Rubén
Después de dejar a los gemelos en la escuela, corrí como siempre a mis clases. El semestre había cambiado hace un par de semanas y aún no me acostumbraba al cambio de horario. Este semestre había incluido dentro de las clases extra algo de primeros auxilios, enseñaban varias cosas que nunca se sabe si se necesitarán. Sí, iba a ser abogado, no me serviría de mucho en el trabajo, pero era la única clase disponible que creí conveniente teniendo una familia tan grande y yo siendo el responsable la mayor parte del tiempo.
Sé que tuve que haber tomado estas clases antes, tuve la oportunidad de tenerlas en el colegio, pero no lo vi importante, no hasta ahora, por alguna razón, al ver esa clase disponible este año, lo único que mi conciencia me dijo fue: tómala, es tu oportunidad. Y eso hice. Nunca se sabe qué podría suceder. Tal vez podría ser muy útil no solo con mi familia, sino cuando se necesitara, en cualquier tipo de situación, ya sea en alguna plaza, algún avión o lo que sea. Podría ayudar al menos hasta que los médicos aparecieran, podría llegar a salvarle la vida a cualquiera. Quería ser más que solo un abogado en la vida, tal vez suena extraño, pero es algo que llevaba en mente desde hace un tiempo.
Después de caminar a paso apresurado por los pasillos, empujar un par de personas, llegué justo a tiempo al salón, el maestro llegó justo después de mí. Era un tipo de alrededor de unos cincuenta años, bajo y cabellera repleta de canas, aunque siempre tenía un semblante sereno en el rostro. Si no mal recuerdo del primer día mencionó que trabajó varios años como voluntario en centros hospitalarios y sabía mucho de medicina a pesar de nunca haber estudiado esa carrera. Ahora, había dejado de ser voluntario para educar a otros y animarlos a hacer lo que él hizo. Sonó muy inspirador ese día, me dio muchos ánimos de seguir con la clase. Si hubiesen escuchado la pasión de sus palabras y todo el cariño que dejaba expresar cada que contaba sus historias... en simples palabras embelesaba cualquier oído.
Cuando él dejó sus cosas sobre el escritorio, finalmente tomé asiento en el círculo que habían hecho los demás con las sillas y empezamos con la clase. No éramos demasiados, veinte como mucho porque no a todos les interesaba saber qué hacer en situaciones de peligro. En esta clase casi no tomábamos notas, no debíamos memorizar nada, no había exámenes escritos, ni siquiera libros. Casi todo era escuchar y ver, luego actuar con muñecos de práctica. Básicamente esta clase hacía todo lo que yo no estaba acostumbrado a hacer en mis clases particulares.
Yo era más de memorizar que de otra cosa. Por eso había escogido estudiar leyes, en su mayoría la carrera era aprenderse los códigos penales y leyes, luego saber cómo aplicarlos en un tribunal y ser muy persuasivo. No debía tocar a nadie, no debía hacer nada más que hablar con claridad, respeto y siempre buscar la manera de ganar. Aunque eso no quita también que hay que aprender a hacer algo de papelería, pero eso era bastante simple para mí. Ya tratar físicamente con alguien mientras está desangrándose o ahogándose y saber que tienes su vida entre tus manos es muy diferente a estar defendiendo a alguien de una acusación. Esto estaba muy por fuera de mi zona de confort y eso me aterraba, pero debía intentarlo.
-Aplicaremos el RCP, les mostraré justo como les acabo de explicar y luego ustedes lo harán con los muñecos de práctica. -dijo el profesor después de haber dado una breve charla y explicarnos lo necesario para el ejercicio.
Nosotros por nuestra parte apartamos los asientos para colocar un par de muñecos en el suelo en diferentes puntos del salón y luego rodear al profesor. Parecía ser fácil cuando mostró el agarre y lo hizo, pero cuando me coloqué frente al muñeco ya no supe qué hacer. Observé a los demás e intenté recordar claramente cómo lo había hecho el profesor. Junté mis manos y las presioné contra el pecho del hombre de goma. No sabía si lo estaba haciendo bien, lo intenté, hice mi primer ciclo de treinta compresiones como pude, pero alguien se acercó a mí interrumpiendo.
-oye, oye. Estás aplicando mucha fuerza, si fuera una persona real capaz y le rompes alguna costilla. –dijo ese alguien a mi lado. Levanté la mirada y vi a esta chica... Rachel. La que ahora era maestra de Lucy y con quien ella me quería emparejar por alguna razón aparente. -Tienes que aplicar menos fuerza y mejorar tu agarre. -dijo y se agachó a mi lado para tomar mis manos y colocarlas correctamente sobre el muñeco.
Intenté de nuevo siguiendo sus instrucciones: con menos fuerza, en el lugar correcto, la velocidad adecuada y un buen agarre. Al parecer lo estaba haciendo todo mal a pesar de haber puesto atención a la explicación, ahora me sentía un completo inútil. Pero ese sentimiento se opacó con la alegría de que alguien viniera a corregirme, ella me fue muy útil. No temía aceptar que yo estaba mal, quizás esto no era para mí, pero a ella se le daba muy bien. Le agradecí, a lo cual ella solo sonrió.
La clase acabó unos minutos después, quería agradecerle otra vez por la ayuda, se merecía más que solo unas palabras, así que me acerqué nuevamente a ella mientras guardaba sus cosas.
-Hola... Rachel ¿cierto? -le pregunté, sólo por las dudas. No era muy bueno con los nombres. Al escuchar mi voz, giró su cabeza, su corta cabellera castaña se meneó de un lado a otro en su coleta, mientras que sus ojos avellana se dirigieron a mi rostro.
-Sí y tú eres... Rubén o prefieres que te llame "rompe costillas" -dijo en un tono burlón. No me molestó en lo absoluto, parecía ser una chica alegre y su humor me confirmaba que podía llegar a ser muy divertido pasar una tarde.
-quería agradecerte de nuevo por la ayuda... prefiero la teoría que lo práctico. -dije y rasqué mi nuca algo apenado.
-No tienes que agradecer, me gusta ayudar a la gente. -dijo y se colgó la mochila en el hombro sin tomarle mucha importancia al asunto.