Viaje hacia el corazon de la oscuridad.

Capítulo 2: Douglas 1.0

Al comprender que no podía rechazar la exploración, supe que, de hacerlo, sería arrojada a las afueras del pueblo sin siquiera un equipo o suministros que me ayudaran a sobrevivir. No tenía escapatoria, y el pensamiento de pasar el resto de mi vida en un lugar donde la mayoría me odiaba me llenaba de una tristeza insoportable. Pero lo que realmente me rompió el corazón fue pensar en los niños del orfanato donde crecí. Ellos, al enterarse de la noticia, quedaron aterrados. Ellos eran mi única fuente de fortaleza, mi razón para seguir adelante, porque en sus pequeños corazones nunca hubo odio hacia mí, solo una pureza que se expresaba en amor, en abrazos cálidos que me daban la esperanza que tanto necesitaba.

Cuando la sesión en la asamblea terminó, los murmullos de los demás comenzaron a resonar en mis oídos como cuchillos afilados. "No volverá", "pobre chica, una menos en este pueblo", "nunca me cayó bien, ojalá desaparezca", decían, sin la menor compasión. Otros, con una mezcla de morbo y crueldad, añadían: "Ojalá regrese y nos cuente qué hay allá afuera, aunque todos sabemos que su misión está condenada. Nadie ha vuelto jamás".

Acepté mi destino, pero no podía dejar de preguntarme, con un nudo en la garganta, por qué ninguno de los exploradores había regresado. ¿Estarían todos muertos? ¿Qué horrores inimaginables los habían detenido allá afuera? Mientras estas preguntas me atormentaban, de repente, una voz apenas audible, llena de tristeza, me susurró al oído: "Perdóname, lo siento mucho".

Me quedé helada. Giré rápidamente para ver quién había hablado, pero no había nadie. Y entonces, sin razón aparente, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, incontrolables. Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos. Puse mi mano en el pecho, tratando de calmar la agonía, y me pregunté, llena de confusión: ¿Qué significaba ese "lo siento mucho"? Me sequé las lágrimas como pude y, sintiendo el peso de la soledad, decidí buscar al único que siempre lograba arrancarme una sonrisa en este mundo cruel: mi amigo Douglas.

Las horas pasaron lentamente, hasta que finalmente lo encontré sentado en las orillas del río negro, mirando hacia la distancia con una tristeza que me desgarró el alma. Me acerqué a él, y sin poder contenerme, lo abracé con todas mis fuerzas, mientras le decía con la voz quebrada: —Douglas, lo siento tanto. Ya sabes que debo irme, pero no puedo hacerlo sin despedirme de ti primero—. Cada palabra era un peso que cargaba en mi corazón, porque sabía, con una certeza dolorosa, que quizás no lo vería nunca más.

Douglas, con el dolor reflejado en su voz, me respondió sin voltear a verme: —Vete, por favor. No hagas esto más difícil de lo que ya es. Solo vete, Cloe. Pensé que estaríamos juntos para siempre en este maldito pueblo, pero estás rompiendo esa promesa que me hiciste. Sé que no es tu culpa, pero te vas a convertir en un recuerdo doloroso, y no quiero eso. Me niego a vivir con ese dolor.

Su frustración era palpable, y al verme decidida a emprender este viaje, me gritó desesperado: —Cloe, ¿por qué tienes que irte? ¿No entiendes que es una locura? ¡Nunca volverás a verme, ni a nadie!—. Sus ojos reflejaban una desesperanza que rompía mi corazón, pero con tristeza le respondí: —Douglas, lo siento, pero es mi sueño. Siempre he querido conocer otros mundos, otras formas de vida. No puedo quedarme aquí, en esta oscuridad eterna. Necesito saber si hay algo más allá.

Douglas, al verme llorar, me abrazó con fuerza, también llorando, y me dijo entre sollozos: —Pero Cloe, ¿y si no hay nada más? ¿Y si solo hay más oscuridad, más vacío, más peligros? ¿Qué harás cuando te sientas sola, asustada, perdida?—. Sus palabras eran como puñaladas, pero solo pude responder: —No lo sé, Douglas. Tal vez encuentre la luz que todos buscan, tal vez traiga una esperanza, una razón para vivir. O tal vez no. Pero tengo que intentarlo. Es mi destino.

Mientras lo abrazaba, sintiendo cómo su cuerpo temblaba, le susurré: —Douglas, perdóname, no tengo elección—. Las lágrimas caían de mis ojos, y con voz temblorosa le aseguré que nunca lo olvidaría, que pase lo que pase, él siempre estaría en mis pensamientos.

Él también lloraba, y en su voz rota por el dolor, dijo: —¿Por qué debiste ser tú y no alguien más? Por favor, vete y déjame solo—. Su desesperación me desgarró, pero el tiempo se agotaba y no me quedaba más opción que aceptar su petición. Me alejé lentamente, mis pasos pesados como el plomo, y cuando ya estaba a una distancia segura, volteé a verlo, pero él ya no estaba. Entendí que para él, todo esto era insoportablemente difícil, pues crecimos juntos en ese orfanato, sin que nadie nos quisiera adoptar. Por eso nos hicimos la promesa de estar siempre juntos, como hermanos, cuidándonos mutuamente, sin importar lo que el destino nos depare.

Antes de partir, me despedí de mami Kelly. Ella me abrazó con fuerza y me entregó más suministros para el viaje, susurrándome con un dolor profundo: —Hija, perdóname. Muchos de quienes amé se fueron y nunca volvieron. Tienes que prometerme que regresarás sana y salva.

Los niños del orfanato me rodearon en un abrazo grupal, suplicándome que no me fuera. —Quédate, no te vayas. Juguemos un juego, pero quédate—. Con una sonrisa triste y lágrimas en los ojos, les dije mientras estaba cerca de la puerta: —Volveré, y les contaré todas las aventuras que habré vivido. Prometo volver y hacerles un pastel de coco con leche condensada. Prometo volver para jugar a las escondidas con ustedes. Y sobre todo, prometo volver con vida.

Salí del orfanato, y al hacerlo, noté que todos los habitantes del pueblo se habían reunido frente a las puertas de la salida. Sus rostros reflejaban una mezcla de temor y resignación. El jefe supremo se acercó, colocó su mano sobre mi hombro y me dio su bendición con una solemnidad que solo aumentaba la pesadez en mi corazón. Los sacerdotes oscuros, envueltos en sus misteriosas túnicas, me entregaron una mochila que contenía la fecha de mi partida, dándome la estricta orden de no abrirla hasta que las puertas se cerraran tras de mí.




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