Oscuridad. Todo lo que había frente a mis ojos era oscuridad. Me sentía como si flotase en la nada, cual pluma que vaga a merced del viento. Admito que sentí mucho miedo, ya que por un instante llegué a creer que, tal vez a causa de mi propio error, había ido a parar al infierno.
De pronto, la voz de mi hermana menor, Susy, junto a una intensa y resplandeciente luz llamó mi atención. Ella estaba a mi lado, tomándome de la mano como solía hacerlo cuando salíamos a caminar. Un nudo se abrió paso en mi estómago. ¿Qué estaba haciendo ella ahí? ¿Acaso el incendio la había matado también? Pensé que lloraría, hasta que ella me aclaró que se encontraba bien. Estaba «durmiendo», pero viva.
Me hinqué frente a ella para abrazarla con fuerza. Susy me abrazó también y fue entonces que entendí todo a la perfección, ya que a pesar de encontrarnos tan cerca, no podía sentirla: ella estaba en coma, y yo muerto. Terminó en ese estado por mi culpa, porque cedí ante el orgullo y la impulsividad. Odio admitirlo, quisiera decir que actué de la mejor manera que pude, pero esa no es la verdad.
Cuando estaba vivo tenía el don de ver, oír y hablar con los muertos, e incluso con seres oscuros y muy peligrosos. Tres días antes de morir, descubrí que un ser demoníaco estaba intentando hacerle daño a Susy porque ella es un ser de luz.
Decidí no acudir a mis padres porque no serviría de nada, ellos jamás creyeron en mí cuando les hablé sobre los tres niños muertos que me visitaban para jugar todas las noches, mucho menos cuando les dije que Susy, todavía en el vientre de mi madre, me había hablado. Y esa cosa que buscaba a mi hermanita era una criatura tan peligrosa, que yo no supe qué más hacer. Me sentí solo, sin nadie a quien recurrir.
Al final, el orgullo por no dejarme vencer, y el impulso de desesperación al saber que no podía detener a ese demonio, hizo que cometiera el error de incendiar mi propia casa para acabar con él y conmigo.
Tuve que explicarle todo eso a Susy mientras nos encontrábamos en el paso, ese punto astral que divide la vida y la muerte. No sabía que los espíritus podían sentir como si el corazón se rompiera, pero fue justo lo que me invadió cuando Susy se abrazó a mí y lloró en silencio.
Yo siempre tenía las palabras ideales para ella en mis labios, pero en ese momento no supe qué decirle para consolarla, así que solo acaricié su cabeza luchando por no sollozar. Intenté hablar y permitirle a mis sentimientos explicarse, pero ella me ganó la palabra. Me quedé congelado. No podía creer que ella estuviese diciéndome semejante cosa, no a sus cortos cinco años de edad.
—No juegues con eso… —Fue lo único que pude pronunciar.
—No lo hago —susurró Susy con voz débil. Por supuesto que hablaba en serio—. Quiero quedarme contigo para siempre. —Ella alzó la vista para que sus ojos se fijaran en los míos. Se me hizo un nudo en la garganta—. Llévame.
Mi hermanita. Mi bebé, esa pequeña criaturita sonrosada que cargué en mis brazos al nacer y que se acurrucaba en mi pecho para dormir, quería estar conmigo por toda la eternidad; admito que por un instante me agradó la idea, aunque no podía permitirlo. Eso significaba que muriera, y ella tenía mucho por vivir, así que le mentí
Tuve que asentir despacio con la cabeza cuando Susy me instó a darle una respuesta y, así como lo hacía las noches en que ella tenía pesadillas, la estrujé en mis brazos, me acerqué a su oído y susurré:
—Es tiempo de volver. Despierta, Susana.
Y su cuerpo se desvaneció frente a mí, dejándome sumido de nuevo en la oscuridad. Estaba seguro que Susy había despertado del coma; eso era todo, no volvería a verla nunca más. Me levanté despacio y comencé a caminar sin rumbo, con las lágrimas naciendo de mis ojos.