El globo aerostático volaba en un cielo negro despejado lleno de estrellas. Dos personas se encontraban en el canasto. Una estaba más emocionada que la otra; la otra tenía otras cosas en mente.
Era un espectáculo arriba y abajo. Las estrellas brillaban y la superficie lucía como un mundo totalmente diferente desde arriba.
— ¡Que maravilloso! — exclamó Andy que no dejaba de mirar hacia abajo —. Desde aquí todo se ve tan pequeño. Esos puntos, que parecen moscas bien organizadas, son pájaros.
—Me alegro que te guste — dijo Sandra mientras hacía ejercicios aeróbicos. Necesitaba toda su fuerza para lo que tenía pensado hacer.
—No puedo creer que me hayas regalado un viaje en globo para nuestro aniversario — Andy volteó y esbozó una sonrisita —. Mi regalo no puede competir contra eso, pero te lo compensare. Cuando bajemos te llevaré al restaurante más caro que encontremos y luego iremos a un hotel y haremos el amor como conejos.
Sandra pensó en todo lo que le costó el conseguir esos boletos. Le costó un riñón. Era cirujana, le quitó un riñón a un paciente al que estaba operando de las rodillas y lo vendió en el mercado negro.
—Con que estés aquí es suficiente para mí.
“Con que estés aquí, a miles de metros del suelo, apoyado en uno de los bordes es suficiente regalo para mí”, pensó Sandra.
Un empujón y todo habrá acabado. La escoria habrá muerto y toda su fortuna pasará a su nombre. Con ese dinero podrá escapar del país con Roberto, el amor de su vida que cobra por hora.
Sandra corrió para empujar a Andy. Ella sabía que era más débil que su esposo así que se pasó los dos últimos meses entrenando. Levantando pesas y haciendo lagartijas. Pudo comprobar los frutos de su esfuerzo cuando pudo abrir el frasco de mermelada por su cuenta.
Y cuando le rompió el brazo a un ladrón. Debía tener treinta y cuatro y lloraba como alguien de cuatro.
Apenas sus manos tocaron la espalda de su marido, sintió un voltaje que recorrió cada rincón de su cuerpo. Le recordó brevemente la película “Milagros inesperados”.
Sandra cayó al suelo con las manos y los pies levantados. Se parecía a un anciano con problemas cardíacos que había visto el primer y último screamer de su vida. Andy se dio la vuelta. Vestía una casaca gruesa, en el centro de su estómago había un círculo con tres flechas: Aturdir, matar y mega muerte.
—Feliz aniversario. Me habías dicho varias veces lo mucho que odiabas que te roben, así que inventé una casaca que da fuertes descargas eléctricas a cualquiera que la toque. ¿Te gusta?
— ¿Por qué? — consiguió balbucear Sandra —. ¿Por qué tenías puesto mi regalo?
—Hacía frío.
—¿Y qué pasaría si el ladrón tiene un arma capaz de atacar a distancia?
Andy abrió los ojos de par en par. No se había dado cuenta de ese detalle.
—Tú siempre críticas todo lo que compro.
Sandra murió.
—Sandra, ¿Cariño? — le dio una patada para despertarla. Al confirmar su muerte, Andy esbozó una sonrisa de oreja a oreja —. Un viaje en globo y un divorcio pacífico. Este es el mejor aniversario de todos.
“Roberto se pondrá muy contento”, pensó Andy. Se puso de rodillas y le dio un beso. Una corriente atravesó su cuerpo.
Andy, con el cabello como el de un puercoespín, dijo:
—Es como chupar una batería. Me encanta.
Le dio más besos al cadáver.
Fin.