Tumb. Tutumb. Suenan, con dolor, los corazones contra el pecho.
Uno más débil. El otro más acelerado.
El ruido de la noche se expande. Se vuelve lejana y extraña, mientras tus respiraciones se vuelven densas.
La sangre que invade los órganos, se derrama por todos los orificios existentes.
La muerte, incluso, nunca pareció tan lenta como es la tuya Víctor Gallen. Pues lloras por mí, en vez de por ti, mientras un soliloquio de reproches, odio y melancolía contigo mismo, se reproduce en el frío auto en que estamos.
Tu desesperación, ambición por devolverme a la vida, transmitiendo más sangre que oxígeno en mis pulmones, mientras presionas con debilidad, y otras veces con fuerza en mi pecho, no es en vano.
Poco a poco, mi aliento se acopla suave con la tuya, hasta que la desesperación me devuelve en sí. Y me condenas, una vez más, Víctor Gallen.
Yo no quiero ser como tú. Pero tu sonrisa dulce, como en el pasado, cuando bromeabas conmigo, de una y mil maneras, se oscurece como el líquido rojizo que incluso toman forma de tus lágrimas.
—Así debió nacer Gallen —digo, mientras acaricio mi cuello y pecho adolorido—. Así es como acabaste prisionero dentro de ti.
No hay respuesta. Mi piel se eriza, y lo entiendo.
—Otra vez tú, Gallen, decides hacer del encuentro eterno.
La adrenalina lo hace actuar, pues la piel pálida y empapada de sangre, anuncia que el final está cerca.
La cuestión es de quién será el turno. Ya que, la experiencia, la sobrevivencia y el deseo, se imponen uno a otro, y me es difícil asegurar que voy a ganar.