Tumb. Tutumb. Nuestros corazones ahora laten igual de fuertes, como también el ruido de la calle.
De hecho, las luces intermitentes de una ambulancia y de varias patrullas, iluminan el interior mortífero del auto.
Sus cabellos castaños se vuelven rojos, y según mi reflejo en el espejo retrovisor, mi rostro, aun sin recuperar su color, se vuelve azul.
Sea el desenlace, cajón o cárcel, para Gallen es indiferente. Pero, para ti, Víctor, lo es todo.
¡Qué tristes! Otra vez, no te puedo oír.
¡Qué lamentable!, ahora estás sujeto a venas y arterias. Y lo peor no es eso, sino que ni yo soy capaz de ayudarte.
Irónico, ¿verdad? Hasta hace pocas horas, no tenía otro interés más que acabar contigo.
De allí la idea de que, al borde de la muerte, no solo la vida pasa en un segundo por nuestros ojos, sino también el de valorar lo que nos mantiene vivos.
¿Y quién me iba a decir, que tú eras al que buscaba volver a encontrar?
No por venganza, ni por odio, sino porque eres el ancla de todo lo que no quiero perder en mí.
Pero te fallé, y nos fallé, al confundir lo que de verdad importaba con mis emociones. Tú, aún estás ahí. Existes, con cobardía; sin embargo, Gallen no puede sobrevivir sin ti.
Entonces, ¿qué tengo que hacer? Si tú quieres que viva, y yo que tú lo hagas, pero sin él.
—¿Por qué no desapareces, Gallen? Víctor, ya no te necesita…
—Pero yo sí a él.
Tose y traga sangre; aun así, no pierde la sonrisa, incluso cuando el deseo de Víctor se interpone con sus intenciones de matarme.