Es su disfraz favorito, si no es la definición que más le gusta. De hecho, cada tanto, hace gala de los traumas que mancharon de sangre y dolor su alma.
—Era mi amigo, ¿sabes? —decía conmovido—. Casi diría como hermanos… Todo era un juego para nosotros, nuestro momento de experimentar… Jamás, pero jamás, hubiera creído que el arma estaba cargada.
Sus lágrimas, en dichas ocasiones, fluyen. Pero nadie es capaz de ver la maldad, la manipulación y la satisfacción que tú sí reconoces en su actuación perfecta.
Pues, él, se te presentó igual. Como un susurro entre la ventisca de miedo, que te recorrió todo el cuerpo en un denso sudor frío; en que tu grito desesperado se hizo sordo, y solo es nítida la imagen del cuerpo sin vida de James, apoyado en tu pecho.
«Tranquilo, fue un accidente».
Dijo comprensivo, en el interior de tu cabeza, incapaz de reconocer su voz, en tu voz.
«Incluso, son cosas de jóvenes». La camioneta negra, las botellas de alcohol y algunas pastillas dispersas sobre los asientos, te convencieron. «De hecho, nadie lo sabe más que nosotros».
Su discurso distorsionó el hecho, pero el terror que te paralizó, mientras sentías la sangre tibia manchar tu mano, ayudó a aceptar su trato.
Incluso, el encanto de «todo va a estar bien», acompañado de un «juntos para siempre», fue la melodía que te cautivo. Y, antes de que todo quedará en un expediente, sesiones terapéuticas, y que James fuera el responsable de todo, él, siempre él, te engañó.
Te encerró, Vicrim, y ocupó tu lugar.
No niegues la realidad. Atiende lo que, por escapar de tus responsabilidades, creaste.
Puedes correr tanto como quieras, aun así, sabes que es insuficiente. Porque el laberinto es orgánico, viscoso; por ende, resbaladizo.
No cubras tus oídos, es un intento en vano. Ya que no se puede olvidar lo que la mente, en donde acabaste por llegar, repite las imágenes de todos tus pecados.
No cierres los ojos, pues él hace mucho que los cubrió con sus manos, y ahora, no te deja salir. Si no que, ese para siempre, es un hecho del cual tampoco puedes escapar.
Tal como sabes qué le va a pasar a ella.
Male, según dijo que se llama.
Una rosa blanca que envidia los pétalos negros de su interlocutor, incapaz de ver entre ellos, las espinas venenosas que la convertirán en una presa más de su colección.
¿O de la tuya, quizás?