Vicent y Margarette: Y las profecías olvidadas

2: Abrazo del Diablo

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A veces me cuestionaba la razón por la que los khaos nos odiaban, pronto descubrí el por qué.

Extendí mi mano hacia el guardia y absorbí su hena, vi el rostro perplejo del guardia, cayendo de rodillas hacia el suelo ante la debilidad del despojo de su vida.

—Un fremb —dijo antes de desmayarse. Su intento de advertir mi presencia hacia los soldados fue interferido ante la pérdida de su conciencia. Me acerqué a su manojo de llaves y busqué la indicada, probé con algunas y cuando finalmente una encajó por completo sentí cierto alivio. Giré la llave y la puerta de acero se abrió.

La habitación en la que vivía era bella y moderna, sin embargo, se sentía el ambiente frío y cargado de soledad. La busqué con la mirada, pero no la hallé. De repente, vi cómo alguien aparecía frente mío. Había usado magia para cubrir su presencia.

—Eres el señor del cuadro —dijo sorprendida, sosteniendo en sus manos un collar de jade. Escuché unos pasos avecinándose, así que no dudé en tomar su muñeca y advertirle del riesgo en el que ambos nos encontrábamos—. No puedo irme... Yo... represento un peligro.

Vi sus ojos cristalinos tras decir aquello. Se sentía mortificada con ser la princesa de Satín, veía en su mirada la inocencia y el desconocimiento del por qué, veía rencor y arrepentimiento. Quise entonces abrazarla y cargar con su soledad, pero esa no era mi posición. Los guardias llegaron y antes de que pudiesen disparar los atravesé con plumas negras que salían de mi piel, eran duras y filudas. La sangre salpicó sobre las paredes de la prisión y vi el rostro horrorizado de la dama.

—No están muertos —dije al ver su estupefacción. Ella se acercó hacia el hombre al que le había absorbido su hena y comenzó a temblar del miedo—. Proteges a quien no te protege. Debemos irnos.

—Pero... personas morirán. Yo soy un hereje.

Vi sus lágrimas caer sobre el gélido suelo de la prisión.

—Eres la princesa de Satín —mencioné acercándome a ella—, quien pronto será sacrificada bajo el nombre de Bront.

Al escuchar mis palabras comenzó a tener en cuenta su realidad.

—Tú morirás sin haber cometido ningún pecado, y... tú no eres la princesa maldita —tras decir aquellas últimas palabras se dio cuenta que no merecía vivir aquella vida de miseria y lástima.

Margarette tomó mi mano y asintió. Accedió a huir a mi lado. Y yo afiancé aquel agarre, comenzamos a correr y oímos las voces de los soldados a nuestras espaldas.

—¡¡Ataquen a matar!! —preceptuó el general.

—¡¡Maten a la princesa!! —se escuchó en voz unísona.

Lanzaron sus lanzas hacia Margarette; un fremb, era el menor de sus problemas. ¿Tanto le temían a una dulce joven que jamás sintió los rayos del sol sobre su piel? La protegí con mis plumas. Me concentré tanto en mi defensa que cuando oí sus quejidos me sorprendí al verla herida. Volví a fijarme en los guardias y vi a un hechicero, ellos usaban los muñecos vudú como ataque.

Sabía que, si quitaba mi defensa, sus armas la atravesarían. Pero si no impedía que aquel hechicero continuase usando su magia, ella pronto fallecería. Sin ninguna solución, deshice mi defensa de plumas y me coloqué de rodillas frente a ella, la abracé y sentí cómo todas las fechas y lanzas atravesaban mi espalda. Volteé y extendí mi mano; atacando así con mis plumas y sirviendo de escudo a Margarette.

Escuché las réplicas de Margarette, suplicando que detuviese aquel acto suicida. Cuando todos se encontraron incapacitados y sobre el suelo, escuché con nitidez el llanto incontrolado de la joven princesa.

—Debes huir, ellos me quieren a mí.

Esas palabras me hicieron sentir inepto. Creí que, entonces, mi vida tampoco valía la pena. Tosí y escupí sangre negra, cualquier khaos se daría cuenta de inmediato que yo no era uno de ellos, pero ella, rodeó mi torso con sus brazos y trató de quitarme las flechas que se habían quedado incrustadas en mi piel. Ella emitía una calidez que no podría describir.

Pero, al darme cuenta que estaba absorbiendo su hena la aparté de mí bruscamente; cuando me di cuenta, había sido demasiado tarde.

—Debes alejarte de mí —demandé.

Mi cuerpo absorbía hena de los khaos, a los que Margarette llama humanos; y una ‘persona’ sin hena, muere. No quería que Margarette cambiase su visión de mí, no quería que me viese como un monstruo; por lo que no quería explicarle lo que era.

—Si usas el collar de jade nadie podrá sentir tu presencia, ni tu energía y podrás huir. Al menos uno de los dos debe hacerlo.

Me pregunto si me querría proteger aun sabiendo que yo era un fremb.

Su piel estaba cubierta de heridas y sangre. Apreté mis puños y expulsé con la fuerza de mis plumas las lanzas y flechas de mi cuerpo. Debía continuar luchando, debía protegerla. Me levanté entre espasmos y dolor, pero al conseguirlo y verla desprotegida nació en mí una llama de voluntad. La cargué entre mis brazos y comencé a correr.




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