Víctor |sueños oscuros spin-off|

Capítulo 9| Respira, Víctor

«Respira, Víctor. Respira», comencé a repetirme una y otra vez. Me faltaba el aire, mi cuerpo temblaba y cada vez me resultaba más difícil mantener la calma. No sabía ni donde me encontraba ni porqué estaba ahí. Miré a mi alrededor tratando de hallar algo que me diera una pista, pero la inmensidad de los árboles y el ruido del agua de una cascada a la lejanía, solo conseguía confundirme todavía más.

Respiré tan profundo como me fue posible, contuve el aire y miré de nuevo todo lo que me rodeaba. Era un bosque, sin duda alguna. ¿Pero qué hacía yo en un bosque? Al principio pensé que tal vez se trataba del parque Agua Roja, pero conforme estaba adentrándome, fue claro que no era así.

Me detuve en el acto, seguro de que jamás había pisado ese lugar. Y cuando alcé la cabeza, con algunas lágrimas naciendo en mis ojos, descubrí que no estaba solo. Una criatura gigantesca con deformidades grotescas en el rostro y cuerpo se alzaba frente a mí. Noté que cargaba un pergamino en la mano izquierda y un costal chorreante de sangre en la mano derecha.

Pensé que lo había visto antes, pero no podía recordar dónde ni cuándo.

 Escuché un sonido profundo emanar de aquella macabra bestia y, cuando levantó la cabeza para clavar sus orbes en los míos, todo llegó a mi memoria cual relámpago. Yo estaba muerto. Antes de llegar al bosque estaba frente a mi tumba. La criatura era conocida como el Recolector; yo había huido de él aunque sin saber exactamente qué hacía con las almas. Para que no me detectara, debía evitar a toda costa tocar el piso.

Tragué saliva con pesadez bajando temeroso la mirada hacia el piso. Mis pies sí estaban tocando el suelo. Y él… él estaba justo frente a mí. Ya no podía escapar. Lo vi acercarse a mí, y al cerrar los ojos con la esperanza de así sufrir menos, sentí sus escamosas y húmedas manos sujetarme.

Me arrojó al interior del costal, donde todo estaba invadido por una oscuridad tan absoluta, que incluso mirarse la palma de la mano resultaba imposible.  Recuerdo haberme encogido en el fondo del costal antes de cubrirme la cabeza con las manos; solo me restaba esperar ahí, en silencio y soledad a que el Recolector hiciera conmigo lo que tenía que hacer.

Mientras estuve ahí dentro no pude evitar que mi mente divagara. Es que existen tantas cosas en el universo que se desconocen, y hay tanto sobre la muerte que jamás imaginamos siquiera, que cuando te enfrentas a esos misterios, descubres lo frágil que eres.

Yo creí ser una persona fuerte hasta que ese instante llegó.

Ese momento en que estuve frente a mi propia tumba, entendí de verdad que estaba muerto. Y no hablo de saberlo, porque hace tiempo que lo sé. Pero saber algo, y entenderlo de verdad, son cosas muy diferentes. Entenderlo implicó darme cuenta de que mi cuerpo reposaba en el fondo de un hondo agujero en la tierra, donde estaba pudriéndose hora tras hora. No había marcha atrás.

Estando ahí, los gusanos se alimentaron hasta cansarse de lo que alguna vez fue mi piel sin que pudiera evitarlo. Y lo peor de todo fue que yo, el fantasma de quien estaban devorando, lo sabía. Mi cuerpo empezó a doler de pronto y no pude evitar que un grito saliera de mí. Podía sentir a los gusanos mordiendo cada fibra de mis músculos putrefactos, moviendo sus repulsivos cuerpecitos bajo mi piel y masticándome hasta no dejar nada.

Tan rápido como pude me levanté del suelo y comencé a correr hacia atrás, golpeando mis brazos con el fin de sacarme a los malditos, para que me dejaran en paz. Sin embargo, entre más luchaba, el dolor se volvía más fuerte. Jamás había sufrido tanto. Empecé a llorar implorando por piedad. Ya no podía soportarlo ni un segundo más; y solo entonces, el dolor se esfumó poco a poco.

Hasta ese día me había comportado como si continuara con vida, caminando de aquí para allá como trotamundos, creyendo incluso que los vivos aún podían escucharme, pero no. Me froté los ojos con desesperación para limpiarme las lágrimas.

Al quitarme las manos de los ojos, descubrí que ya no me encontraba en el cementerio, sino en un extraño y tupido bosque. Y no solo eso, sino que también estaba adentrándome en él. Mi memoria se fue borrando a cada mínimo paso que daba. Cuando reaccioné, había olvidado por completo dónde estaba y cómo había llegar ahí.

Sentí una corriente fría recorrerme la espalda. Estaba tan nervioso que no sabía ni qué pensar. Una vez que estuve adentro del costal del Recolector, apreté las manos de nuevo, abriendo y cerrando los puños para así desviar la ansiedad de mi cabeza.

«Respira, Víctor. Solo respira».

Me puse de pie, miré hacia arriba y esperé. No sé cuánto tiempo estuve ahí dentro, pero de un momento a otro, una luz de color azul que transmitía calidez ingresó en el costal desde la parte de arriba. El Recolector me sujetó una vez más luego de meter la mano para sacarme de ahí.




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