Kurogane
Era oscuro. Me encontraba en un pasillo estrecho y sin luz. Andaba. Al final del lugar vi una pared de ladrillos azul cielo. Había experimentado aquel fenómeno otras veces y sabía que no lo recordaría al despertar. Atravesé la pared azul y noté, por fin, lo que me corroía por dentro desde que el sueño comenzó. Algo estaba mal. Algo había cambiado con respecto a las veces anteriores. En la puerta de la celda, como si de un cerrojo se tratara, el símbolo que había visto una y otra vez hasta el momento había cambiado. En su lugar había uno borroso que no pude identificar, uno muy diferente a lo que me simbolizaba a mí y al que estaba acostumbrado.
Me colé entre los barrotes como lo haría un espíritu etéreo y me encontré alguien desconocido dentro. Una de las cadenas que la ataban a la pared hizo un ruido extraño y explotó. En el lugar donde antes estaba la cadena pegada, justo por debajo de sus pechos, apareció un símbolo que me resulta familiar, uno que incluso estando borroso sabía que era el mío. Me acerqué, quería tocarla, pero de pronto se me removió la conciencia. Ella también acababa de retirar aquella cadena amarilla y blanca que obstruía parte de mi alma. Un intercambio, una evolución, un progreso.
Me desperté con un sobresalto. Estaba sorprendido. Recordaba el sueño a la perfección. ¿Cómo podía ser eso? ¡Llevaba años intentando recordar! Pero nunca había salido como yo quería. ¿Por qué ahora? ¿Que tenía ese momento de especial a parte de mi unión de almas? Intente recordar otra vez qué había pasado entre la muerte de mi padre y mi sorpresivo viaje en el tiempo, pero no lo conseguí. Lo dejé estar por el momento.
En cambio me fijé en la persona que había delante de mí: la chica tumbada en su cama. La persona encadenada de mi sueño. Era alta, más alta que yo. Nunca había visto una chica tan alta como ella; debía rondar el metro 90. Tenía una cara madura, endurecida por la experiencia y con una fea cicatriz en el labio, en la parte izquierda. Tampoco pude evitar fijarme en sus extrañas cejas, los extremos de las cuales bajaban abruptamente por los lados prácticamente hasta la altura de los ojos. Su cabello era amarillo, y no me refiero a rubio sino a amarillo, tenía las puntas rojas y lo llevaba peinado en una larga cola que hacía una extraña forma de triángulo. Tenía dos antenas las cuales subían por encima de su cabeza. Era muy probable que ella no se hubiese peinado así, que fuese natural. El cabello de nuestra estirpe era muy grueso e inflexible después de todo. Llevaba puesto un pijama de seda de manga larga y la colcha le tapaba hasta la altura del cuello. Eran invierno y hacía mucho frío en aquella maldita isla. No le veía las marcas, pero sabía que estaban debajo su ropa, notaba su poder latente.
Estábamos en su habitación. Que se situaba en el piso superior de la mansión en la que su familia vivía. La estancia era un lugar enorme, aunque nada comparado con el resto de la casa. Habia un olor fresco y extraño para mí. La puerta de entrada estaba situada en el centro de la pared que daba al pasillo y su cama comenzaba en medio de la pared contraria. Los lavabos, separados en una habitación a su derecha, eran casi tan grandes como la propia habitación. El suelo tenía azulejos de obsidiana, por alguna razón siempre calientes, y el techo y las paredes estaban pintadas de blanco. Había un largo escritorio en la parte izquierda, ordenado perfectamente por las criadas que venían diariamente a limpiar. En el lado derecho había 2 grandes ventanas.
De unos cuantos trastos sabía su nombre (ordenador, reproductor de música, etc.) gracias a la unión de almas que teníamos, pero no podía decir para qué se utilizaban. En la librería, una extensa colección de libros de los más diversos temas. Algunas pequeñas esculturas repartidas por la habitación, el cuadro de una pareja que seguramente eran los padres de la chica de jóvenes y... pósters de "famosos". ¡No entendía para que queria alguien cuadros de gente con unas pintas tan ridículas! Había una mesita de noche al lado de la cama. Encima tenía unas cuantas cajitas cuadradas y planas apiladas con dibujos y nombres extraños de lo mas variados, a las que daba nombre de "CD's". Aparte de todo eso también había algunas otras cosas pero no tenían demasiada relevancia.
Mi compañera abrió los ojos, noté como una sacudida en mi alma y de golpe era perfectamente consciente de dónde estaba ella, y no sólo por que se encontrara ante mí, sino porque estaba despierta, y consciente. Ninguno de los 2 nos movimos ni un centímetro. Se le podía ver el desconcierto en la mirada.
-¿Qué pasó? -preguntó con voz ronca.
-Te desmayaste. Boris te estaba llevando a tu casa cuando comenzamos a gritar y a sangrar por los ojos... estuvimos a punto de morir. Por suerte te llevó de nuevo hacia el hospital del que acababas de salir. El hospital donde estaba yo, donde acababa de despertar por culpa de la casi separación a la que habíamos sido sometidos. Allí fue cuando te busqué. Por suerte te pude reconocer a partir de nuestra unión, ya que estabas inconsciente. Ahora estás en tu habitación. Caliente en tu propia cama. -respondí con un depresivo intento de sonrisa.
- ¿Cuanto hace que estoy inconsciente? -dijo ella incorporándose poco a poco. Cogí un gran cojín cuadrado y se lo puse en la espalda acomodandola. Su voz me pareció música para mis oídos en ese momento pero todo cambió cuando le dije...
-Tres días. -y con ello ella abrió los ojos, desvelándose con una sacudida.
-¡Que! ¿¡Cómo!? ¿Por qué? Taolyin, los rayos oscuros y, y... -se giró hacia mí para mirarme bien.
Su cara, que hasta hacía un momento había sido de desconcierto, se había transformado completamente. Sus cejas se habían fruncido, sus iris, antes negros y ahora violeta oscuro rematado por un amarillo fosforescente por los bordes, cogieron una chispa de vida que nunca había visto en otra persona y que me fascinó. Sus facciones se volvieron más duras