir que no todo lo importante se ve, ni todo lo valioso se explica. Que el vínculo —con los otros, con la naturaleza, con la memoria— también es una forma de responsabilidad.
Esta novela no busca dar respuestas cerradas ni moralejas evidentes. Invita a acompañar un proceso: el de una despedida, el de una amistad que se transforma, el de un grupo que empieza a entender que escuchar es un acto tan poderoso como hablar.
Tal vez, al terminar estas páginas, el lector también sienta que algunos lugares lo miran de otra manera. O que ciertas historias no se leen solo con los ojos, sino con la calma de quien está dispuesto a recordar.
Porque hay viajes que terminan al volver a casa.
Y otros que recién empiezan ahí.
Editado: 17.12.2025