Vicrim

Víctor Gallen.

¿Cuánto daño causaste por un amor desenfrenado, envidia y despecho?

Callaste, y actuaste en silencio. Bajo la influencia del odio, manipulaste los frenos del auto familiar; el remordimiento, por supuesto, hizo que te presentaras minutos antes de que el accidente sucediera.

Pero tampoco hiciste nada, más que quedarte paralizado, mientras un choque se transformó en un incendio, en que Malena Wolch y Patrick Gallen, murieron calcinados.

A ese hecho, con las pruebas destruidas por el temor de tu madre, y seguir su exigencia de negar todo lo que hiciste, conllevó la dependencia de sustancias con James.

Un amigo, excéntrico y descarado, que estaba enamorado de tu madre. Antes de saberlo, envidiabas su vida, su familia amorosa, hasta su popularidad; y esa emoción destructiva, se sumó al despecho, cuando lo viste entre las sábanas con ella.

Por consiguiente, la oportunidad se te presentó en mano, cuando él mismo, bajo los efectos de la combinación de alcohol y pastillas, jugó con un arma que robó.

¿Sabría que estaba cargada? O, ¿confío, en que tú no serías capaz de apretar el gatillo?

Cualquier opción fue su error. Y, otra vez, tu madre ayudó, pero en esta ocasión, sin ocultar su desprecio.

Es más, en sus ojos, viste el monstruo que tomaba forma en tu interior. Del cual quisiste huir. Sin embargo, el deseo de vivir, te animó a cederle todo el poder.

Una decisión que, tan pronto como la tomaste, te arrepentiste. Pero ya era demasiado tarde.

Junto a tus fantasmas, culpas y penas, permaneciste prisionero de ti mismo.

Y, si bien, ahora eres capaz de alternar entre Víctor y Gallen, encerrado de por vida en un psiquiátrico por todos tus crímenes, solo conmigo hablas, maldices, ríes y lloras en un soliloquio que causa lástima en todo aquel que te escucha.

Pues, tu condena no es privarte de la libertad, sino estar perdido en un tiempo y espacio inexistentes, en el que estamos todos, siendo las cadenas de tu demonio Gallen.

—¿Es así cómo quieres vivir?

Te preguntas en mi nombre, acostado debajo de un árbol que no es de mora, ni tampoco es primavera, pero el lugar se asemeja demasiado a una época en que todo estaba bien cuando nada lo estaba.

—Sí… Aquí, al menos,élni yo, no podemos hacer más daño.

—¿Qué tan seguro estás de eso?

—¿Es que no lo ves, Gallen? Somos un torso, incapaz de movernos.

Te burlas, pero el grito desesperado, es el que traspasa la puerta de seguridad, y se pierde en el desinterés de los pacientes que ignoran tu existencia, la de Gallen y tus fantasmas, Vicrim.




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