Viaje De Egresados

CAPÍTULO 3: El lago que observa

El sendero bordeaba el lago durante un tramo largo y silencioso. A esa hora de la mañana, el sol se filtraba entre las ramas altas y dibujaba manchas de luz sobre el agua. Desde lejos, el lago parecía tranquilo, casi inmóvil. De cerca, en cambio, Luna tuvo la sensación de que nunca estaba del todo quieto.

—No se separen del grupo —advirtió el guía—. Este bosque es fácil para perderse si uno se distrae.

Luna caminaba entre Mora y Tomás. Cada tanto, miraba el lago de reojo. No sabía por qué, pero sentía que si lo miraba de frente demasiado tiempo, algo iba a pasar.

—¿Seguís pensando en lo de anoche? —le preguntó Tomás en voz baja.

—Sí —admitió ella—. No fue solo un sueño.

—Capaz que es la primera vez que estás tan lejos de casa —dijo él—. A mí me pasó una vez en la colonia.

Luna asintió, aunque no estaba convencida. No era nostalgia. Era otra cosa. Algo más profundo.

Más adelante, Santi se había adelantado unos pasos. Caminaba despacio, tocando los troncos, mirando el suelo, como si siguiera señales invisibles.

—Ese chico vive en su propio mundo —murmuró Benjamín.

—O tal vez el mundo le habla a él —respondió Mora, sin mirarlo.

El grupo se detuvo en un claro. El guía explicó que ese sería el punto más cercano al lago al que podían llegar ese día. El agua estaba a pocos metros, separada por una franja de piedras lisas.

—No se acerquen más de lo indicado —dijo—. El lago es profundo y engañoso.

Esa palabra quedó flotando en el aire: engañoso.

Mientras los demás sacaban fotos o se sentaban a descansar, Luna se quedó quieta. El lago reflejaba el cielo con una precisión inquietante. Si no fuera por un leve movimiento en la superficie, podría haber jurado que era un espejo.

Entonces lo sintió.

Una presión suave en el pecho.

Como si alguien la mirara.

No desde la orilla.

Desde adentro.

—Luna —susurró una voz.

No la escuchó con los oídos. La sintió en la cabeza, en el cuerpo entero. Dio un paso atrás, sobresaltada.

—¿Te pasa algo? —preguntó Mora, acercándose.

—Nada... creo —respondió Luna—. ¿No escuchaste eso?

Mora negó con la cabeza.

—Solo el agua.

Pero Luna sabía que no había sido solo eso.

Santi estaba de pie, muy cerca del límite marcado por el guía. Tenía la vista fija en el lago.

—No está vacío —dijo de pronto.

Todos lo miraron.

—¿Cómo? —preguntó Tomás.

—El lago —aclaró Santi—. No está vacío. Nunca lo está.

—Bueno, claro —dijo Benjamín, forzando una risa—. Tiene peces.

Santi negó lentamente.

—No hablo de eso.

Un escalofrío recorrió al grupo.

—Volvemos —anunció el guía—. Ya es hora.

Mientras regresaban por el sendero, Luna caminaba en silencio. Cada paso la alejaba del lago, pero la sensación no desaparecía. Al contrario: crecía.

Como si el lago no necesitara que ella estuviera cerca para verla.

Al mediodía almorzaron en las cabañas. El ambiente era más distendido, pero algo había cambiado. Las conversaciones eran más cortas. Las risas, más suaves.

—Esta noche hay fogón —dijo Benjamín—. Ahí seguro se nos pasa lo raro.

—O empieza —respondió Mora, medio en broma.

A la tarde tuvieron tiempo libre. Algunos jugaron a la pelota. Otros se quedaron en las cabañas. Luna decidió caminar un poco sola, sin alejarse demasiado. Necesitaba pensar.

El bosque estaba tranquilo. Los árboles parecían iguales entre sí, pero Luna empezó a notar pequeñas diferencias: un tronco torcido, una piedra con forma extraña, una rama caída formando un círculo casi perfecto.

Se detuvo.

Algo brillaba entre las hojas.

Se agachó y apartó la tierra con cuidado. Era una piedra lisa, oscura, con una marca grabada. No era un dibujo cualquiera. Parecía un símbolo.

Cuando la tocó, sintió un calor leve en la palma de la mano.

—¿Qué encontraste?

Luna dio un salto. Era Tomás.

—Nada... bueno, esto —dijo, mostrándole la piedra.

Tomás la observó con atención.

—Parece vieja.

—No sé por qué estaba ahí —dijo Luna—. Sentí que tenía que levantarla.

Tomás frunció el ceño.

—Capaz que alguien la perdió.

Pero Luna sabía que no era eso.

Guardó la piedra en el bolsillo, con cuidado, como si pudiera romperse.

Esa noche, el fogón iluminó el claro frente al lago. Las llamas bailaban y las sombras se movían detrás de los árboles. El guía contó historias del lugar: de montañas, de viajeros, de pueblos que habían vivido ahí mucho antes.

—Dicen que el lago cuida lo que es suyo —dijo, sin darle demasiada importancia—. Por eso hay que respetarlo.

Luna apretó la piedra en el bolsillo.

El lago estaba oscuro.

Quieto.

Atento.

Y por primera vez, Luna tuvo la certeza de que no solo los observaba.

Los estaba esperando.



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En el texto hay: misterio, amistad, egresados

Editado: 17.12.2025

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