Aquella mochila era diferente, cargaba consigo un peso invisible, una carga de sufrimiento y desesperación que la hacía destacar entre las demás. Al verla, algo en mi interior me dijo que este lugar no era simplemente un cementerio de objetos, sino la tumba de aquellos que habían intentado, con toda su alma, escapar del destino cruel del exilio, solo para encontrarse atrapados en una encrucijada sin salida. Sin embargo, no entendía por qué tantas mochilas reposaban en un solo sitio, como si hubieran sido abandonadas por exploradores que jamás volvieron.
La curiosidad me consumía, quería saber qué había sucedido en este lugar maldito, pero el miedo se infiltraba en mi corazón al darme cuenta de que muchas de estas mochilas pertenecían a aquellos que, en busca de la luz o lo desconocido, se habían perdido para siempre. El destino que las había reclamado podría ser también el nuestro, y quizá por eso nadie regresaba de este extraño paraje.
Cuando toqué la mochila marcada con el nombre "Brianda", un torrente de imágenes invadió mi mente, acompañado de una frase que resonaba con desesperación: —Mi Cleisy, ayúdame, sálvame, sácame de aquí. Abracé la mochila con fuerza, sintiendo cómo una tristeza profunda emergía de su interior, y mis lágrimas comenzaron a caer sin control. Junto a uno de los cierres de la mochila, encontré un collar en forma de cruz, que pronto se empapó con mis lágrimas y comenzó a brillar suavemente.
En ese instante, una visión se materializó ante mí: una chica pequeña, de piel blanca y cabello largo, lloraba con un dolor que parecía atravesar el tiempo. Su cuerpo no tocaba el suelo, como un espectro dorado que emanaba una luz conectada al collar. Solo yo podía verla, pues Douglas, confundido, no entendía por qué lloraba. Sentí que los recuerdos y emociones de aquella chica querían encontrar un nuevo hogar en mi corazón, como si su espíritu se negase a ser olvidado. Con un gesto familiar, hizo el signo de los exploradores que aprendimos en la escuela, confirmando lo que ya sospechaba: ella era, o había sido, una de nosotros.
La chica flotó hacia mí con una sonrisa tenue, mientras su cuerpo etéreo se acercaba. —Mi nombre es Brianda, dijo, con una voz que parecía susurrar entre las sombras. —Soy una exploradora como tú. Por favor, déjame vivir en tu corazón. He estado atrapada aquí durante siglos, mi alma sellada en este collar. Mis compañeros y yo no logramos escapar... No pudimos. Todas esas mochilas... les pertenecían a ellos. Pero a diferencia de mí, ellos fueron borrados del mismo tejido de este mundo, llevados a un lugar donde nadie debería aventurarse, un sitio que trasciende la comprensión.
Vi sus lágrimas caer, cada gota, un reflejo de un dolor antiguo y profundo, y aunque mi mente no entendía del todo, mi corazón latía con la sensación de que el delirio se apoderaba de mí. Brianda se arrodilló ante mí y continuó su relato: —Gracias a la voluntad de mis amigos, logré sobrevivir, pero solo en esta forma. Ellos encontraron un artefacto en los confines de la Tierra. Su voluntad era que la última persona que quedara en pie utilizara el artefacto para sellar su alma en un objeto, y así sobrevivir, aunque solo fuera en espíritu.
Con una mirada triste, bajó la vista y confesó: —No tengo un cuerpo físico. Lo perdí en aquella infernal exploración. Los confines de la Tierra me arrebataron todo. Te lo imploro, déjame acompañarte. Quiero continuar el viaje en honor a mis compañeros. Me he sentido tan sola aquí... No puedo soportar más esta eternidad de soledad. Por favor, ponte el collar y llévame contigo. Quiero ser útil, no me dejes aquí sola.
Douglas, al ver que hablaba sola, exclamó: —¿Te has vuelto loca, Cloe? ¿Qué demonios te sucede? Estás hablando sola y me ignoras como si no existiera. Brianda, al notar su preocupación, me susurró que no debía viajar sola, pues en los confines de la Tierra, los peligros son constantes y hay puertas que requieren la fuerza de dos personas para abrirse. —No deseo que nadie llegue allí, pero algo dentro de mí dice que es inevitable.
Confusa, le pregunté: —¿Qué son los confines de la Tierra? ¿Y cuál era tu año de exploración? No lo pude leer en tu mochila, estaba borrado por el tiempo. Brianda, desconcertada, respondió: —Soy del año 1000. ¿Me podrías decir en qué año estamos? Y por cierto, pequeña exploradora, ¿cómo te llamas tú y tu compañero? Quise estrechar su mano, pero su forma intangible me lo impedía, como si fuera una sombra del pasado, igual que aquel encapuchado.
Al no poder tocarla, le dije mi nombre y el año actual. Brianda quedó impactada, y con una tristeza infinita, miró las mochilas y dijo con voz quebrada: —Lo siento, mi escuadrón de exploración. Siento mucho lo que nos pasó. Lo lamento con todo mi ser... Les fallé, y no puedo más que pedir su perdón, dondequiera que sus almas se encuentren. Pero debo seguir explorando en su honor, para que su sacrificio no haya sido en vano.
Aunque no entendía por qué, algo en mí confiaba en ella. Decidí llevarla conmigo. Brianda, llena de una esperanza tímida, me pidió que me pusiera el collar para que pudiera acompañarnos. Aunque temía aquella energía extraña que emanaba del collar, me lo coloqué. Al instante, sentí cómo una fuerza renovada invadía mi ser, disipando el cansancio. Miré a Douglas y exclamé: —¡Douglas, esto es increíble! Debes ver a Brianda. Este collar me está dando nuevas fuerzas y energías.
Douglas, confundido, tocó el collar y al ver a la chica, gritó aterrado, soltando el collar de inmediato. Lo tomé de la mano y le dije: —No temas, Douglas. Ella viene con nosotros. Pero él, aún asustado, replicó: —Estás loca, Cloe. No sabes quién es realmente. ¿Cómo demonios acabó así?
Noté que el dispositivo de señales no mostraba ningún color, lo cual era inquietante. Las dudas comenzaron a asaltarme... ¿Qué era realmente este objeto?
Brianda, con una sonrisa tenue, le dijo a Douglas: —Debe ser extraño ver a alguien después de tanto tiempo. No estoy segura de cómo actuar. Pero si ustedes son del año 1555, significa que los dioses de la oscuridad aún protegen el poblado de Armitael.