Sakura
Después de esta declaración hubo tal revuelo que ni Keleck y Jeka, el cual fué a ayudar a su hermano, o el propio Suzen, juntos pudieron calmar los ánimos.
Al día siguiente tuvimos una ceremonia, bastante privada, y muy bonita, de la unión de la espada del pasado Xisaika y su nuevo dueño, Keleck. Hacía unas pocas horas que Hanma la había terminado por fin y relucía como el sol. Aunque no tenía una vaina apropiada para ella todavía, y eso era lo único que la diferenciaba de la de Kurogane aparte de su belleza natural como a recién estrenada.
El ejército enemigo cada vez estaba más cerca y los espías del "Tercer Bando" , Kurogane y yo incluidos, constatamos que los enemigos estaban a tan sólo unos tres días. Los más largos de nuestras vidas.
Eso pensamos en ese momento, pero cuan equivocados estábamos.
Se respiraba el miedo en el ambiente. Suzuka no había tenido ninguna premonición pues el "ser" se acercaba. Eso, la ponía nerviosa. Su expresión de locura me recordó a cuando la conocimos; perdida y dependiente de Tsuneo. Incluso en ese momento Kurogane no le quiso revelar el secreto que compartió una vez conmigo. Yo lo apoyé, ya que creía que tampoco le serviría de mucho saberlo a nadie. También pensé que sería incluso contraproducente.
Aún así intenté revelar pequeños detalles para hacerle entender que no le serviría de nada averiguar el secreto.
Éramos unos nueve mil los guerreros que perteneciamos al "Tercer Bando". Muy pocos. Por eso mismo teníamos que valernos siempre de trucos y engaños. Fué igual contra los más de veinte mil hombres y mujeres completamente formados que había enviado el enemigo contra nosotros.
Ya fueran hechiceros, magos o humanos normales. Juntos serían invencibles si no fuera por las peleas entre secciones que habíamos visto los espías. Y aquel era un buen factor a tener en cuenta para sobrevivir.
Los que lideraban el ejercito contrario eran leyendas vivientes.
Por un lado estaba el monje guerrero y hechicero, un extranjero venido del gran continente, Emun Ragnarok: Un hombre que, según se decía, había destruido por sí sólo un ejercido entero de magos empuñando su gigantesca hacha de batalla. El era el "ser" al que Suzuka tenía tanto miedo y que cuando luchaba con todo su poder no lo podía "ver".
El otro era el General Supremo del ejército Imperial: Fenecon Haunaem, el mago naturalista más fuerte de la historia hasta el momento (y marido de la hermana pequeña del Emperador).
Suzen Zheke, nuestro líder, ordenó que los que no podían luchar huyeran con los niños. También hubo unos cuantos más que huyeron por su cuenta. Al final sólo quedamos unos 6000 de nosotros que, a pesar de saber que moriríamos, al menos, lo hariamos luchando.
Usar el "Palacio de Piedra" como defensa era imposible con seres tan poderosos como esas leyendas comandando el ataque. Lo destruirán a base de furza bruta con facilidad. Así que tocaba usar tácticas de guerrilla en los bosques que rodeaban el gigantesco castillo. Había muchas tácticas interesantes sobre las que Kurogane havia leído en mi tiempo y que pudo comentar con sus superiores. Keleck las acogió con gran interés.
Y así , la batalla comenzó.
Por suerte la mayoría de enemigos eran personas normales. Solamente había unos dos mil hechiceros y unos cuatro mil magos y muchos de ellos eran de segundo o tercer círculo o su equivalente en poder. Pero al final todavía eran muchos más que por nuestro lado y fuimos muriendo poco a poco sin remedio.
Sobretodo en manos del tal Emun, que estaba a nuestro pesar, en las pesadillas de Suzuka. Nos dimos cuenta demasiado tarde. Uno solo de sus golpes "normales" derrivaba más de doscientos metros del bosque.
Hacia el final sólo quedamos unos 900. El general a cargo nuestro, osea Keleck, pensó que si queríamos llegar a hacer algo tendríamos que intentar matar al legendario hechicero en una emboscada. ¡El así llamado Guerrero Divino por algunos, tenía que caer fuera como fuera! Aunque yo no podía ver el futuro como Suzuka, no me hacía falta. Sabía que teníamos las cosas muy, muy mal.
En la emboscada murieron más de la mitad de los que quedaban de los nuestros. Hubiésemos muerto todos si no huviera pasado un cosa extraña, muy extraña. Lo vi a lo lejos. Emun había cogido a Tsuneo, no sé como, y por mucho que él controlara la gravedad no conseguía nada.
Cuando intentó entrar en la dimensión interior del gigantesco y musculoso monje para retorcerla y dejarlo en estado vegetal, no pudo entrar. Cuando lo tocó apartó su mano de inmediato, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Después intentó cortarle la mano haciendo una pequeña dimensión de bolsillo separada del resto del brazo pero tampoco funcionó. Hiciera lo que hiciera el hombre reía de manera atronadora sin recibir efecto alguno.
Me desesperé. No habíamos pasado por tantas cosas juntos como para perder así a mi mejor amigo. Suzuka se volvio loca. Ralentizó el tiempo de Emun todo lo que pudo, pero de poco sirvió. De pronto ella desapareció en un parpadeo reapareciendo entre Tsuneo y Emun con los ojos llorosos. Intentó que el coloso soltara a su amado pero sus manos de acero no se movieron ni un milímetro. Luego lo miró con una mirada suplicante y llorosa.
Kurogane y yo llegamos finalmente a su lado. Para ayudarla a liberarlo. Al fin pudimos verle bien la cara. Él llevaba una gran capucha con la que se tapaba el rostro todo el rato, sin duda era para que nadie viera que sus facciones no eran del todo humanas.
Tenía unas marcas rojas en relieve que iban desde las comisuras de sus labios, haciendo una especie de rayo hasta los pómulos superiores, justo bajo sus orejas. Del mismo color carmesí una especie de aura rodeaba todo su cuerpo. De vez en cuando había implosiones de color rojo en las que él era el centro. Pero lo peor eran los ojos, unos ojos salvajes con una pupila reptiliana y totalmente rojo sangre.