Su propia sombra se había proyectado en las profundidades de las lagunas estigias del nether, allí por donde Caronte paseó su barca y guio a los pecadores que él mismo había llevado. Donde aplastó sus almas marchitas, volviéndolo su lagar personal de sangre y penas.
Paseó por los confines del pútrido universo, deleitándose de placeres soberbios, realizando su quehacer beatífico.
La encontró a ella en sus viles recorridos, a su nuevo juguete, en medio del cándido espiral concluyente, que había creado el mismísimo Dios para sus hijos, envuelta en el velo de lo improfanable.
¿Cómo no iba a descubrirla en el final de los tiempos?
Criatura mítica, instigadora de crueldades. Su proyección jovial y etérea fue un desafío para las deidades más adoradas.
¿Cómo no iban a querer arrancarla del polvo y recibirla en su seno?
Se arrastró así mismo frente a las fauces de una bestia fétida que despedazó su carne, y en ese lugar, donde las entrañas de la oscuridad la dieron la bienvenida, la observó cada noche. La seda pudo deleitarse con su magnificencia mientras ella enredaba sus pies, sirviéndose de su incandescencia para darle cobijo al descansar.
La luna danzó iridiscente sobre su piel exquisita. Hubo un deseo impúdico de desaparecer, convertirse en energía, logrando que la suavidad de sus valles lo hicieran perecer.
Experimentó el anhelo mundano, le bastaría a su boca sedienta el menor placer, la mordida en la manzana del jardín del Edén, para poner en libertad todo el paraíso. Pudo abrir sus rejas doradas, masticarla lentamente. Saborearla, la clase de deleite irrisorio que debe mostrar un comensal frente a la ambrosía.
Despedazarla hubiese resultado en lo correcto, la violencia humana encarnando en su existencia profana, sí, para que después de que su alma se volviera fría e inerte aún tuviera su marca, aún después de la muerte.
El sol la hizo danzar en sueños cálidos, respirando ilusiones efímeras que le dieron más minutos de existencia, agregó más distancia entre ambos.
El reloj de arena se movió lentamente, latido por latido; su destino póstumo se proyectó en la lejanía.
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Esta obra corta, que consta de diez partes, es tan sólo el delirio de mi mente al imaginar un encuentro de la muerte con un ángel mundano.
No, definitivamente no termina bien.
Es un relato obsesivo y oscuro que me permitió divagar entre alegorías y referencias religiosas que tanto me gustan paladear. Quizá también entretenga tu curiosidad un rato ;)
Te invito a navegar en los ríos de mi fantasía retorcida, sólo trae dos monedas para avanzar hacia el más allá.
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Editado: 18.02.2023