Hace ya diez años que fallecí en aquel incendio provocado por mí mismo, víctima de mi orgullo, estupidez y falta de capacidad para resolver el problema de raíz. Mi hermana estaba siendo acosada por un ser demoníaco y yo, tratando de protegerla… bueno, ¿para qué repetirlo?
Debo admitir que a lo largo del tiempo que tengo en el más allá, sentí miedo en muchas ocasiones, y quise rendirme en otras tantas. Pero no lo hice y ahora lo agradezco. He aprendido cosas que en vida jamás habría podido. Eso demuestra que el cuerpo envejece, pero es el alma quien madura. Yo he madurado mucho desde que llegué hasta hoy.
Ahora sé lo que soy, lo acepto y me parece bien. Me fue complicado aprender todo lo que ahora domino sin problemas, como por ejemplo: dar señales de movimiento o sonido a quienes me lo piden, para que cuando Hans, Jess o Greyson se sienten solos, sepan muy bien que sigo aquí, cuidando de ellos. Y digo «cuidarlos», porque ahora sé que yo no puedo salvar a nadie más de lo que ellos pueden hacerlo por sí mismos y que no es mi obligación vencer sus batallas, sino de ellos.
De otro modo, es darles el pescado sin enseñarlos a pescar.
Pero yo siempre estaré aquí para ellos como el ángel guardián súper genial, increíble y sexy que soy. ¿Qué? Dije que había madurado, no que era más modesto.
Como sea. También aprendí cómo hacen los fantasmas para comunicarse con aquellos que, como yo, tienen un don especial. Algunos lo hacen de forma empírica y otros tuvimos que aprenderlo; aunque en términos generales, la verdad es que somos pocos los que tenemos ese contacto con los vivos. Hablo de forma proporcional, claro.
Y debo decir que esta condición no está mal. Puedo hablar con Susy siempre que quiera y, aunque jamás podré volver a sentir su piel, al menos puedo…
—Hermano —escucho la voz de Susy. Acaba de interrumpir mis pensamientos.
Levanto la cabeza para mirarla: ya con quince años, se está convirtiendo en una mujercita muy hermosa. Admito que eso no me gusta, pero al menos podré aparecer de repente y hacer que sus futuros pretendientes se caguen encima del miedo.
—¿Terminaste con el examen? —le pregunto.
Susy fue internada en un hospital psiquiátrico hace unos años, luego de que en la casa de campo del tío Víctor se encontrara el cuerpo sin vida de un demonólogo de nombre Joey, quien fue carbonizado junto con toda la casa. Fue mi idea, lo reconozco, porque así se termina el ciclo que el demonio Ana marcó. Solo así el alma de ese pobre hombre podía ser liberada. Pero claro, no es algo que los policías sepan ni les interese.
Mis padres fueron apresados y alejados de Susy. Me he encargado de que ellos sepan que mi hermanita está bien, que estoy con ella y que muy pronto toda la pesadilla terminará. Hans ha hecho un gran trabajo como intermediario entre mis padres y Susy.
—Hermano —repite Susy de nuevo y yo, un poco confundido, me doy cuenta de que otra vez me perdí en mis pensamientos—. ¿Qué te pasa hoy? Estás muy distraído… no me digas que estás olvidando todo de nuevo.
—No, para nada —le respondo con una sonrisa—, es solo que estaba meditando mientras te fuiste, así que mi mente sigue en stand by. Disculpa.
—Entiendo —susurra ella, sonriente—. ¿Sabes? Kevin me ha dicho que estoy mejorando en la terapia, porque las «alucinaciones» son cada vez menos frecuentes. Tengo la impresión de que le da mucho gusto ver que estoy mejor. Más del que demuestra con sus demás pacientes, quiero decir.
Asiento con la cabeza y sonrío con falsa dulzura ante sus palabras, porque siempre que Susy habla de Kevin, su psiquiatra a cargo, lo hace con mucha ilusión y cariño. Creo que a ella le gusta. Yo lo odio con toda mi alma y juro que algún día iré a su casa a jalarle los pies hasta que se caiga de la cama.
Susy me sigue contando cómo fue su examen del día, así como lo bonitos que le parecen los ojos de Kevin. ¿Dónde hay una maldita cuchara cuando se necesita? Si tuviera una, apuesto a que yo podría…
Ahm… yo…
¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? Hay una chica frente a mí con una mirada de intriga. Su rostro está comenzando a ponerse pálido mientras forma una expresión de pánico.
—Vuelve —me dice con tranquilidad, pero puedo detectar angustia en su voz. No entiendo—. Vuelve, hermano.
¿Hermano?
—Mírame a los ojos —me pide y aunque no sé por qué, obedezco—. Soy Susy, ¿recuerdas? Sé que ahora te sonará raro pero esto te ocurre cada cierto tiempo y siempre sales adelante. Tú puedes, hermanito. Dime tu nombre, ¿sí?