Vicent y Margarette: Y las profecías olvidadas

1: La princesa prisionera

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Recuerdo nítidamente el momento en el que nací.

Mi creadora, la gran Bruja Oscura, me lanzó una mirada infame; dijo: “De ahora en adelante harás lo que yo diga y no te opondrás a mis órdenes”. Debí haber escuchado aquellas palabras, sin embargo, un día decidí salir de casa y visitar los alrededores.

Cuando la reina de Laost me encontró, me mostró una piedra negra diminuta que contenía un brillo escarlata. Comenzó a aplastarlo con una sonrisa sádica y mórbida, y yo sentí cómo mi piel se partía igual que la piedra; allí entendí que yo no era un ave común. Me dejó bajo la lluvia torrencial del mundo Oscuro, no podía moverme ante el dolor que aún sentía.

Al regresar a casa, al día siguiente, la bruja oscura me explicó que aquella pequeña piedra era mi corazón, y que mientras lo tuviese, yo sería una simple marioneta de esta. Al principio traté de robar aquella piedra, pero experimentar la muerte reiteradas veces quitaba aquella voluntad que me impulsaba a luchar.

Después, la bruja me encomendó robar hena de los pueblerinos, mejor conocidos como khaos; en aquel momento pensé: “Ellos me ayudarán”. Mi perspectiva cambió cuando uno gritó: “¡¡Cóndor negro!! ¡¡Cóndor negro!!” y todos lanzaron sus flechas contra mí. Traté de esquivarlos, pero no pude y terminé cayendo al suelo. Un khaos vino y le supliqué que me ayudase, él se mofó y continuó golpeándome; no entendía por qué.

De pronto, unas extrañas luces blancas comenzaron a salir del khaos e ingresar a mí; mi cuerpo comenzó a retorcerse, a quebrarse, era una experiencia pavorosa y muy dolorosa. Cuando cobré consciencia mi cuerpo era completamente diferente, ahora tenía manos y piernas, tal como los pueblerinos.

Cuando levanté la mirada vi al khaos verme con terror y resquemor. Los otros huyeron aterrorizados al ver mi metamorfosis.

—Hey, no temas, yo... —pronto él murió, y cuando me percaté de mi apariencia, me di cuenta que era idéntico a él.

Recuerdo que me desmayé en aquel momento, y cuando desperté estaba en una prisión de Luz; no podía salir, aquellas barras quemaban mi piel. Traté de explicarles que no había cometido ningún pecado, pero ellos solo me llamaron Fremb; eso era, un fremb, una criatura (la cual podía convertirse en khaos y animal) creada por la bruja oscura para someter a los khaos y aniquilarlos. Los pueblerinos nos odiaban, nos aborrecían, y cada que tenían oportunidad, asesinaban fremb.

Comencé a llorar, a pedirles perdón, a negociar, y luego lo acepté viendo cómo festejaban mi captura. Inesperadamente un gato negro llegó a mi rescate esa noche, me salvó. Hui junto a él. En medio del bosque me dio el mensaje encomendado por nuestra creadora, de ir a buscar a la princesa que tuviese la marca en sus ojos, la de la profecía.

Al principio no supe cómo convertirme nuevamente en ave, pero con práctica y constancia, lo conseguí. Aunque, cada que un khaos veía a un animal completamente de negro disparaban sus flechas o lanzaban sus hechizos.

En búsqueda de las princesas noté que no había ninguna en los reinos colindantes, descubrí que todas eran asesinadas al nacer o a los 17, para que la profecía no se cumpliese.

Tal como una serendipia, mientras caminaba por los límites del castillo de Satín, vi una ventana, si así podía llamarlo, de unos 15 centímetros de altura y 60 de anchura. Fruncí al ceño al ver el rostro de una adolescente sonriéndome como si jamás hubiese visto a un khaos, decidí continuar con mi recorrido al colegir que era solo una prisionera del castillo, pero me detuve cuando oí su meliflua voz.

—¡Hey! ¡Tú! ¡Espera! —Al voltear a verla pude apreciar su cabellera blanca y sus ojos celestes, cual resplandor de la hermosa Luna contra la tempestad de las aguas de Paldo—. ¿Cuál es tu nombre?

No entendí por qué hacía aquella pregunta, es decir, si requería mi ayuda debía pedírmelo sin dilaciones.

—¡Oh! ¡Es cierto! No me presenté, yo soy Margarette.

Permanecí taciturno, únicamente viéndola.

—¿Sabes que es de mala educación no responder a una dama? —me observó en espera de mi respuesta, y al no dársela se enojó puerilmente—. ¡¿Por qué todos los humanos son así?!

—¿Humano? —inquirí con confusión. ¿Qué era un humano? Volteé hacia atrás y no observé a nadie allí; y si se refería a mí, al ser yo un fremb, se asustaría y no actuaría tan espontáneamente.

—¿Acaso no sabes que tú eres un humano?

—¡¿Yo humano?! —¿acaso ahora era así como llamaban a los fremb? O~ ¿O era un adjetivo? ¿Estaba diciéndome feo? Era entendible, el khaos al que copie su apariencia no era de una belleza distinguida.

—¡Claro que sí! Tú eres una persona igual que yo —dijo con convicción.




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