Llegó el otoño y con él, las lluvias interminables en el castillo y sus alrededores, salir a los jardines, el patio o las canchas de Quidditch era toda una odisea, no era raro ver estudiantes completamente mojados y cayendo fuertemente al piso por resbalar en el suelo empantanado. La señora Pomfrey había tenido muchísimo trabajo, los magos y brujas con narices rojas y mocos chorreantes no dejaban de llegar a la enfermería.
Isis, afortunadamente, se había librado de tener que volver a la insufrible cama en que la señora Pomfrey la había atendido el año anterior, pero las interminables gotas de agua que caían del cielo hacían que se sintiera bastante triste, lo suficiente como para no querer ir al gran comedor a almorzar los asombrosos panqueques de grito del día de Halloween. El otoño había limitado la vida social de Hogwarts a las salas comunes de cada casa, y desde el incidente del equipo de Quidditch y su pelea con Draco, pasar tiempo con sus compañeros era lo menos que Isis quería hacer.
Cuando las brujas de segundo año de Slytherin regresaron a la habitación después de comer el delicioso y escalofriante almuerzo, decidieron, sospechosamente, que era momento de enumerar a todo volumen de las incontables virtudes de Draco Malfoy. Isis había notado que cada que tenían la oportunidad, sus compañeras no dudaban en empezar a hablar del chico de cabello platinado. Querían enviarle un mensaje, estaban de su lado. Ella no entendía cómo su discusión con Draco se había convertido en un conflicto de interés público.
Cuando tuvo la seguridad de que si escuchaba una vez más su nombre le explotaría la cabeza, decidió salir de allí y enfrentar el agua que amurallaba el castillo. Con una pequeña sombrilla escarlata, un gran invento muggle, caminó en solitario los alrededores del colegio, cuando ya las medias dentro de sus zapatos estaban emparamadas, llegó al jardín de flores y calabazas que sembró con los gemelos, el río de pantano formado por la lluvia había matado cada una de las hermosas plantas que lo adornaban. Igual que ella, las calabazas estaban mojadas, llenas de barro y en su peor estado jamás visto.
—Qué momento triste para nuestra perfecta obra de arte.
La bruja giró sobre sí misma, era George.
—Parece el final.
Ambos se quedaron contemplando los pétalos aplastados.
El pelirrojo aclaró su garganta.
—Estamos aquí reunidos en el día de Halloween para conmemorar la vida y legado del jardín de flores y calabazas, plantado el 11 de septiembre de 1991. El primer día en que Isis Snape aprendió lo que es lidiar con Fred y George Weasley —dijo.
—El día que comprendió que así se sacrificara, los gemelos seguirían metiéndose en problemas. —complementó Isis.
—Fred, guardará por siempre un recuerdo de su vida, el cayo en la palma de su mano que se reúsa a irse.
—Siempre serán recordadas, jamás olvidadas y terriblemente difíciles de sembrar.
El muchacho se agachó sobre las plantas untando toda su túnica de fango.
—¿Qué haces? —preguntó Isis.
—Pues darles el último adiós, ven acá, agáchate.
—Claro que no, mira cómo te ensuciaste.
—Es solo un poco de tierra, acércate.
—No, no lo creo.
—No pasa nada, mira —posó su mano repleta de lodo en la túnica perfectamente limpia y planchada de Isis, la que le había regalado su amigo Blaise.
La expresión en la cara de la bruja le dijo a George que debía correr por su vida.
Ella tiró su sombrilla a un lado, penetró ambas manos en el suelo dejando que cada una de sus uñas se llenara de tierra, sacó una pesada cantidad de pantano, formó una bola firme y aerodinámica, entrecerró los ojos, fijó su objetivo, y tiró la bola estampándola en la espalda George. Objetivo derribado.
Pero la cosa no iba a quedar así, tras fingir su estrepitosa muerte, el pelirrojo se puso de pie para emprender carrera hasta donde estaba la bruja, inició una batalla de fango de gigantescas proporciones. La lluvia cayendo solo hacía que el momento fuera más épico.
Cuando estuvieron cubiertos de lodo de la punta de la cabeza al final de los pies se detuvieron para reír a carcajadas. No podían parar, les dolía el estómago, cada que creían que la risa había terminado, se miraban y volvían a reír. Ni siquiera se dieron cuenta que ya era de noche.
¿De noche? ¡Se estaban perdiendo la fiesta de Halloween!
Regresaron al castillo saltando sobre cada charco que encontraron, caminaban los pasillos con mucho sigilo, ni Flitch ni la señora Norris podían ver el reguero que estaban dejando en su camino, los castigarían por el resto de sus vidas.
¡Miau!
Atrapados. La gata más odiada de la escuela los había visto, el conserje llegaría en cualquier momento, pero no era su fin, George tenía un haz bajo la manga. La tomó de la mano y corrieron hasta el fin del pasillo, le dio dos golpes con su varita a una armadura lo que abrió la entrada a un pasadizo secreto. Como pudieron se embutieron en el diminuto espacio. Justo a tiempo. Cuando la entrada al pasadizo se cerró escucharon los pasos de Flitch buscándolos “¡Los encontraré delincuentes!”. Esperaron allí, con los oídos pegados a la entrada y cuidadosos de no hacer el más mínimo ruido, hasta que oyeron al conserje caminar escaleras arriba.