Vicrim

Elena.

Dices mi nombre, mientras él me maldice con tu voz. Pues, no importa cuántas veces intenta apretar el gatillo, de alguna manera, lograste que sea la tarea más difícil, en lo que somos rodeados.

La tensión, que surge de las insistentes sirenas, que hasta a mi me pone un poco frenética. Y para alguien que no tolera el fracaso, incapaz de volver a hacerme daño, Gallen no duda en encender el motor.

—¡Salga del auto!

Exige un informado, que incluso apunta con una linterna. Sin embargo, la amenaza es apenas una broma para él, que acelera cuando dos patrullas intenta cerrar el camino.

Mi pecho, magullado por tus reanimaciones, me duele al chocar con fuerza contra la guantera, pero eso queda en segundo lugar, cuando Gallen gira con brusquedad a la derecha, y mi cabeza da contra la ventanilla.

Su risa me eriza la piel, y a ti te llena de culpa.

Forcejeas, pero es en vano. Su fuerza es mayor a la tuya. Su deseo por destruir, se impone a tu pulsión de muerte.

Y lloras, Víctor.

Lloras, mientras todo pasa como una melancólica caja musical, en lo que tus lágrimas rebotan en el mar de sangre que te inunda.

El final está cerca. El halo frío y solitario de la muerte susurra en tus oídos, y deseas tanto ceder. Pero Gallen se resiste.

Incluso cuando pierde, por un segundo, la noción y el auto se descarrila.

La noche, al menos, está tranquila y los espectadores se encuentran seguros en sus hogares.

Por tanto, él vuelve a recuperar el control, pese a las maniobras de los oficiales, para impedir el paso. Algo imposible, para alguien que tiene un solo objetivo: llevarme consigo hasta las puertas del inframundo.

Pues, sin fuerzas, no me cuesta reconocer el recorrido que sigue, cada vez con más velocidad.

No recuerdo con exactitud la distancia, pero el río que rodea a la ciudad, no está muy lejos. Y como el tiempo que le queda no es suficiente, cuando me mira con su macabra sonrisa roja, comprendo lo que no puede decir, mientras la sangre se desparrama con más intensidad de entre sus dientes.

Y sí, tanto como tú, Víctor, yo también me siento seducida por la dulce melodía que resuena en mis oídos.

De hecho, la misma, me lleva a una tarde de primavera. Malena, que nos mintió para estar con tu padre, no estaba. Por tanto, éramos sólo tú y yo.

Los dos, acostados debajo de un árbol de mora madura, cuyo color oscuro y dulce, manchó nuestras manos y labios.

¡Cuánto nos reímos en esa ocasión! Y que tan felices fuimos sin darnos cuenta, ¿verdad?

No hay mucho qué contar, pues las palabras no fueron necesarias, y los problemas que nos agobiaban, era algo que fuimos a intentar olvidar.

Así que las risas era todo lo que salían de nuestros labios y de nuestras miradas cómplices, mientras el sol cálido, apenas lograba filtrarse entre las abundantes hojas verdes.

Sé que es de noche. Que, tres cuadras dividen pasado, presente y futuro. Y que la felicidad es lo que menos hay en nuestros corazones. Sin embargo, tal como recuerdo, no quiero que el momento se termine.

Es así que recuesto la espalda contra el asiento, para mirarte a través de sus pupilas dilatadas, mojadas de ira.

Ahí estás, inundado hasta el cuello, intentando vaya a uno saber qué. Pues, él, siempre él, desde un inició escribió un final distinto al que yo y tú queríamos.




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