Así es como te sientes. Así es como te defines, mientras un vestigio de responsabilidad ilumina tu mundo oscuro, húmedo y solitario.
Pero no es luz suficiente, pues la culpa hace presencia, y el deseo de escapar, es cada vez más fuerte. Pero, mejor que nadie, sabes que no hay a dónde ir.
En un laberinto con una sombría y difícil salida, es capaz de acobardar hasta al más fuerte, pues el solo intentar tocar el picaporte de esa puerta, causa desesperación.
Incluso, más de la que ya sientes, en lo que el ambiente en que pereces, irrita tus sentidos, humores y desgarra tu frágil corazón.
Ese que late frenético contra tu pecho, pero que bajo tus pies descalzos, suena suave como una balada, imperturbable, pues él, no siente remordimiento alguno.
Después de todo, para ese papel, alcanzas y sobras tú. Que te abrazas desesperado a tus piernas desnudas, sin saber cómo hacer para que ni un tramo de tu piel toque la viscosidad en donde pasas el resto de tus días.
Es más, cierras los ojos húmedos de lágrimas de autocompasión, con tal de no ver en la caja torácica en el que estás.
Y, si bien no es el mejor de los rincones del laberinto, el latido del corazón, el flujo natural de la sangre y el respirar de los pulmones, te ayudan a mantenerte cuerdo. Como también, alejar un poco la pesada soledad, que toma el rostro de aquel que mataste, y de la que dejaste morir, Vicrim.