Mientras Brianda continuaba relatando su historia, Douglas, con voz cargada de resentimiento, dejó escapar unas palabras que, en lo más profundo de mi ser, anhelaba expresar también. Sus frases resonaron en el aire como campanas de lamento:
—Dices que ella era la mejor de tu época, pero no, era la mejor de todos los tiempos. Sin embargo, simplemente los abandonó. Creo que, al ser una anomalía entre las anomalías, se percató de algo que su equipo de exploración jamás comprendería; algo que trasciende nuestra capacidad de imaginar. Me atrevo a decir que esa todopoderosa Amada, quien no figura en los registros históricos de Armítael, les traicionó por un anhelo que su corazón perseguía.
—Afirmas que ella era una verdadera bendecida, pero creo que esa bendición nunca fue comprendida en su totalidad. El jefe supremo ordenó que no se hablara más de la última exploración, y quizás eso se deba a que Amada fue uno de los mayores fracasos en la historia de esta patética humanidad. Esa traición, esa ambición insaciable que nunca quiso compartir con nadie, ni siquiera contigo, es lo que le otorgó un propósito. A pesar de que la amabas con todo tu ser, su vida no te incluía a ti.
Las palabras de Douglas eran como cuchillos afilados, desgarrando las ilusiones que aún quedaban. La realidad era cruel, y la tristeza se cernía sobre nosotros como un manto oscuro, recordándonos que el amor, por más profundo que fuera, a veces no era suficiente para mantener a alguien en nuestro lado.
—Una vez que Douglas pronunció esas palabras, la chica del collar lo miró con desprecio, intentando golpear su rostro con un puñetazo. Sin embargo, sus manos eran intangibles, como si el humo tratara de impactar contra una roca. Ella gritó de tristeza, llorando en el suelo desconsoladamente y clamando: "¿Amada, por qué lo hiciste? ¿Por qué me abandonaste?" Ante esta escena desgarradora, me volví hacia Brianda y le pregunté:
—¿Cuál es su propósito ahora? ¿Por qué desea colgarse del cuello de una completa desconocida?
Ella me miró, una sonrisa en su mirada entrelazada con lágrimas, y respondió:
—Ya no tengo nada que perder. Además, ustedes tampoco pueden volver. Una vez que salgas del campo de fuerza del poblado de Armitael, y después de haber recorrido kilómetros y kilómetros, si miras hacia atrás, solo verás desierto. ¿No les dijeron eso antes de embarcarse en la exploración? Todos avanzan en busca de una forma de regresar a casa. En este lugar, si una persona se aleja demasiado de los demás, también desaparecerá. Muchos de mis camaradas se desvanecieron al separarse del grupo, así que les aconsejo que fortalezcan esa soga. No querrán perder a uno de ustedes. Recomiendo mantener una distancia de diez metros.
Las palabras de Brianda resonaron en mi mente, envolviendo nuestro destino en una atmósfera de desesperanza y tragedia, recordándonos que la soledad en ese vasto desierto podría ser el final de nuestras historias.
Regla 8:
Dentro del límite 3 km, si te alejas a más de 200 metros de alguien o del grupo, desaparecerás, la persona o grupo de personas se convierten en el punto de partida, si este se queda estático y alguien se aleja más allá de esta distancia, desaparecerá.
El último gran escuadrón de exploradores conocido por la humanidad, perdió a muchos exploradores dentro del límite 3 km, al desconocer el fenómeno, se dice que perdieron a más de un 10% de ellos y a su vez las reservas, también alimentos y herramientas desaparecieron junto con ellos.
Cuando esas palabras llegaron a mis oídos, un frío helado recorrió mi cuerpo. Douglas se quedó con la boca abierta, y luego, sin previo aviso, me abrazó, susurrando suavemente en mi oído: —Oye, bruta, estoy en este viaje porque no tenía a quién más seguir. Así que soy tu fan número uno. Si ya no podemos regresar a casa, me quedaré contigo para siempre. La chica del collar volvió a sonreír, interrumpiéndonos con su presencia: —Perdón, pero todavía estoy aquí y debo concluir mi relato. Con un suspiro, Brianda comenzó a reanudar su historia, sumiéndonos de nuevo en un relato cargado de misterio y desasosiego.
En aquel instante, el ambiente se tornó en un siniestro y tétrico espectáculo dentro de este lugar al que llamamos los confines de la tierra. Un aire pesado y mórbido se apoderó de nosotros, mientras los miembros de nuestra exploración se doblegaban, vomitando y temblando de horror. Algunos sentían cómo sus corazones latían desbocados, otros, con rostros pálidos, se quejaban de una presión que ascendía hasta sus cabezas, y había quienes, en medio de la locura, estallaban en risas histéricas, como si la cordura se desvaneciera ante el abismo. Solo unos pocos de nosotros mantuvimos el frágil hilo de la razón en este lugar que se había convertido en un auténtico infierno.
Fue entonces cuando, en la distancia, divisamos un tornado silencioso. De su interior emergía una figura femenina de apariencia divina, rodeada de espadas y lanzas, con un halo de sangre, pus y los restos de carne en descomposición. Era un vórtice monstruoso, y la inminente sensación de peligro se hizo palpable en el aire; la desesperación se adueñó de nuestros corazones.
Pronto comprendimos que aquellos que habían osado consumir los frutos en forma de engranaje eran los portadores de estos espeluznantes síntomas. Era evidente que habíamos caído en una trampa mortífera de la que no podíamos escapar, pero ese no era nuestro mayor infortunio.
Desde el cielo, comenzaron a descender rayos aterradores. Al impactar contra la tierra, dejaban un rastro de envejecimiento y descomposición. Muchos de nuestros camaradas fueron golpeados por esta energía maldita, envejeciendo a una velocidad alarmante hasta convertirse en polvo, mientras la mayoría de nosotros sucumbía ante la ira de esos rayos que desprendían una energía extraña y letal. La muerte acechaba, y el horror se hacía palpable en cada rincón de aquel lugar maldito.