Mami Kelly, con el rostro marcado por la confusión y el asombro, se dejó llevar por un torrente de pensamientos inquietantes que la acosaban como sombras implacables. No podía ignorar lo que acababa de escuchar, y, finalmente, con el corazón apesadumbrado, formuló las preguntas que le quemaban por dentro.
—Jefe Supremo —inquirió con un tono cargado de incertidumbre—, si ya no tiene consigo ese poder divino ni la tecnología que jamás habíamos presenciado... ¿quién o qué los posee ahora?
El Jefe Supremo suspiró profundamente, como si el peso de milenios se posara sobre sus hombros. Sus ojos se clavaron en Mami Kelly con una mezcla de tristeza y nostalgia. La melancolía impregnaba cada palabra que escapaba de sus labios, cargadas de un misterio que oscurecía la sala.
—Señora Nelly —respondió, su voz rasgada por los ecos del pasado—, existió una época que ha sido borrada de la memoria de los hombres, un tiempo en el que se emprendió una expedición monumental hacia el límite de los 3 km. Yo mismo aprobé aquella misión, con la esperanza de calmar el insaciable deseo de aquellos que anhelaban explorar lo desconocido. Nuestro pueblo estaba al borde de la desesperación, ahogado por la escasez de recursos. Estos exploradores se lanzaron hacia lo prohibido, decididos a conquistar lo inexplorado. Sabía que aunque hubiera intentado detenerlos, el destino oscuro ya los aguardaba, tarde o temprano, en los confines del abismo.
Los recuerdos le pesaban como cadenas invisibles, pero continuó, con una tristeza ancestral impregnando cada palabra.
—Hace milenios, ordené a mis compañeros, los dioses de la oscuridad, que sellaran mi poder y la tecnología que habíamos creado. Temía el destino que aguardaba si estos tesoros caían en las manos equivocadas. Aunque mis hermanos se resistían, sabían en su interior que yo había pavimentado el único camino posible para acabar con la gran guerra que casi consumió todo lo que existía.
El silencio que siguió a sus palabras parecía resonar con los susurros de aquellos que ya no estaban, un eco de sacrificios pasados que aún pesaban sobre sus hombros.
Ellos, al reconocer que mi decisión era irrevocable, siguieron mis órdenes, o al menos eso creí. Sin embargo, tras muchos siglos, una pareja imprudente que habitaba este pueblo rompió las reglas sagradas que mantenían el frágil equilibrio de nuestra comunidad. En su arrogancia, trajeron al mundo dos hijas, lo que les costó el exilio. Los arrojaron a la frontera, a tres kilómetros de distancia, y como marca la tradición, jamás se volvió a saber de ellos.
Es trágico mencionar que las niñas nacieron en un parto difícil; una de ellas no logró sobrevivir, ahogada por la falta de aire, mientras que la otra llegó al mundo completamente sana. Antes de ser desterrados, sus padres suplicaron que la niña que quedó con vida se llamara Amada, y su último deseo fue cumplido.
Tras aquella calamidad, la pequeña fue llevada a un orfanato, donde esperaban cuidarla. Cuando Amada cumplió dos meses, comenzó a caminar, un hecho que resultaba absolutamente inimaginable. Yo mismo acudí al orfanato, impulsado por un presentimiento inquietante, y al llegar, un escalofrío recorrió mi ser. De inmediato, ordené que la vigilaran con atención.
Cuando Amada cumplió cinco meses, ya podía hablar, y no había duda alguna: todo el pueblo murmuraba que era una verdadera bendecida. La noticia se propagó como un incendio incontrolable; supe en ese instante que los dioses de la oscuridad le habían conferido mi poder a esta niña, forjando a su campeona para inaugurar una nueva era.
Los años pasaron, y la niña creció fuerte y saludable. Sin embargo, la primera señal de problemas emergió cuando Amada tenía cinco años. Mientras jugaba con otras niñas, una de ellas, consumida por los celos del protagonismo constante de Amada, la desafió a una pelea. Amada intentó evitar el enfrentamiento, pero la otra niña comenzó a golpearla. Los puños de la agresora chocaron contra ella como si fueran contra una roca, y adolorida, preguntó:
—¿Qué eres? ¿Quién eres tú?
Amada, confundida, respondió con la voz temblorosa:
—No lo sé. No sé quién soy ni qué soy.
Después de aquel encuentro desafortunado, Amada se volvió solitaria. Los niños la temían y los padres prohibían a sus hijos acercarse a ella. Cada vez que Amada intentaba entablar una conversación, todos se alejaban, dejando su corazón expuesto al frío aislamiento. Al no poder lastimarla físicamente, los otros niños se tornaron crueles de otra manera, desgarrando su corazón con miradas y susurros. La cruel indiferencia que le mostraban la sumió en la soledad más desgarradora. Señora Nelly, los niños pueden ser crueles, y a veces, el dolor de la soledad puede ser más insoportable que cualquier golpe físico.
Viendo esos acontecimientos, un día la encontré sola en el parque bajo una intensa lluvia. Se empapaba bajo el aguacero, así que me acerqué y me senté a su lado, extendiendo mi paraguas para protegerla de la tormenta. Al verme, se sorprendió y preguntó: —Jefe, dígame, ¿por qué todos me odian? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿De verdad soy una bendecida? Siento que esta bendición es una maldición. Míreme, ¡maldita sea, nadie quiere estar conmigo!
La chica comenzó a llorar, gritando su tristeza al cielo. No pude evitar abrazarla, permitiendo que llorara sobre mis hombros. Entre lágrimas, sollozaba: —¿Por qué? ¿Por qué tuve que ser diferente? ¿Por qué los dioses de la oscuridad me castigan? Le acaricié el cabello suavemente y le dije: —¿Puedes guardarme un secreto? Ella me miró con sus ojos inocentes y contestó: —Sí, prometo ser una tumba. —Amada, la luz existe, y algún día deberás buscarla. Hace mucho tiempo, hubo una gran guerra que casi destruye todo, y no hablo solo de este pueblo. Me refiero a las líneas del tiempo, a planos de existencia diferentes y dimensiones, una guerra que amenazó la realidad misma y nuestra existencia.