Lucy
-Suerte chicos. -nos deseó Derek en cuanto llegamos al colegio.
-sí, como sea. –dije irritada y me bajé del auto con la mayor rapidez del mundo. Fueron los peores diez minutos de mi vida. Hubiera preferido irme con Rubén y los revoltosos ya que los chicos durante todo el camino fueron escuchando música alta y eso no ayudó con mi migraña. Simplemente empeoraron mi estado, el cual pensé que no podía ser peor, pero sí pudo, denles las gracias a ellos.
-También te quiero. -dijo él a través de la ventana. Alex y Tomás me siguieron por detrás. Tomás se fue con sus amigos y Alex, simplemente se perdió entre los estudiantes que iban y venían por los pasillos. Por mi lado, caminé hasta mi casillero para sacar mis cosas.
-¡Lucy! -escuché a mis espaldas. Metí mi cabeza dentro del casillero cansada, no quería hablar con nadie. Necesito una pastilla y dormir un poco, porque si no, estaré de mal humor todo el día y nadie querrá eso.
-¿Qué? -dije con fastidio.
-ay, qué humor. -se quejó.
Y aquí estaba Teresa. La típica chica popular; capitana porrista y probablemente la más guapa de todo el colegio. Rubia, su cabello lacio y largo, ojos grises, piel bronceada y siempre a la moda. Es simplemente el famoso estereotipo de escuela norteamericana.
-sí, como sea.
-¿culpa de tus hermanos? -arqueó una ceja.
-como siempre. -cerré mi casillero y la observé con un puchero. Ella extendió sus brazos y me rodeó con ellos. -quiero dormir y llorar.
-ya tranquila, todo estará bien ¿vamos al spa después de clases? -me preguntó y asentí. -para eso estamos las mejores amigas. -sonreí.
Además de ser hermosa y popular, es mi mejor amiga de toda la vida. Desde que tengo memoria ella ha estado a mi lado, siempre. De pequeña no solía agradarme del todo, pero ella nunca se alejaba e intentaba de todo hasta que yo tampoco podía vivir sin ella. Sí, así de antipática soy, desde la cuna se podía decir.
-por eso te adoro, eres la única que me comprende.
-Yo también te adoro. –rio.
-¿tienes alguna pastilla para el dolor de cabeza? -le pregunté separándome de ella.
-claro, siempre vengo preparada. -dijo y hurgó su bolso hasta sacar un sobrecito con pastillas. -y tal vez necesites esto. -dijo y sacó una toalla femenina. Eso me hizo alarmarme, no recordaba que dentro de poco me iba a bajar.
-¿cuándo te vino?
-ayer. -me avisó y ahora sí que estaba alarmada. A mí siempre me viene uno o dos días después que ella.
-Dame eso. -le arrebaté la toalla de la mano y corrí al baño con prisa mientras ella me pisaba los talones.
***
-Ahora entiendo mi mal humor, además, ayer no dormí bien. -dije caminando por el pasillo junto a Tere.
-ya tranquila, vamos a clase y me cuentas qué pasó. -asentí mientras sacaba la pastilla de cólicos del sobre. Tomé mi botella de agua y le di un trago después de colocar la pastilla en mi lengua. De un solo trago se deslizó por mi garganta hasta posiblemente llegar a mi estómago, pero no podía comprobarlo si ya había llegado o no. Lo único que sabía con claridad era que esto me minimizaría el dolor que siempre me viene cuando comienzo a desangrarme. Solo esperaba que me hiciera efecto rápidamente, porque no quería terminar matando a alguien, porque me veía capaz de hacerlo si me llegaran a tocar un pelo.
-ayer los chicos se la pasaron gritando hasta tarde con ese maldito partido de fútbol y no me dejaban dormir, además de que son unos insoportables. –comencé a relatar sin dejar de caminar por el pasillo.
-diría que también me pasó, pero en mi casa solo Chris y un amigo estaban gritando. Tu caso es diferente, seis chicos sería lo peor. -hizo una mueca. -además de eso, ¿Qué tal estuvo tu fin de semana?
-igual que todos. -Rodé los ojos. Hacía eso demasiado. Rubén siempre me regaña cuando lo hago porque dice que voy a quedar bizca o con los ojos chuecos. Pues no puedo evitarlo, lo hacía por instinto, no es algo que puedo dejar de la noche a la mañana.
-deberías venir a mi casa este otro fin de semana, iré a pedir permiso, le preguntaré yo misma a Rubén. -dijo y sonrió. Parecía que seguía flechada por mi hermano mayor. Desde alrededor de los doce años aproximadamente, ha visto a mi hermano de una manera diferente a cuando éramos niños. ¿Por qué? ni idea, solo me dice que es guapo y ya... pero, es mi hermano, qué asco.
-deja esa obsesión por Rubén. -dije empujándola juguetonamente.
-No estoy obsesionada, pero a veces quisiera... -La interrumpí.
-Cállate antes de que vomite.
-Perdón, a veces me dejo llevar. -rió avergonzada.
-Hola chicas.
-adiós Tomás. -dije jalando a mi mejor amiga antes que lo saludara, así que pasamos de largo ante mi hermano. -No quiero saber nada de ellos por el resto del día.
-pero no teníamos que pasar así como así frente a él. Ahora me siento mal porque no lo saludé. -y ahí estaba mi mejor amiga sin poder evitar ser amable con todos a los que conocía.
-ni que se fuera a morir porque no lo saludaste. -Y aquí estaba yo a la que le valía un pepino la mayor parte de las cosas.
Entramos a nuestro salón de Filosofía. Creo que la única razón por la que no faltaba nadie a esta clase, es por el sexy profesor. Mr. Días. Es un tipo joven, apenas con veintitrés. Es alto castaño, ojos azul grisáceo, hermosa sonrisa y perfectas cejas gruesas. Yo babeaba en cada una de sus clases. Aunque creo que todas las chicas lo hacían porque de verdad que estaba guapo.
Al entrar al salón, solo se encontraban un par de chicos, entre ellos, una de mis mil conquistas (incluyan mi sarcasmo) Theodore Berlusconi. Hemos hablado en muy pocas ocasiones y se decía que yo le gustaba, pero no tenía nada confirmado aún. Es guapo, pero no es mi tipo. Físicamente era castaño, ojos azules y piel blanca, casi de mi estatura. Era un italiano y entró a principio de año. Debía de admitir que amaba su acento y la forma en la que hablaba, pero era muy codiciado por todas las chicas y eso le subía mucho el ego.