Vida de Perros

CAPITULO 2


 


 


 

El es Juan. Dice que tratará de entrar nuevamente a mi antigua casa, a ver si hay una hembra. Sino para que trajimos este perro, se pregunta. 


 

A mi me hubiera gustado quedarme allí, en mi casa anterior donde nací, porque a los otros perritos se los llevaban humanos con sonrisas en la cara. 


 

Algunos estaban tan felices que sonreían también con los ojos.


 

Esas personas valen mucho.


 

Las personas que sonríen con los ojos tiene el alma clara.


 

Juan y su esposa no sonríen nunca, creo que no están conforme con su vida.


 

Pensaron que yo quizás se las podía solucionar.


 

No creo que los perros podamos solucionarle la vida a nadie. Esos perros que se fueron con las personas sonrientes deben ser felices. Pero esos humanos eran ya felices.


 

Nada externo puede solucionar la infelicidad de los humanos. Ellos deben encontrar su modo de ser felices. Creo que hasta Juan y su esposa podrían ser felices, si se ocuparan de ello. Pero no pueden.


 

Yo intento que me quieran pero tampoco puedo. 


 

Juan pasa cerca mio  y me patea y cuando intento defenderme, ladro o simulo que voy a morderlo, viene con un palo, un palo enorme y me pega en el lomo. Me duele. Estoy muy flaco, y soy un cachorro, debo tener dos o tres meses. 


 

Soy muy pequeño pero estoy intentando sobrevivir.


 

Juan también le pega a su esposa. Su esposa tampoco es buena conmigo. Me ignora. 


 

Ignorar también es una forma de maltrato. 


 

Pero a Juan no lo dice nada. Siempre está callada. Tiene la comisura de los labios hacia abajo, al revés de los humanos con los que se fueron los otros perritos,  y la piel ajada. 


 

A veces tiene manchas oscuras en su piel. Yo no estoy nunca en la casa, pero escucho como Juan grita parecido que cuando me grita a mi, y luego escucho que ella llora como a veces lloro yo. Ella le ruega que pare. Y el le dice que entonces tiene otra cosa para ella.


 

Luego, ella le dice que no tiene ganas, pero después se escuchan sonidos guturales de él, y ella pide  nuevamente que termine. 


 

Y luego de eso, el silencio. Sucede muy a menudo.  Esas noches son muy difíciles. Esas  son las peores noches. 


 

Estoy solo, atado con hambre, con miedo a no poder defenderme de las ratas y me asusta lo que Juan pueda hacerle a su esposa. 


 

Ella no es buena conmigo. Pero no me pega con el palo. Ella parece una sombra, un fantasma que de vez en cuando vaga por el fondo. Ella se quedó sin alma.


 

A veces cuando Juan se acerca a mi sin el palo, se acerca con una botella en la mano. Se sienta a mi lado, con el torso desnudo. Es grande. Tiene una enorme panza y comienza a beber de la botella. Yo quiero tomar lo que el toma, tengo sed. Y a veces no tomo agua por un día entero. Pero no me acerco ni lo molesto. Cuando ya bebió demasiado se acerca  él, me abre la boca con fuerza y me mete la botella. Cierro mi boca con fuerza  e  intento morderlo. 


 

No me gusta eso que me da. Una vez vomite demasiado. Sentí que no iba a poder seguir vivo. Entonces se va enojado y vuelve el palo. Soy un perro puto que ni siquiera lo acompaño a beber.


 

A la noche jalo con fuerza de la correa, quiero huir, salir corriendo, pero no puedo. No veo pasar gente, estoy atrás, a veces veo alguna de mis amigas gallinas. Son tan lindas. Pero después al poco tiempo, no las veo más. 


 

Y por la mañana solo me anima el canto de los pájaros. Son libres, cantan porque son libres y son felices. 


 

Ellos vuelan, me gustaría saber que será volar. 


 

Volar les permite ver tanto, y yo veo tan poco. Los humanos tampoco vuelan. 


 

Tal vez, son felices solo aquellos que logran volar .




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