Viaje De Egresados

CAPÍTULO 4: La primera señal

Después del fogón, nadie quiso ser el primero en irse a dormir. Las brasas seguían encendidas y el lago, a pocos metros, era una mancha oscura que parecía más grande que durante el día. El guía apagó la linterna y, por un momento, solo quedaron la luz anaranjada del fuego y las estrellas.

—Mañana seguimos con las actividades —dijo la seño Clara—. Ahora, a descansar.

Hubo quejas suaves, risas apagadas, pasos que se alejaban por el sendero. Luna caminó con Mora y Tomás hasta las cabañas. El bosque estaba distinto a la noche: más profundo, más silencioso, como si respirara despacio.

—¿Vos también sentís que algo cambió? —preguntó Mora, bajando la voz.

Tomás se encogió de hombros.

—Capaz que nos sugestionamos con las historias.

Luna no respondió. Tenía la mano metida en el bolsillo de la campera, tocando la piedra. Desde que la había encontrado, no había dejado de sentirla tibia, como si guardara un resto de calor propio.

En la cabaña, las chicas se acostaron rápido. El cansancio del día cayó de golpe. Sin embargo, a Luna el sueño no le llegaba. Miraba el techo de madera, contando las sombras que dejaban las ramas al moverse con el viento.

Entonces, la piedra vibró.

No fue un movimiento brusco. Fue apenas un temblor, casi imperceptible, como el latido de un corazón muy pequeño. Luna se incorporó de inmediato. Sacó la piedra del bolsillo y la sostuvo entre las manos.

La marca grabada parecía más clara que antes.

—No puede ser —susurró.

—¿Qué pasa? —murmuró Mora desde la cama de al lado.

—Nada... creo —dijo Luna, dudando—. ¿Estás despierta?

—Un poco —respondió Mora—. Soñé que me llamaban.

Luna sintió un nudo en la garganta.

—¿Quién?

—No sé —dijo Mora—. No era una persona. Era... como el agua.

El silencio volvió a llenar la cabaña. Luna escondió la piedra debajo de la almohada y se acostó otra vez. Cerró los ojos con fuerza, como si eso pudiera ordenar todo.

No funcionó.

El sueño la llevó de nuevo al lago.

Esta vez, no estaba sola. Había otras figuras a su alrededor. No podía verles la cara, pero sabía que eran ellos: Tomás, Mora, Santi, Benjamín. Estaban de pie, en círculo, frente al agua.

El lago se movía despacio.

Desde el fondo, algo ascendía. No era una criatura ni una sombra definida. Era una presencia. Una conciencia antigua.

El agua habló sin palabras.

Todavía recuerdan.

Luna quiso preguntar qué, pero el sueño se rompió como un vidrio.

Se despertó sobresaltada.

Afuera, alguien gritaba.

—¡Seño! ¡Vengan rápido!

Las luces se encendieron de golpe en las cabañas. Pasos apurados. Voces confundidas. Luna se puso la campera y salió corriendo con los demás.

En el claro frente al lago, un grupo de chicos señalaba el agua. La superficie ya no estaba quieta. Círculos lentos se expandían desde el centro, como si algo enorme respirara debajo.

—¿Alguien se metió al lago? —preguntó la seño Clara, alarmada.

—¡No! —respondieron varios a la vez.

Santi estaba quieto, con la mirada fija en el agua.

—No es alguien —dijo—. Es algo.

El viento se levantó de repente. Las ramas se agitaron y el fuego del fogón, ya apagado, dejó escapar una última chispa. El lago emitió un sonido profundo, grave, parecido a un suspiro largo.

Entonces, todo se detuvo.

El agua volvió a quedarse quieta. El viento cesó. El bosque recuperó su silencio.

—Debe haber sido un pez grande —dijo uno de los adultos, intentando tranquilizar—. O un cambio de temperatura.

Pero nadie parecía convencido.

—Vuelvan a las cabañas —ordenó la seño Clara—. Mañana hablamos de esto.

Luna regresó caminando despacio. Sentía las piernas débiles. En el bolsillo, la piedra estaba caliente, más que nunca.

Antes de entrar, se dio vuelta una última vez.

El lago reflejaba la luna llena.

Perfecto.

Inmóvil.

Pero Luna ya lo sabía.

Esa había sido la primera señal.

Y no sería la última.



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En el texto hay: misterio, amistad, egresados

Editado: 17.12.2025

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