Vicrim

Presa.

¿Cuánto tiempo esperé por este momento?

Reconozco que no tenía esperanzas. Algo bueno, dicen algunos sabios. Y yo también, ahora, lo creo. Pues, de haber esperado verte a la cara, si bien no en esta circunstancia, ¿hubiera sentido la misma satisfacción?

Lo dudo. Ya que, en mis fantasías, tú estabas al otro lado de la sala judicial, como el criminal que eres. Por ende, la ley te hubiera amparado. ¿Y qué ganaba?

Sí, el mundo conocería la verdad de tu existencia, en vez de discutir por tu apariencia y tu vida, la cual se presta para más de una justificación, como la ineptitud social por no haber evitado convertirte en el monstruo de Gallen, hasta en la lamentable familia en la que te criaste.

Lo que para mí suenan a excusas baratas, que solo le quitan el peso del valor de tus horripilantes actos, Víctor Gallen.

Tal como son tus cuentos llenos de lágrimas sin emociones, tu mirada color miel que, de dulce, no tiene nada. De seguro, y de mí te olvidaste ya. De hecho, ni siquiera me parezco a la que solicitó tu ayuda.

Tú lo sabías tan bien como yo. Tus ojos y los míos guardan el segundo en que ella murió en un accidente junto al que la llevó a ese final.

Gritaba. ¡Gritaba con desesperación! ¡Te suplicó, Gallen! ¡Te extendió la mano, me empujaste hasta dejarme inconsciente y le diste la espalda!

¿Y creías que ibas a desaparecer sin dejar rastro? Quizás tu madre, para salvaguardar sus intereses, movió los contactos necesarios para que nadie te encontrara.

Y por años, esperé encontrarte. Soñaba, por supuesto, en verte esposado, a la espera de tu sentencia. Pero, ¿cuántos años te darían?

El dolor que siento, el odio que me consume, el solo oírte hablar de tus traumas, ¿van a desaparecer dentro de treinta o cuarenta años?

Lo dudo, mientras recuerdo a los miles de víctimas que, sin importarte, sus espíritus deben de rodearte para solo maldecir tu existencia. ¿Al menos, mi hermana, es una de ellas?

Porque todo lo que puedo recordar, por tu culpa, es verla arder entre las llamas, y su mano chamuscada, pidiendo que la salvemos.

Y… qué irónico, ¿verdad? Casi que siento lo mismo que debiste sentir tú, mientras la veías pagar por haberse enamorado del hombre de la familia Gallen.

Tus ojos no ocultan tus verdaderas intenciones. Poco quedó del simpático adolescente que jugaba a las cartas con ella y conmigo. Solo tienes la apariencia cautivadora y atractiva, que engaña, a menos que tu sonrisa te delate por falta de empatía.

Me miras, me sonríes, y hasta me acaricias el dorso de la mano, mientras escuchas mis penas. ¿Acaso soy una más de tu retorcida colección?

—Sí. —Tu afirmación me deja sin aliento, pero recuerdo nuestra conversación, y te sonrió nerviosa—. Tienes razón, Male. Incluso dos extraños, como nosotros, pueden compartir recuerdos que cambien el pasado.

Tus ojos, otra vez, me traspasan. Hasta siento que puedes saber más de lo que yo sé. Sin embargo, una sombra de lo que fuiste, me entristece.

Pero te odio tanto como te quise. Y como me lo prometí, mientras acepto tu mano, tú serás el primero y último de mi colección.

Sin olvidarme de ti, el que tiembla en su interior, y sí que me recuerdas a la perfección.

Tú, cobarde. Tú, que gateas por debajo de las córneas y te adentras a lo profundo de las memorias, cuyas conexiones multicolores de las neuronas dibujan, otra vez, la única salida.

Esa puerta que no te atreves a siquiera ver, por lo oscura y brillante que es.

¿Cuántas causas pendientes tendrás que enfrentar, si solo le das un vistazo a la realidad? Es la pregunta que te detiene, al recordar lo desesperado que estuviste al caer del precipicio, y haber sobrevivido.




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