Víctor |sueños oscuros spin-off|

Capítulo 15| Memoria

Hace unos instantes no podía parar de reír. Le hice una travesura a mi papá, porque ahora ya no podrá encontrar su libreta de trabajo. ¡Upsiii!

Si es que alguna vez le dije a mi mamá o a él que las cosas sí caminaban solas o desaparecían y no me creyeron, tal vez ahora lo hagan. Pienso eso y muero de risa.

¿Crees que me he vuelto loco, Víctor?

No. Siempre lo has estado, Víctor.

Tienes razón. Después de todo, solo un loco se escribe a sí mismo como si fuera un monólogo in… interno, creo que se llama.

Sí, me estoy volviendo loco. Es malditamente divertido.

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No importa lo que pase no debo dejar de escribir, de redactar lo que ocurre para no olvidarlo, aunque si soy sincero, no sé por qué lo hago. Leí unas cuantas hojas anteriores y sé que estoy escribiendo para mí, para no olvidar pero… la verdad, es que ya no recuerdo ni siquiera cuando escribí todo eso. Supongo que el plan que tenía en mente cuando lo hice no está funcionando.

No fue tan buen plan, Víctor. No fue tan buen plan…

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Ni siquiera sé por qué empecé a llorar. De pronto me siento débil y cansado, como si algo me destruyera por dentro. Puedo escuchar los pasos de algunas personas caminando de aquí para allá del otro lado de la puerta. No he salido de esta habitación, pero por las sombras que veo cruzar de aquí para allá, sé que se trata de una niña pequeña y dos adultos.

Y lo que más me frustra, es no saber por qué me aterra verlos, por qué me provoca una extraña sensación de angustia y dolor ni por qué tengo esta maldita necesidad de escribir todo lo que ocurre. Siento como si hubiese cometido un error y no mereciera estar en este lugar. No entiendo nada… y me duele.

Oh, por Dios… los escucho acercarse a esta habitación. Arrastran muebles y se siguen moviendo sin detenerse, me aterra, aunque ya no sé si quieren lastimarme y, maldición, no puedo retener las lágrimas siquiera. Necesito calmarme de una vez. Necesito respirar. Vamos… respira, contrólate. Tú puedes. Tú puedes…

Ok. Intentaré hablarles con la esperanza de que no me hagan daño, ya que no puedo permanecer aquí escondido para siempre o moriré. Tal vez exagero y ellos sean buenas personas. Y si no lo son, y deciden lastimarme, espero que al menos no me hagan sufrir más. Mi pecho no lo resistirá. Como sea… ahora regreso, libreta. Espérame.

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¡Dios mío, es como si no me vieran! No importa cuánto grite, no pueden escucharme. Y ahora todo está muy oscuro y… y…

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¿Qué hago aquí? Siento que debo seguir escribiendo sin detenerme. Es extraño. Me encuentro en un cuarto pequeño. Está casi vacío, con tan solo una de esas cosas donde te apoyas para escribir y donde te sientas. Además, todo está muy oscuro y escucho un pequeño ruido provenir de una esquina.  

No entiendo por qué me siento tan raro. Es como si esto… como si lo hubiera pensado antes. Como si… viene a mi mente la frase «no me olvides». ¿Qué no debo olvidar, libreta? ¿Qué es lo que debo recordar?

Dios… ¿cómo me llamo? ¿¡Cómo me llamo, por Dios!?

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No te rindas, tienes que recordar, por favor. Eres más fuerte que esto, lo sabes. ¡Tienes que recordar, anda! Escribe tu nombre…

Venga, escribe tu nombre…

Vamos, mano, por favor, escribe mi nombre. Te lo ruego…

Mi nombre…

V…

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El sonido de los grillos cantando, rotando el silencio nocturno con la serenata para sus futuras parejas, llegó hasta lo oídos de Víctor quién, inexpresivo, soltó la pluma con la que había estado escribiendo. Alzó la cabeza para mirar sin interés hacia el techo, antes de regresar los ojos hasta los garabatos que había sobe el papel. Falto de expresiones se levantó del piso y comenzó a caminar sin rumbo.

Cruzó la puerta de la oficina de Alan a paso tranquilo, casi perezoso. Se detuvo. Ladeó la cabeza mientras permanecía inmóvil unos segundos, para luego darse la vuelta y volver sobre sus pasos. Adentro una vez más de la oficina, se detuvo de nuevo, proyectando en la mirada el vacío de su cabeza.

Los pies le rozaban el piso. Los brazos colgaban fijos a ambos costados de su cuerpo. La cabeza se le ladeaba de a poco y, la libreta que lo había acompañado durante tantas horas, en la que había intentado proyectar sus memorias, ahora yacía abandonada en la esquina donde momentos atrás, el mismo Víctor había reposado.




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