Vida e morte

II

Su mirada viperina fue, sin duda, el arte más profano y atrayente que nadie hubiera admirado jamás en una pieza de museo. Las grandes musas históricas envidiaron su epifanía, ella fue la fuente de conocimiento de la que se sirvieron, y bebieron hasta emborracharse, los creadores del mundo. 

Arrebatarle la luz, a ella, nínfula que paseaba despojada de ajuares en los confines de su insensatez demoníaca, debió parecerle el sacrilegio más placentero. 

Se esforzó en perturbar sus estados de somnolencia, volviendo caliginosas sus pesadillas nocturnas, arrancando de su garganta lamentos de puro terror. Inusualmente creativo, dedicado a ello, proyectó en sus estados de vigilia espectros que arrastró desde las vísceras del averno. 
Amorfos, repulsivos, esquejes de partes ajenas añadidos a sus pieles repletas de ulceras; vagaron por la habitación en la que ella intentó, en vano, conciliar el sueño. No pudo, el olor putrefacto de sus carnes calcinadas hicieron que tosiera bilis hasta sangrar. 

Crepúsculo tras crepúsculo.

Cuando las pesadillas insanas se volvieron regulares él pudo sonreír un poco, finalmente. Ella supo que, mantener suspiros a lo largo de la existencia, le costaría una cuota de su propia cordura. 




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Caronte se ha detenido, nos pide que no le temamos a la dulce sonata que los muertos componen entre los párrafos impíos de mi severa escritura. 

¿Te atreves a seguirme en este recorrido? 

Mantén tus manos fuera del agua, no puedo, tal como Hércules, buscarte al final del piélago. 

;)




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