Llegamos a un lugar reducido, alegre, colores de musgo y margaritas, de sol brillante y labios intensos conformaban el marco de la decoración del lugar.
No tuve contacto con muchos niños, pero el sitio se asemejaba a algo más bien infantil.
Yo podría vivir aquí, me dije.
No hay fondo, ni gallinas, ni ratas, no veré a los pájaros volar, tal vez ni siquiera los oiré cantar.
Pero, sin dudas, podría vivir aquí.
Todo se ve tanto más inocente, puro y ajeno a las oscuras conductas que tal vez los humanos adquieren con el devenir de los años, las decepciones o los sinsabores. Nunca sabré si Juan era o lo hicieron. Me lo he preguntado muchas veces.
A mi me hicieron, eso si lo sé.
Yo, entre tantos otros similares, solo andaba lengüeteando y moviendo la cola, esperando con rebosante alegría y esperanza unos brazos que me carguen y me hagan parte de su vida.
Y llego Juan y me arrancó, me sumergió en sus sombras y me hizo parte lo que soy y jamás hubiera sido.
Un poco gruñón, un poco miedoso, asustadizo y desconfiado.
Sabri habrá tenido un mejor "Juan" en su vida?
Quien la hizo a Sabri?
Puede tal vez Sabri deshacer lo que lo hicieron conmigo?
El amor puede deshacer los nudos del alma de un perro pequeño y huidizo?
Quien sabe, tal vez.
Ni siquiera se si está dispuesta a enderezar las comisuras de mis labios que caen hacia abajo como si fuera un perro viejo y vencido.
Por de pronto, no cesan de reír, eso me contagia y me da ilusión.
Preparan una tina enorme, como el balde de Juan pero adosada a la pared y blanca. Le llaman bañera.
Comienzan a sacudir sus manos desenfrenadamente hasta que el agua se transforma en un enorme copo de azúcar como el que una vez tenía en su mano la vecina pequeña de Juan. Aquella era rosada, esta es blanca.
Y se tiran en el piso a las carcajadas, toman parte de esos enormes copos y se los refriegan en la cara. Intentan dar justo en la boca de cada una y no lo logran.
Su inmenso jubilo impide la misión.
Y de repente, recuerdan que el agua es para mi.
Yo ahí dentro? Esto me da terror, es enorme, nunca vi algo así. Soy un perro pequeño. Creo que no entienden. Me enterraré en las profundidades. Dios me valga. No morir en manos de Juan y terminar mi vida aquí entre dos adolescentes con un humor maligno.
Mas no, no es humor maligno.
Se desvisten. Me sostienen en sus brazos. En ese abrazo que siempre soñé y así entrelazadas se introducen en la tina conmigo.
-Nos llenaremos de pulgas? - pregunta Camila, la amiga de Sabrina.
-Ah, luego nos las sacamos, no lo creo. Tengo el antipulgas en la alacena.
Y vuelven a reír.
- Salgamos ya mismo, grita Camila al mirar el agua.
- No puede ser, nunca vi un agua tan negra, contestó Sabri que comprendió en seguida el motivo por el cual había que escapar ya de allí.
- No por favor, pensaba yo, quiero solo un rato más aquí, esto es el paraíso para mi. Es irreal. Estoy acompañado, en agua caliente llena de burbujas, en medio de risotadas fenomenales.
Y ya se va a terminar.
Nuevamente, lo bueno se esfuma.
Pero vacían la tina y así desnudas y empapadas, me atan a la soga, me ponen una toalla encima y vuelven a repetir el proceso con el agua limpia.
Y luego el agua se convierte en petróleo una vez más y ellas incansables, rebosantes de energía y determinación, desagotan la tina, la llenan nuevamente y otra vez los tres al agua, ya más tranquilos, ya casi exhaustos, quedamos allí hasta que el agua se va tornando más tibia y entre ambas me cepillan con un pequeño aparatito de cerdas duras.
Duele por momentos, pero es tanto el amor impuesto a la tarea que no hago más que aguantar, en muestra de un ínfimo agradecimiento a tanta dedicación.
-Sabri, vuelve a decir Camila en tono fuerte y firme- no te das cuanta?
-De.... – contesta Sabrina, casi somnolienta,
- No tiene nombre, el perro... no tiene nombre...
Ven lo que les digo... Pertenecer, ni siquiera un nombre tengo. O tal vez lo tuve no se. Pero a Juan no se lo oí mencionar nunca. Y además el nombre que él me puso no lo quiero. Ojalá las chicas no lo sepan ni lo recuerden.
-Tenes razón, no tiene nombre, debemos ponerle uno ya mismo, dijo Sabri.
- Lo secamos, le sacamos todos los nudos que aun tiene y le cortamos el pelo primero, dijo la señorita mandona.
Sabri asintió con la cabeza. Camila es un poco autoritaria, eso parece. Y Sabri conserva su buen humor, pero sus párpados se cierran involuntariamente. Hizo mucho por mi hoy, la noche cayó hace rato, y esta visiblemente cansada.
Sacarme los nudos y cortarme el pelo fue todo un desafío para ambas.
Las traté mal. Les di tarascones involuntarios, luego de los cuales me sumía en terror, no tanto de que me pegaran con el palo de Juan, sino que decidieran abandonarme.
Ese era mi verdadero temor. Quedar solo en la calle, diminuto y desvalido sin saber a donde ir.
Sin siquiera recordar donde quedaba el infierno de mi hogar.
Pero las tijeras y máquinas que usaban me aterrorizaban.
Eran demasiado atemorizantes y desconocidas para mi.
Y yo me balanceaba entre creer que nada malo me iban a hacer, o que quizás, solo eran unas hipócritas que por diversión, me clavarían las tijeras en los ojos y dejarían ver correr mi sangre, con la misma gracia que habían mostrado desde que las conocí.