Víctor |sueños oscuros spin-off|

Capítulo 2| No estoy solo

Cuando Susy desapareció de mi lado y yo me dediqué a caminar entre la oscuridad absoluta, perdido en el abismo de mi propia mente, creí que todo terminaría ahí. Lo que hay después de la muerte es un misterio para todos cuando estamos vivos, pero más de una vez, queremos tener fe en que hay algo mejor esperándonos allá.

A veces pensamos que si somos buenos en vida, en la muerte seremos recompensados con un mundo que no conoce el dolor y las penas, un mundo lleno de gloria, de amor. Donde me encontraba no se parecía en nada a dicha idea. Estaba comenzando a odiarlo.

Mi mente divagó por tanto tiempo, que ni siquiera puedo decir con certeza cuánto fue. Solo sé que de pronto, al levantar mi cabeza con desgana, me di cuenta que estaba entrando a una especie de parque. Había una espesa niebla gris cubriendo el lugar hasta donde la vista alcanzaba a percibir, y un viento helado me erizó la piel.

Sí, yo también estoy sorprendido de conservar todas aquellas sensaciones en este lugar, aunque imagino que no va más allá de lo que fue la consciencia de un vivo. Simples creencias. Creo que hace frío, creo que estoy triste; por lo tanto: hace frío y estoy triste.

Continué caminando sin prestar mayor atención, después de todo, no tenía importancia la alucinación de alguien inexistente. Me detuve cuando alcancé a divisar una banca cerca de un grupo de grandes robles y me senté sobre ella, solo mirando hacia la nada. Me abracé a mí mismo mientras comenzaba a tiritar; era como si la frialdad de la niebla me calara en los huesos. Cerré los ojos un segundo, imaginando que aún me encontraba en casa, con mamá, con papá y con Susy.

Mi corazón deseaba abrazarla para siempre, jugar con ella, escuchar su dulce voz diciendo mi nombre con esa ternura tan suya. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que la hice despertar del coma, pero ya la extrañaba tanto que casi podía jurar que escuchaba su voz.

—Víctor. —Volví a oír, aunque esta vez el sonido se extendió por todo el parque. Por el tipo de llanto que podía escucharle, deduje que estaba aterrada—. ¿Por qué?

Me levanté de la banca con un salto. No estaba alucinando, de verdad podía escuchar su voz llamándome. Miré hacia todos lados con desesperación antes de correr hacia la derecha siguiendo el sonido.

—¿¡Dónde estás!? —le grité. Ella tenía el mismo don que yo tuve en vida, así que tenía la esperanza de que pudiera oírme—. ¿¡Susy, dónde estás!? ¡Responde!

—¡Hermano! ¡Ayúdame! —Volví a oírla gritar.

Algo horrible le ocurría en ese instante y yo estaba atrapado en este mundo cual rata de laboratorio. ¡Maldita mi suerte! Sacudí la cabeza con ira y seguí corriendo en su búsqueda, pese a sentir que cada vez me hundía más en un camino sin retorno. Estaba adentrándome en la zona más profunda del parque, y al darme cuenta de ello, me detuve.

Miré los árboles a mi alrededor con algo de desconcierto. Conocía ese lugar. Los grandes árboles frondosos y tupidos como los del bosque, el gran lago de forma ovoide con la orilla decorada de piedras hermosas: era el parque Agua Roja.

Sin lugar a dudas, algo estaba terriblemente mal. La voz de Susy se repitió, pero esta vez, di un paso hacia atrás. Había risas siniestras retumbando en mis oídos. De pronto, sentí la presencia de alguien caminando hacia mí. Giré un poco la cabeza para ver de reojo de quién se trataba. Una silueta gigantesca y deforme se me acercaba a paso lento, mientras las risas se volvían más ensordecedoras a cada instante.

Entré en pánico y corrí hasta un árbol cercano para escalarlo tan alto como pude, sin detenerme a pensar en que aquella criatura tal vez ya me había visto. Cuando entré en razón sobre eso, me quedé ahí y aguardé en silencio, casi seguro de que iría tras de mí. Apreté los puños. Contuve la respiración. La voz de Susy seguía ahí, llamándome, pero estaba tan asustado que ya no pude moverme más.

Me quedé mudo los siguientes segundos, hasta que aquella enorme bestia pasó justo a mi lado y comenzó a alejarse, erizando todos los vellos de mi cuerpo con su escalofriante presencia. Mientras se alejaba, me di cuenta que arrastraba con su mano derecha un costal que chorreaba sangre, y en la mano izquierda, sostenía un pergamino viejo.

La criatura se alejó emitiendo una especie de chillido agudo y rasposo, desapareciendo en la niebla segundos más tarde. Una vez que estuve seguro de que se había esfumado, dejé salir un profundo suspiro. Nunca antes había sentido el miedo en su estado más puro.




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