¿Valía la pena sacrificarme y tener que lidiar con uno de mis mayores temores? Si no lo hice en vida no deseaba hacerlo ahora, y al menos por una vez, quería pensar más en mí que en los demás. ¿Ese sentimiento me hacía una persona egoísta, acaso? Tal vez ser egoísta no sea del todo malo.
Como fuese, necesitaba tiempo para decidir si permanecería en el umbral para regresar algún día, aunque tampoco era algo que me emocionara, si soy sincero. Supongo que, como mis energías eran cada vez menos, me sentía agotado y harto de todo. Yo solo deseaba descansar de una vez por todas, fingir tanto que nada me importaba, que tarde o temprano se volviera realidad.
Debo añadir que el Recolector me dijo que iría al paso para traer a los recién fallecidos, así que tenía hasta su regreso para tomar una decisión. Accedí a su propuesta y él se marchó. Luego de que suspiré con pesadez me di la vuelta y comencé a caminar entre los árboles, viendo al resto de los espíritus andando de un lado a otro sin percatarse de la presencia de los demás. Luego de unos instantes al fin me senté bajo un árbol.
Ahora que lo pienso mejor, me intriga darme cuenta de la poca claridad con que recuerdo las cosas a partir de aquí. Sé que una joven se acercó a mí en ese momento en que caminé hasta un árbol y me senté bajo sus ramas. Sé que charló conmigo y gracias a eso caí en cuenta de que había muchos otros como yo, quizá en situaciones similares a la mía o quizá pasaron por algo muy diferente, pero todos defendiendo lo que consideraban mejor para ellos.
Cuando ella se sentó a mi lado me sentí acompañado y le pedí que me escuchara, aunque supongo que le dije aquello como una forma de analizar yo mismo las opciones como si fuese alguien ajeno.
Soy consciente de que ella muy amablemente escuchó lo que tuve que decir y, cuando terminé con el relato, me miró un poco confusa, aunque después me sonrió y yo hice lo mismo. Incluso la oí emitir una risa enternecida cuando le conté lo mucho que disfrutaba de molestar a mi hermanita, de llamarla «pequeño trol» y ver su reacción ofendida. Sin embargo, a pesar del tiempo que estuvimos charlando, no recuerdo esa conversación con la misma nitidez con la que pude relatar las anteriores.
Es curioso, porque tampoco recuerdo con claridad el momento en el que las escribí. Como sea.
Durante todo ese tiempo la joven me miró con mucha paciencia y comprensión. Debo confesar que en ese momento me recordó tanto a mi amada Jess, así como a ese último y único beso que tuvimos horas antes de mi muerte, que cuando reaccioné, había comenzado a llorar. Ella me acarició el brazo a modo de consuelo y sí, me ayudó a controlarme, aun cuando no sentía su tacto. Como los muertos ya no tienen un cuerpo no pueden sentir caricias, así que supongo que es solo figurativo. No lo sé y a estas alturas no me importa.
No recuerdo qué pasó después. Solo sé que al final, cuando el Recolector regresó con las almas nuevas y pude hablar con él, le dije mi elección: me quedaría en el umbral para renacer. Sería egoísta y fingiría que nada mi importaba. Él aceptó mi respuesta, sin embargo, antes de que pudiera explicarme qué ocurriría después, una luz comenzó a emanar desde uno de los árboles.
—Llegó la hora —dijo el Recolector con la voz llena de gozo y dirigió su mirada hacia la chica con la cual estuve hablando antes de su regreso—. Acércate al árbol y fúndete con su tronco —le indicó—. Te deseo buena nueva vida, Ana.
Me giré de inmediato hacia el Recolector sintiendo un nudo en el estómago. Esa chica… su nombre…
—Tengo que volver —susurré casi sin aliento. El Recolector fijó sus orbes en mí.
Al escuchar ese nombre una vez más regresó a mi memoria en un zumbido la imagen de aquel ser demoníaco que acabó conmigo, y solo entonces me di cuenta de la verdad. La sonrisa triunfal que mostró esa maldita criatura pocos segundos antes de mi muerte se mostró frente a mis ojos como si lo viera de nuevo.
«Eres un imbécil» me dijo el ser demoníaco poco antes de que el fuego consumiera todo.
Y tenía razón, soy un imbécil. En todo ese tiempo no me había dado cuenta de que al provocar el incendio, le dejé el camino libre. Sin mí, nada le impediría hacer con Susy lo que le complaciera, ya que mis padres ni siquiera admitían su existencia. De modo que si Ana —como se hacía llamar a sí mismo aquel ser maligno— seguía entre los vivos adherido quizás a mi hermana, yo debía estar ahí también para enfrentarme a ella.
—Tengo que volver —repetí con mayor desesperación—. ¡Hazme renacer!