El grito desgarrador de tu padre, mientras se incendiaba fuera del auto.
El brazo extendido de Malena, chamuscado por el fuego.
La sonrisa de incredulidad de James, mientras escupía la sangre que llenó sus pulmones.
Todos y cada uno de sus gestos, expresaron el deseo de vivir, pese a las pocas posibilidades de sobrevivir.
Así como a ti también, mientras el dolor de huesos rotos y expuestos en la soledad del barranco, superaba la culpa que te atormentaba, Gallen surgió de esa pulsión.
Yo no lo entendía, hasta que las luces corren a la velocidad con que él aprieta a fondo el acelerador, y tres cuadras, se convierten en dos.
La última, apenas la separa una avenida del muro que contiene al río. Pero pronto cruzamos y los cuatro carriles, quedan casi en el olvido.
Hasta allí, me rindo, entre lágrimas, al desenlace. Pero los recuerdos de cuando éramos solo tres, capaces de lidiar con un problema por vez, entre llantos, risas y gritos, nos impulsan a hacer lo impensado.
Mientras, con las pocas fuerzas que conservo, me arrojó sobre el volante, tú eres el único que merece el reconocimiento de poder y fortaleza.
Tomando el control absoluto de tu cuerpo y mente, a destiempo, sueltas el acelerador. Si bien, ninguno de nuestros intentos impide que el auto muerda el borde de la vereda y, por consiguiente, ruede; lo admito, Víctor, no hay final mejor que ver mi sangre y la tuya, mezclarse en un hilo que guía a paramédicos y policías, a socorrernos.
Tu mirada, de nuevo dulce como la miel, que lucha por conservar el brillo de la vida, me reconoce. E incapaz de decir siquiera el nombre del otro, como esa tarde de primavera, nos miramos y sonreímos.
Cómplices, moribundos y culpables, pero de nuevo, somos tú y yo.
Estiró mi brazo, y si bien duele, no hay dolor más desgarrador, que sentir tu piel fría, tensa y sin vida. O, quizás, ¿es la mía?
—¡Todavía hay signos vitales!
—¡Trasladen al masculino!… ¡¿Y la mujer?!
—No hay nada que hacer.
—¿Causa de muerte?
—Asfixia.