—Cloe, ¿puedo hablar contigo un momento? —la voz de Brianda estaba cargada de tristeza, y al mirarla, vi en su rostro las lágrimas deslizarse por sus mejillas.
—Claro, Brianda. ¿Qué pasa? —pregunté, con una mezcla de preocupación y ternura. Ella, con las manos temblorosas, las empuñaba mientras me decía:
—Es que... no sé cómo decirte esto, pero... me sentía tan sola.
Sentí un nudo en el corazón al escucharla. Sabía que había estado atrapada en ese lugar durante siglos, aislada en una eternidad de silencio. Para ella, Douglas y yo éramos completos, extraños. Quise consolarla, así que le ofrecí una sonrisa cálida y le dije:
—¿Sola? Pero ahora estamos juntas en esta misión. Somos un equipo, Brianda, y Douglas también está con nosotras. Puede que no seamos Amada ni tu equipo de exploración, pero estamos aquí, dispuestos a llevarte con nosotros. No todo fue tu culpa, no te castigues así. Ellos sabían los riesgos que corrían al explorar ese mundo desconocido. Fueron los más valientes en la historia de la humanidad.
Las lágrimas de Brianda cayeron con más fuerza mientras me abrazaba, aunque yo no podía sentir su contacto. Aun así, su dolor me atravesaba. Entre sollozos, murmuró:
—Lo sé, pero... ¿Y si hubiéramos podido hacer algo más por ellos? ¿Y si hubiera habido una forma de salvarlos?
Sentí su desconsuelo como si fuera mío. Le besé suavemente la frente y, con una voz baja y reconfortante, le susurré al oído:
—Brianda, no te culpes. Fue una tragedia, algo que nadie pudo prever. Si existe un más allá, quiero creer que ellos están en un lugar mejor, donde pueden ver todas las estrellas que quieran.
Brianda, con las lágrimas aún corriendo por sus mejillas, me dijo con un tono cargado de emoción: —Gracias, Cloe. Gracias por estar aquí para mí. Prometo llevarte a los confines de la tierra y protegerte. No quiero que nada te suceda, mi Cleisy. Estamos a solo unas semanas de escapar de ese horrible lugar. También prometo cuidar de tu amigo; deseo ser útil en este viaje.
Al escuchar su sincera promesa, sentí cómo sus palabras, ese "mi Cleisy", traían una paz a mi alma desgastada. Le respondí, con la voz llena de determinación: —No hay de qué, Brianda. Somos amigas, ¿verdad? Yo seré la espada, y tú serás mi escudo. Douglas nos dará soporte en las situaciones difíciles. Recuerda, Brianda, que ya no estás sola. Ahora somos amigas.
Poco a poco, Brianda se fue desahogando con nosotros, compartiendo su dolor: —No saben lo que es estar sola durante siglos, sin nadie que te hable, que te abrace, que te diga que todo estará bien. Estar encerrada en este lugar oscuro, donde la luz se siente como un mito. ¿Qué realmente es la luz? El tiempo parece no existir aquí, donde solo hay dolor y vacío. Cloe, Douglas, ustedes serán mi nueva familia.
Su desahogo resonaba en mi corazón, y el peso de su sufrimiento me recordaba el mío. Ver cómo padecían, escuchar sus lamentos y sentir su sangre esparcirse sobre mi rostro era un tormento insoportable. La terrorífica impotencia y la culpa me inmovilizaron. Ahora, seguiré este camino en su memoria, con la esperanza de que la luz nunca se nos oculte.
Y, en un susurro lleno de desasosiego, preguntó: —Cloe, ¿por qué decidiste venir a este lugar?
Con sinceridad, expuse todas las razones que impulsaron mi viaje y por qué Douglas me acompaña. Le hablé de Alison y de todo lo que esta travesía implica. Así, le ofrecí un panorama completo, para que pudiera comprender la magnitud y el contexto de nuestra situación, en medio de esta melancólica odisea.
Una vez que la tormenta de la confusión se disipó y las cosas volvieron a la normalidad, una revelación asombrosa me atravesó como un rayo: Brianda y la misteriosa chica de la carta habían mencionado que el poblado de Armitael estaba protegido por un campo de fuerza. Según el antiguo mito, un explorador había regresado de lo desconocido, trayendo consigo un artefacto que nos salvó de una amenaza oscura, pero esa historia se había desvanecido en las brumas del tiempo. Entonces, ¿quién fue ese valiente que logró regresar y qué distancias inimaginables recorrió para obtener algo tan poderoso?
Brianda me miró con una inquietud palpable y me dijo: —Hay algo extraño en ti. ¿Estás segura de que no nos hemos conocido antes? Puede sonar extraño, pero siento que mi corazón se llena de alegría cuando estoy cerca del tuyo. Tal vez la soledad me ha vuelto loca tras tanto tiempo en este lugar.
Al escuchar sus palabras, una sonrisa se dibujó en mi rostro y una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla. Le pregunté, con un eco de esperanza: —¿Te gustaría que fuéramos hermanas?
Ella, sorprendida, vio cómo sus propias lágrimas comenzaban a caer, y respondió: —Amada se pondrá celosa cuando se entere, pero estoy segura de que se alegrará al verme feliz. Juntas, seremos tres hermanas inseparables, unidas en este camino de desventura y dolor.
En ese momento, Douglas me miró con una intensidad inquietante y dijo: —Oigan, estúpidas, no sé quién es Brianda ni si realmente existe, pero el único que tiene el derecho de abrazarla, mi Cloe, soy yo. —Con esas palabras, Douglas me envolvió en su abrazo y, volviéndose hacia la chica, agregó—: A partir de ahora somos tres, y nuestro equipo llevará el nombre de "Los Remanentes del Caos Negro". Seremos el último grupo de exploradores en la historia de Armitael. Ahora debemos llegar a donde se encuentra esa chica misteriosa.
La chica del collar me preguntó quién era ella, y, sintiendo la gravedad de la situación, le conté todo lo que sabía. Aproveché para indagar si los viajes en el tiempo eran posibles. Me miró, claramente sorprendida, y dijo: —En mi época, nadie hablaba de eso, ya que lo consideraban imposible.
Sin embargo, en mi interior surgieron dudas. Esta chica estaba atrapada en un collar, y el poblado estaba protegido por un campo de fuerza, lo que hacía que no pudiéramos descartar la posibilidad de lo extraordinario. El lugar llamado "Límite 3 km" me susurraba que, a medida que avanzáramos, el peligro aumentaría, y con él, las recompensas. Pero, ¿sería real lo del multiverso? Todo esto era tan confuso. Necesitaba llegar a donde esa chica y confrontarla; esperaba que no fuera una trampa. Si el jefe supremo volvía, debía hacerme una estatua o tendría que enfrentarme a él.