La mañana siguiente amaneció nublada. Una capa de niebla baja cubría el lago y se metía entre los árboles como un animal lento. Desde las cabañas, apenas se distinguía el agua.
—Parece otro lugar —dijo Benjamín, asomándose por la ventana del comedor.
—Es el mismo —respondió Santi—. Solo que hoy se deja ver menos.
Nadie comentó esa frase, pero varios levantaron la vista al mismo tiempo.
Durante el desayuno, el episodio de la noche anterior flotaba en el aire. Nadie lo mencionaba directamente, aunque todos pensaban en lo mismo. Las cucharas chocaban contra los platos con un sonido más fuerte de lo habitual.
—Hoy cambiamos el plan —anunció la seño Clara—. Vamos a hacer actividades cerca de las cabañas. Nada de senderos largos.
Hubo algunas protestas, pero se apagaron rápido. Luna agradeció en silencio. No estaba segura de querer volver al borde del lago todavía.
Mientras salían, Mora caminó junto a ella.
—¿Dormiste algo? —le preguntó.
—Soñé —respondió Luna—. Otra vez.
Mora se detuvo.
—Yo también.
Se miraron sin decir nada más. No hacía falta.
Las actividades de la mañana fueron tranquilas: juegos de equipo, consignas para trabajar juntos, desafíos simples. La idea era convivir, aprender a organizarse, escucharse. Sin embargo, algo no terminaba de funcionar. Las distracciones eran constantes. Las miradas se iban, una y otra vez, hacia el lago cubierto de niebla.
En un descanso, Luna se sentó sobre un tronco. Tomás se acercó con una botella de agua.
—Soñaste de nuevo, ¿no? —dijo, sin rodeos.
Luna lo miró sorprendida.
—¿Cómo sabés?
—Porque yo también —respondió él—. Y Benjamín. Y Santi.
Luna sintió que el estómago se le apretaba.
—¿Con el lago?
Tomás asintió.
—Era distinto para cada uno... pero al mismo tiempo era igual.
Más tarde, cuando se reunieron los cinco, confirmaron lo que ninguno se animaba a decir en voz alta: habían soñado lo mismo.
No exactamente las mismas imágenes, pero sí la misma sensación. El agua. El llamado. La certeza de que algo los observaba sin apuro.
—En mi sueño —dijo Benjamín, rascándose la nuca—, el lago me mostraba cosas. Momentos. Personas que ya no estaban.
—A mí me pedía que escuchara —agregó Santi—. Que no tenga miedo.
Mora cruzó los brazos.
—Esto no puede ser casualidad.
Luna sacó la piedra del bolsillo y la apoyó sobre el tronco. Todos la miraron.
—La encontré ayer —explicó—. Cuando la toqué... empezó todo.
La piedra parecía más oscura que el día anterior. La marca grabada se distinguía con claridad: una línea curva que se cerraba sobre sí misma, como un ojo o un remolino.
Santi se agachó para verla de cerca.
—Es antigua —dijo—. Y no está acá por error.
—¿Qué querés decir? —preguntó Tomás.
—Que el lago la dejó encontrar.
Un escalofrío recorrió al grupo.
—Bueno, basta —dijo Mora, respirando hondo—. Sea lo que sea, no vamos a entrar en pánico. Somos un grupo. Y estamos juntos.
Luna asintió. Esa palabra —juntos— era lo único que la tranquilizaba.
Por la tarde, la niebla se levantó un poco. El lago volvió a mostrarse, gris y profundo. La seño Clara permitió que se acercaran a la orilla, siempre en grupo y sin cruzar los límites.
Luna se quedó atrás unos pasos. La piedra pesaba en su mano, como si tirara hacia el agua.
—No te acerques sola —le dijo Tomás.
—No lo voy a hacer —respondió ella.
Pero en cuanto miró la superficie, lo sintió de nuevo.
El llamado.
No era una orden.
Era una invitación.
Cerró los ojos.
Por un instante, vio imágenes que no eran suyas: personas caminando por ese mismo lugar mucho tiempo atrás, fogones antiguos, manos que se unían, voces que cantaban en una lengua desconocida. El lago estaba ahí, igual que ahora.
Abrió los ojos de golpe.
—¿Estás bien? —preguntó Mora.
—Sí —dijo Luna, aunque no estaba segura—. Creo que el lago... recuerda.
—¿Recuerda qué? —preguntó Benjamín.
Luna miró el agua.
—A quienes lo cuidaron.
Y a quienes lo olvidaron.
El viento levantó una ola suave que llegó hasta las piedras de la orilla. La piedra en la mano de Luna se calentó de nuevo.
Esa noche, cuando se fueron a dormir, ninguno de los cinco logró conciliar el sueño rápido.
Sabían que volverían a soñar.
Y que, esta vez, el lago no solo iba a mirar.
Iba a empezar a hablar.
Editado: 17.12.2025